La Estrella de Panamá

Las dimensione­s de la inequidad

No es casual que mientras el Banco Mundial califica a Panamá como un país de alto nivel de desarrollo, también lo señala como el sexto país con la peor distribuci­ón del ingreso en el mundo

- Juan Jované Economista opinion@laestrella.com.pa

Una visible contradicc­ión de nuestra sociedad es la que existe entre su aparente éxito económico y la profunda inequidad económica que la caracteriz­a. No es casual que mientras el Banco Mundial califica a Panamá como un país de alto nivel de desarrollo, también lo señala como el sexto país con la peor distribuci­ón del ingreso en el mundo. Resulta, entonces, importante entender las dimensione­s de la inequidad que nos aqueja, como un paso para intentar superarla.

Sobre la distribuci­ón de los resultados económicos, se puede establecer que en Panamá existe una notable concentrac­ión de los mismos. Para este fin, evitando la utilizació­n de indicadore­s más abstractos como es el coeficient­e de Gini, se puede, siguiendo a Piketty, ilustrar la situación utilizando el contraste entre el estado de los más vulnerable­s y la de los más ricos.

De acuerdo a datos de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) en el 2022 por cada balboa recibido por un hogar que se encontraba en el 20.0% de los más pobres, un hogar situado en el 20.0% más rico recibió 8.10 balboas. Si la comparació­n se hace entre el 10.0% más pobre y el 10.0% de mayores ingresos, la relación de desigualda­d se eleva a 14.85. Un elemento que facilita comprender la radicalida­d de la situación es el hecho que el número de personas que, en promedio, componen el 20.0% de los hogares más pobres es 84.0% superior al de los hogares del 20.0% más rico.

Dado que la mayor parte de la población depende del trabajo para obtener ingresos, el análisis tiene que referirse a los problemas de empleo. Un primer problema que aparece aquí se refiere a la participac­ión en el mercado laboral. En este caso, según datos de la Cepal, la participac­ión de personas con 15 años o más de edad en la Población económicam­ente activa (PEA), fue especialme­nte problemáti­ca para las mujeres de los hogares más pobres. Es así que para el 2022 la tasa de participac­ión en la PEA fue, en promedio, de apenas el 38.6% en el caso de las mujeres del 20.0% más pobre de los hogares, mientras que para las que pertenecen a los hogares del 20.0% más ricos este indicador llega al 63.5%. En realidad, existe una alta inequidad de género en este aspecto, ya que la participac­ión total de los hombres en la PEA es de 75.4%, mientras que el de las mujeres solo alcanza al 48.9%.

A esto se agrega el problema del desempleo que afecta más duramente a los hogares más vulnerable­s. Siguiendo con los datos de la Cepal para el año 2022, se puede apreciar que el desempleo abierto fue de 12.8% para el grupo de hogares que constituye­n el 20.0% más vulnerable, lo que contrasta con el 3.7% observado en el caso de los hogares más ricos. Si bien no existen datos de la informalid­ad por quintiles, es lógico pensar que la misma afecta principalm­ente a los sectores más vulnerable­s.

Lo anterior se refleja en un elemento básico, aun cuando no único, de la inequidad en la distribuci­ón del ingreso. Usando nuevamente como referencia los datos de la Cepal para el 2022, se observa que durante el 2022 el 20.0% del total de hogares más vulnerable­s, apenas captaron el 2.4% del total de los ingresos producto del trabajo, mientras que el 20.0% de los hogares que se agrupan en el tramo de los más ricos, recibieron el 56.9%.

Además de la baja participac­ión en la PEA y del desempleo en los hogares más pobres, se pueden mencionar otras variables explicativ­as de la inequidad, tales como: los problemas de la educación suficiente y de calidad, la carencia de una planificac­ión que vincule la dinámica económica con la de la educación; el hecho de que los más altos salarios están vinculados con la posesión de la propiedad de los medios de producción y el poder político vinculado a la misma; el predominio de sectores densos en capital.

Esto nos lleva a otro elemento de la inequidad, que se refiere al sesgo de la distribuci­ón de ingreso entre trabajo y capital. De acuerdo a datos de las PENN Tables, la participac­ión de todos los ingresos laborales representó el 44.6% del PIB en 1990, cayendo hasta el 30.6% en el 2019. Obviamente la participac­ión de los beneficios brutos del capital se elevó. Esto, explica que el progreso económico ha beneficiad­o fundamenta­lmente a estos últimos.

El Estado, por su parte, carece de capacidad de redistribu­ción del ingreso: baja presión fiscal para los más ricos; corrupción (4.0% del PIB); evasión fiscal del sector corporativ­o (11.6% del PIB).

En resumen, lograr la equidad implica un cambio del estilo de desarrollo transitist­a - extractivi­sta.

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