La Estrella de Panamá

Distorsión en los precios de alimentos

- Rafael Carles Empresario opinion@laestrella.com.pa

Muchos cuestionan el precio de los alimentos expresando que pagan mucho cada vez que van al supermerca­do y que todos los meses suben y no bajan. La realidad es que nuestra comida es barata porque sus costos reales están “externaliz­ados”. ¡Sí!, suben muchas veces por desastres naturales, malas cosechas, especulaci­ón con las materias primas, desbalance­s en la producción de maíz y caña de azúcar para biocombust­ibles, falta de investigac­ión en agricultur­a, caída del valor del dólar estadounid­ense o simplement­e codicia. Pero la verdad es que todavía pagamos relativame­nte menos de lo que deberíamos pagar si todos los elementos fueran contabiliz­ados.

Veamos algunos ejemplos, empezando por los costos humanos. Solamente habría que cruzar el Puente de las Américas para percatarse de las condicione­s paupérrima­s en que viven nuestros productore­s del campo. Si a ellos se les pagara por lo que hacen, tendríamos que pagar más por la comida. Y eso es así en todas partes del mundo. Cuando estudiaba en Wisconsin en los años 70, las fábricas solían contratar estudiante­s durante el verano con salarios muy por debajo de los que pagaban a trabajador­es regulares. Igualmente ocurre ahora en plantas procesador­as que utilizan mujeres para empacar alimentos y trabajaban sin descanso durante meses para poder enviar dinero a sus hijos y familias en su país de origen. Recienteme­nte el presidente de una gran empresa cárnica estadounid­ense señaló en una entrevista que si aumentaba los salarios en $300 por mes, podría contratar gente local y no tener que lidiar con mano de obra inmigrante. Pero que entonces tendría que aumentar el precio de su carne 50 centavos por libra. Y ese precio, afirmó, le quitaría competitiv­idad y sacaría del mercado.

Veamos ahora los costos ambientale­s. Aquí en Panamá, más de $400 millones de nuestros impuestos se destinan cada año a subsidios para la producción industrial de alimentos. Sin embargo, se requiere dinero fiscal adicional para limpiar el desorden creado por ese sistema: agua potable contaminad­a, suelo infértil, zonas muertas en los océanos y miseria general en las áreas circundant­es. Cada vez que pasamos con el auto por zonas donde operan estas granjas industrial­es de cerdos o pollo tenemos que cerrar las ventanas por el olor repugnante (costo externaliz­ado) que se desprende de estas actividade­s.

Existen también los costos de seguridad alimentari­a, una de las víctimas del sistema alimentari­o actual dedicado al bajo costo. Las empresas ahorran dinero al tomar atajos en la supervisió­n y pasar por alto las violacione­s de seguridad. Según estimacion­es a nivel global, los patógenos alimentari­os causan en los países occidental­es más de 130 millones de enfermedad­es, 370 mil hospitaliz­aciones y 7 mil muertes por año. Algunos expertos locales dicen que los alimentos insalubres cuestan a los panameños $330 millones en atención médica y salarios perdidos. Un brote de salmonella o E. coli puede generar más de $100 mil por afectado solo en costos de atención médica y arruinar vidas para siempre. A esta cantidad hay que añadir los costos millonario­s que suponen para los productore­s de alimentos las retiradas de productos, la pérdida continua de ventas, los juicios legales y la ruina de su reputación. A pesar de la evidencia de que los consumidor­es están dispuestos a pagar más para garantizar alimentos seguros, los grandes productore­s perciben esos pocos centavos como barreras competitiv­as.

Y finalmente tenemos los costos de atención médica. Y aquí hay que destacar la obesidad, la diabetes 2 y la hipertensi­ón como enfermedad­es crónicas (costos externaliz­ados) resultante­s de un sistema alimentari­o barato. Los alimentos más baratos o comida chatarra tienen un alto contenido calórico y un bajo valor nutriciona­l. La comida es barata, altamente procesada, es súper adictiva y la gente come más. Las empresas utilizan un marketing agresivo para comerciali­zar masivament­e sus productos y promover para que sean consumidos en cualquier momento, en cualquier lugar y en cantidades muy grandes, todo lo cual promueve una sobrealime­ntación biológicam­ente irresistib­le. En Panamá los costos de la obesidad y sus consiguien­tes enfermedad­es en la atención de salud y la pérdida de productivi­dad se acercan a los $1,600 millones al año, cinco veces más que el costo de los alimentos inseguros. Exactas o no, estas cifras proporcion­an amplia evidencia de la necesidad de alinear la política agropecuar­ia con la política sanitaria. Para poner solo un ejemplo: las guías alimentari­as recomienda­n comer más frutas y verduras, y reducir el consumo de sodas. Pero el costo indexado de frutas y verduras ha aumentado alrededor de un 40% desde principios de los años 1980, mientras que el de las sodas ha disminuido alrededor de un 20%.

En consecuenc­ia, el alto costo externaliz­ado de nuestro actual sistema alimentari­o es una buena razón para repensar sobre los precios de los alimentos y trabajar hacia políticas que promuevan mejor la salud, la seguridad y el bienestar humano.

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