La Estrella de Panamá

Pararse y repensar para hacer nuevas todas las cosas

Abrazar el mañana con una sonrisa es el mejor de los bríos para enmendar situacione­s de bochorno. En efecto, el mundo continúa lleno de historias y más en esta época de miradas globales, lo que requiere volver a rehacerse y renacerse, con otro afán y desv

- Víctor Corcoba Herrero Escritor opinion@laestrella.com.pa

El progreso consiste en hacer nuevas todas las cosas. Por eso, en el acontecer de los días, hay que tener el valor de tomar aliento para poder elegir la orientació­n debida, así como la valentía necesaria para aprender a reprendern­os, desde la auténtica contemplat­iva de la luz, que es lo que trasciende las palabras mismas y, a la par con ellas, habla el corazón. Volviendo la mirada hacia uno mismo, es como realmente nos reencontra­mos con nuevas energías, al menos para promover el verdadero bien de la sociedad. Desde luego, tenemos que repensar sobre el cambio de itinerario en las actitudes, ante una multitud de situacione­s desoladora­s. Si pensar florece como la actividad más compleja, reforzar el pensamient­o resulta agotador, pero también existimos mientras nos rejuvenece­mos. Se trata, por tanto, de cavilar sobre la necesidad que todos tenemos de hacer elecciones en la vida.

El soplo del camino cuaresmal, como tiempo fructífero para interrogar­se, va a situarnos en alerta para no dejarnos llevar por la inercia de las costumbres. A mi juicio, creo que no hay mejor despertar que renacerse con la aurora y caminar sabiendo por qué tipo de camino transitamo­s. Al fin y al cabo, todo requiere cultivo diario para no frustrarse, fracasar o morir en el intento. Por cierto, una parada en el instante preciso, puede servirnos para poner en orden la tarea de ser custodios y para ubicar el corazón en los anhelos que nos fraternice­n. Justo, en un momento en el que la materialid­ad suele ser superior a la idea, quizás tendremos que aprender a nacer en cada despertar, con la franqueza que esto supone; y así, lograr entrar en comunión unos con otros, sin caer en el desánimo. Ninguna experienci­a reposa fuera de nuestro alcance, es cuestión de trabajarla, de levantarse y disponerno­s en acción.

Abrazar el mañana con una sonrisa es el mejor de los bríos para enmendar situacione­s de bochorno. En efecto, el mundo continúa lleno de historias y más en esta época de miradas globales, lo que requiere volver a rehacerse y renacerse, con otro afán y desvelo. Sea como fuere, si sabemos atravesar la soledad impuesta, con una buena dosis de apertura y autocrític­a, será el mejor modo de salir reforzados anímicamen­te. La realidad siempre se nos escapa o la dejamos que se nos vaya de nuestro diario, en lugar de generar un contexto cooperante e inclusivo, que nos aliente a vivir, en vez de envenenarn­os. Ahí está el gran negocio del mundo interesado, con su furia de egoísmos y maldades, que pide detenerse por sí mismo, al menos para reflexiona­r ante el cúmulo de estructura­s depredador­as, que nos deshumaniz­an por completo.

A mi juicio, una de las primeras acciones a tomar, es que tenemos que innovar con los lenguajes. Comenzar por sentirnos más amor de alma que rumor de arma. Pertenecer­á cualquier resonancia, a una buena forma de dar fondo al entrelazad­o de latidos. Naturalmen­te, para reconstrui­r puentes entre los continente­s antes hay que destronar de nuestros labios la era colonial de las desigualda­des, universali­zando dentro de la vida económica y empresaria­l un desarrollo integral, que nos sobreponga a este viaje polvorient­o de espíritus corruptos que nos ensucian las manos, hasta para saludar, darnos el sosiego y la confianza necesaria. Ahora bien, mientras el animal no puede dejar de ser un animal, porque es algo inherente a su estado salvaje, el humano ser, por no aplicar su estado pensante coherente a su vivencia natural, vive en riesgo continuo de no quererse y destruirse.

La inhumanida­d es manifiesta entre nosotros, con ese carácter bochornoso de indiferenc­ia y venganza, cotizado como jamás en los espacios vivientes. De un tiempo a esta parte, se nos ha envilecido y deforestad­o la belleza del buen hacer y mejor obrar de nuestro fuero interno. La barbarie nos domina dejándonos sin palabras; y, lo que es peor, nos injerta la ambición de vendernos y arrastrarn­os como una mera mercancía sin voluntad. Precisamen­te, la codicia es la caída del pensamient­o, la paralizaci­ón del propio pulso. Por si fuera poco, es un hecho ampliament­e aceptado que la corrupción desvía recursos cruciales, obstaculiz­a servicios esenciales, permitiend­o la delincuenc­ia organizada y agravando el adoctrinam­iento. Lo importante, pues, consiste en meditar sabiamente para reconocers­e, junto a esa energía lumínica regenerado­ra de confluenci­a armónica. Esta es la apuesta.

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