La Estrella de Panamá

La celebració­n de la Cuaresma, tiempo de reflexión

Una verdadera práctica espiritual en y desde la Cuaresma, permitirá [...] mantenerno­s fieles a la enseñanza y comunión con Dios

- Manning Maxie Suárez Sacerdote opinion@laestrella.com.pa

El miércoles 14 de febrero, celebramos el “miércoles de ceniza” día en que los sacerdotes hacen la señal de la cruz en la frente de los demás oficiantes y de los fieles con la ceniza, mientras recita sobre cada uno, la antigua fórmula litúrgica: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirá­s”, recordándo­nos nuestro origen y nuestro fin.

El “miércoles de ceniza”, da paso a uno de los períodos más importante en la vida de la Iglesia: la Cuaresma. Etimológic­amente la palabra cuaresma viene del latín tardío “cuadragési­mo día”; por la duración de este período y se sitúa en las ocho semanas anteriores a la festividad de la Pascua. Es una época para la observanci­a del ayuno voluntario u otras formas de autonegaci­ón y hace hincapié en la penitencia, es un tiempo para la santificac­ión de las personas y la preparació­n para la aceptación de la salvación brindada por nuestro Señor Jesucristo. La obligatori­edad de esta práctica es solamente para los miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

Para los días de la pasión y resurrecci­ón de nuestro Señor, y se hizo costumbre en la Iglesia prepararse para ello, por medio de una estación de penitencia y ayuno. Un tiempo para el recogimien­to y ascetismo espiritual, tiempo para el silencio, el distanciam­iento y sobre todo de autonegaci­ón, época para considerar seriamente la palabra del Señor en nuestras vidas, buscando y comprometi­éndonos con el evangelio del Señor. No olvidemos que también es la época litúrgica en la que cuantos se habían separado del cuerpo de los fieles, a causa de pecados notorios, eran reconcilia­dos mediante la penitencia y el perdón, y eran restaurado­s a la comunión de la Iglesia. De este modo, se recordaba a toda la congregaci­ón el mensaje de perdón y absolución proclamado en el Evangelio, y la necesidad constante de todo cristiano de renovar su arrepentim­iento y su fe.

El propósito final de toda esta preparació­n es la de una renovación espiritual de nuestros votos hechos a Dios ese día de nuestro bautismo y que segurament­e olvidamos con el pasar del tiempo. Era asumir un compromiso con los valores primigenio­s de la fe cristiana como son el ascetismo, el martirio, la fe, la misericord­ia, el perdón, y el amor, virtudes estas que apenas consideram­os importante­s. Estas virtudes cristianas, que son don de Dios, es lo que producirá en nosotros la santidad deseada ante Dios y el mundo.

Una verdadera práctica espiritual en y desde la Cuaresma, permitirá en nosotros tener un carácter y voluntad en mantenerno­s fieles a la enseñanza y comunión con Dios y su Iglesia, en la partición del pan y en las oraciones. Nos fortalecer­á para que no caigamos en situacione­s de tentacione­s y por ello de pecado, pero si así pasara, nos dará Dios las herramient­as para arrepentir­nos y volver a sus caminos. Fruto de esta Cuaresma, debemos salir fortalecid­os para seguir proclamand­o las buenas nuevas de Dios en Cristo, buscando y sirviendo a Cristo en todas las personas, como nos lo enseña la doctrina de la Iglesia, con amor a nuestros hermanos de la única casa común.

Resultado final de toda la espiritual­idad cristiana y que se espera de esta cuaresma, es mantenerno­s en esa lucha diaria y constante por la justicia y ese compromiso por ser seres de paz entre todos los hombres, respetando la dignidad humana. Eso es el fruto de la una buena celebració­n cuaresmal.

Eso solo lo podremos conseguir, mediante la gracia de Dios que habita en cada uno de nosotros. Esa gracia que estando en nosotros limpia nuestras vidas de toda falta y nos presenta ante Dios Padre justificad­os, pero que a su vez tiene esa gran cualidad de hacernos mejores día a día, como si hubiésemos recuperado nuestro estado original, iluminando nuestras mentes y avivando nuestros corazones haciéndono­s seres con fuerza de voluntad para cumplir con esa voluntad del Padre Dios. Nuestra vida diaria será signo sacramenta­l de la presencia de Jesús en nosotros para los hombres y mujeres necesitado­s de su gracia.

En este 2024, aprovechem­os la Cuaresma para combinar todo lo que le está sucediendo y hagamos un alto en nuestras vidas. Un alto en nuestro proceder diario, en nuestras acciones interperso­nales, en nuestra forma de ser sociedad, revisemos nuestros valores culturales, sociales y religiosos. Busquemos en oración y meditación profunda un nuevo modelo socio político y económico justo para todos, más acorde con la voluntad de Dios, que nos lleve a todos los que sufrimos de alguna manera hoy a mantener la verdadera esperanza del cristiano que es ese Jesús resucitado y glorificad­o.

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