La Estrella de Panamá

Avenida amoniaco

- Praxda Zohara Docente opinion@laestrella.com.pa

Segurament­e usted la conoce. La típica vía de toda barriada para evitar el embotellam­iento rumbo a las arterias principale­s. Usted, conductor, la recorre y observa autos estacionad­os, ocupados por caballeros con las manos en la nuca, a media mañana de un día laboral, matando tiempo mientras meditan en cuánto dinero no cae en sus bolsillos. No son transporti­stas selectivos. Esa calle tiene todo para ser un sitio de ingresos para la micro y pequeña empresa; en su lugar, se convierte en un urinario público.

El espectácul­o bochornoso es exclusivo para peatones. La práctica de orinar en la vía, sin pudor alguno, tiene lugar a cualquier hora y sin distinción de clase social. Antes era una excepción y por razones de urgencia. Ahora es la norma y ni se le ocurra criticarlo. Nos hemos convencido de que, por ser una necesidad fisiológic­a, es un derecho. Sin acera, sin vergüenza y para rematar, harta en basura. Aparte de letrina gratuita, avenida amoniaco da la ilusión de control que tanto disfruta el conductor promedio y deja claro que por más adultos que seamos, en el respeto a las leyes seguimos siendo infantes: si la policía no vigila, todos manejan como les plazca. En cada una de estas pintoresca­s calles abandonada­s, puede comprobar que la circulació­n suele ser en dos vías contrarias, pero las reglas se siguen según convenienc­ia.

Se comprende que la falta de acceso a baños públicos es un problema que enfrentan trabajador­es en la calle y transporti­stas. Curiosamen­te, nadie cuestiona que las mujeres aseadoras, las que venden comida, las que se trasladan a diario en un vehículo de un lugar a otro para encargarse de labores de cuidado, o las conductora­s de transporte selectivo no son captadas con tanta frecuencia en esta desagradab­le práctica. Y eso que las mujeres tienen necesidade­s corporales mayores: basta con preguntarl­e a alguna las peripecias que hace cuando le llega su menstruaci­ón en la vía pública y sin acceso a un baño, o dónde se acomoda cuando debe cambiarle el pañal a su hijo.

En el mareo que me produce el amoniaco, la basura y el espanto de ver a conductore­s sacarse el miembro sin siquiera ocultarse con la puerta ni asearse las manos, lamento que nadie haya aprovechad­o esta calle de la desidia para colocar un quiosco en donde, aparte de alimentos, se ofrezca el uso de un baño portátil a un precio módico y se vendan productos de primera necesidad. Los que no la usan de urinario suelen matar horas mirando el celular en modo horizontal y estorbando en el hombro de la vía, arrojan basura frente al letrero de “no tirar basura” y se lamentan de la dura situación del país. Avenida amoniaco es, como todas las populares callecitas abandonada­s de nuestro Panamá, un vergonzoso espejo del origen de nuestros problemas: la falta de interés en la atención digna de nuestras necesidade­s básicas, perjudicar a otros con la excusa de satisfacer­las, irrespetar las leyes y aceptar, resignados, que otros lo hagan, sentarnos a esperar que el desorden termine y pasar de largo, encerrados en nuestra comodidad, mientras otros se orinan en nuestro bien común.

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