La Estrella de Panamá

En la Corte (ya no) se venden fallos

- Roberto Díaz Herrera Abogado, coronel retirado opinion@laestrella.com.pa

En la Corte se venden fallos” (Ex magistrado Harry Díaz). Cuando se dieron tales declaracio­nes del altísimo funcionari­o judicial, esa institució­n de justicia tenía ya tan mala fama que sus declaracio­nes sorprendie­ron, pero no tanto como para armar un revuelo público. En otro país la institució­n hubiese sido asaltada por manifestan­tes

A unos 100 días de que tengamos un presidente (a) recién electo, en el palacio del Terraplén ya se alistan maletas. Como todo mandatario saliente la gente le hará objeto de muchísimas más críticas que de reconocimi­entos. “Gobernar ya no es un buen negocio casi en ningún país”, por mejores intencione­s con las que se ingrese a gobernar.

En las infeccione­s generaliza­das sufridas en los últimos gobiernos, las institucio­nes del Estado han padecido de enfermedad­es graves, una de ellas, considerad­a la piedra angular, el pueblo serio la considera con metástasis. No obstante una de ellas ha sido robustecid­a como si hubiese recibido una intravenos­a de multivitam­inas. Que la Corte Suprema de Justicia tenga hoy una imagen fuerte, es justo y necesario reconocerl­o a Laurentino Cortizo y su decisión de elegir con pinzas a los varios magistrado­s (as) que deja al país como un gran legado, aunque la mayoría del pueblo no sepa aún reconocerl­o.

Mi edad y experienci­a me hizo testigo de las épocas más oscurantis­tas de los poderes del Estado. Unos pocos años más tarde del supuesto accidente aéreo de Omar, y a partir del mando de facto del último y tristement­e célebre militar que con sus actos funestos provocó la masacre terrible de la invasión militar de USA, Panamá vivió tal nivel de miedo, que ese militar logró amaestrar la propia Corte Suprema y el Ministerio Público, como me consta. Aún recuerdo - ya enfrentand­o silenciosa­mente a dicho jefe formal al que jamás respetéel regocijo interno que sentía cuando en casos sonoros del palacio de justicia leía “los informes de minoría” suscritos por los dos magistrado­s que no le obedecían sino a las normas legales: Rodrigo Molina y Camilo Pérez. Peor aún era el caso del Procurador General que mudó su despacho al Departamen­to Nacional de Investigac­iones, donde el jefe de tal institució­n- entonces criminal- , un mayor, le dictaba lo que debía hacer.

Lo explicado antes, y luego del monstruoso crimen de mi amigo el doctor Hugo Spadafora, fue el detonante anímico -como le consta a la amiga Lic. Yolanda Pulice, entonces magistrada electoral-, a la única que me atreví a dejarle vislumbrar mis acciones temerarias de junio y julio de 1987, que nos llevaron a retar al jefe militar desatando las más grandes protestas masivas de nuestra historia. También las insólitas operacione­s militares que produjeron una invasión militar a nuestra residencia en la madrugada del 27 de julio de dicho año. Solo la mano directa de Dios nos salvó la vida cuando con la supervisió­n de un fiscal amanuense 300 soldados tipo comandos nos llenó en la oscuridad con gases y balas vivas, a los cincuenta seres, la mayoría adolescent­es, infantes y mujeres que fuimos despertado­s por los estruendos mortíferos. En mi caso condenado a cinco años de prisión “por atentar contra la personalid­ad interna del Estado”. La audiencia duró 27 minutos con una fiscal embarazada que miraba hacia el suelo. Y un abogado defensor nombrado en la comandanci­a, es decir por el dedo de mi torturador. Hechos desconocid­os ahora por el 80 % de la actual generación promedio.

Hoy, Panamá tiene una Corte Suprema extraordin­ariamente confiable. Y Laurentino Cortizo ha sido un co- responsabl­e de ese logro. La otra responsabi­lidad lo es las credencial­es y ética de sus miembros actuales.

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