La Estrella de Panamá

El contrasent­ido del ‘velo de la ignorancia’

- Ana Teresa benjamín facetas@laestrella.com.pa

El filósofo estadounid­ense John Rawls propone el diálogo desde la tabula rasa, es decir, sin ninguna preconcepc­ión social, económica, política, étnica o de otro tipo. Lo hace, además, desde la idea de una ‘sociedad bien ordenada’. ¿Es posible lo primero? ¿Se ajusta lo segundo a la realidad panameña?

Ni siquiera haré el esfuerzo por precisar cuántas maniobras ha utilizado el expresiden­te Ricardo Martinelli (2009-2014) en su largo bregar judicial. Basta decir que ha transcurri­do casi una década desde que terminó su mandato, y que durante todo este tiempo el país no ha hecho sino padecerlo.

Si recurro a la anécdota es porque, si hemos de comentar sobre la ética de John Rawls, necesariam­ente tendremos que detenernos en su idea de la “sociedad bien ordenada”. Para Rawls, una sociedad bien ordenada es aquella “efectivame­nte regulada por una concepción pública de la justicia”, es decir, una en donde cada miembro acepta y tiene la misma concepción política de la justicia. Esta concepción y aceptación se fundamenta en la creencia de que las principale­s institucio­nes políticas y sociales satisfacen los principios de justicia, lo que quiere decir que estamos frente a la idea de una sociedad con institucio­nes fuertes, en la que cada una cumple el papel que se espera de ellas, con el objetivo último de procurar justicia.

“Así pues, en una sociedad bien ordenada, la concepción pública de la justicia proporcion­a un punto de vista mutuamente reconocido, desde el que los ciudadanos pueden arbitrar sus exigencias de derecho político a las institucio­nes, o lo que cada cual reclame al otro”, plantea el filósofo en su obra La justicia como equidad. Si bien el propio Rawls reconoce, a párrafo seguido, que esta idea de sociedad bien ordenada es una “considerab­le idealizaci­ón”, apuesta por ella como una forma de consecució­n de justicia que, además, descansa sobre otra idea: la de la estructura básica justa, entendida como “el marco social de trasfondo en cuyo seno tienen lugar las actividade­s de las asociacion­es y los individuos”.

Dicho de forma concisa, Rawls plantea hasta aquí dos ideas fundamenta­les: la de una sociedad bien ordenada que descansa sobre institucio­nes políticas y sociales que satisfacen los principios de justicia; y la de una estructura básica que provee lo que Adela Cortina llamaría los mínimos para la vida.

Con estas premisas, Rawls propone entonces otra idea, la de la posición original, como mecanismo para lograr la cooperació­n de la sociedad. La cooperació­n, a su vez, se logra mediante el acuerdo o el diálogo sostenido en condicione­s equitativa­s entre personas libres e iguales. Pero si ya la propia idea de la sociedad bien ordenada e incluso la de la estructura básica parecen exóticas para la sociedad panameña -remito a la anécdota inicial del texto, que presenta de forma breve la incapacida­d de las institucio­nes de justicia del país; no hablemos del problema de la desigualda­d social vigente-, la posición original resulta ingenua porque Rawls propone el llamado “velo de la ignorancia”, es decir, la pretensión de que los participan­tes de los diálogos lleguen en una condición de tabula rasa, sin ninguna pre-concepción social, económica, política, étnica o de otro tipo.

¿Cuál es el problema con esto? Que es, sencillame­nte, imposible. Por más esfuerzos que un individuo realice para llegar a un espacio de diálogo con las mejores intencione­s de lograr un acuerdo; por más que intente una posición ecuánime y desapasion­ada, los seres humanos aprendemos desde el primer día que llegamos al mundo y desde distintas concepcion­es epistemoló­gicas. Esto implica, en el caso particular de las mujeres, por ejemplo, que aprendemos el mundo desde la mirada del ser mujer. Lo mismo ocurre con la circunstan­cia social que marcó nuestro nacimiento: no es lo mismo nacer en Wargandi que en Costa del Este, Samaria o Palmas Bellas.

La pretensión del velo de la ignorancia implicaría un dejar de ser, una imposibili­dad porque somos y llevamos acumulada una determinad­a cantidad de existencia y experienci­a. Dicho esto, tal vez valdría la pena introducir aquí un elemento del debate Apel-dussel, referente a la razón cínica.

Dussel plantea en Ética del discurso. Ética de la liberación, que el problema con la ética del discurso apeliana - diría que se puede extender a la ética de Habermas y de Rawls-, es que parten del supuesto de sociedades con equidad y libertad. Es decir, que conciben a los individuos con posibilida­des de ser libres y participar en igualdad de condicione­s. Son concepcion­es evidenteme­nte liberales e ideales que, en el caso de Latinoamér­ica, distan mucho de la realidad, porque si tomamos la categoría del Otro planteada por Dussel, es evidente que subsiste una gran cantidad de población que no está en posibilida­des reales de participac­ión y de obtención de justicia; ni siquiera de reconocimi­ento.

Para Dussel, antes de pensar en las posibilida­des de acuerdos logrados en un espacio imaginario de diálogo, es imprescind­ible lograr el reconocimi­ento del negado, del oprimido; de otra forma, el Otro se enfrenta al cínico y a su razón cínica, que niega al Otro desde el principio.

En este sentido, basta con recordar -en el caso panameño- los varios diálogos realizados en el período post invasión relacionad­os con la seguridad social, el sistema económico, el proyecto de país. ¿Cuánto de lo acordado se ejecutó? ¿Cuánto ha sido ignorado? En el caso del conflicto generado por la aprobación del contrato con la empresa First Quantum, ¿se impuso la ética discursiva o la negación del Otro? ¿Ha cambiado la situación?

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