Sotelo no te calles
en una conversación telefónica el hecho ya forma parte del ejercicio cotidiano de su profesión. Los pormenores del caso me recordó al asesinado colega Pablo Medina, quien, en una cobertura conjunta revelaba los detalles de los constantes amedrentamientos de que era objeto por las vías al alcance de los perpetradores del miedo: llamadas telefónicas, mensajes de texto, esquelas y recados.
Con Sotelo, el esquema es similar, salvo el detalle de que el recado lo entrega el propio mandamás molesto por la cobertura que dejaba en evidencia los malos manejos financieros de la Comuna a cargo de Schlender.
“No tengo miedo” es la frase común de los periodistas que viven bajo amenaza. Pablo Medina decía: “Si es necesario voy a morir defendiendo la verdad”. Sotelo también habla en los mismos términos y pareciera ser un mantra para autoconvencerse de que informar es una especie de escudo invisible contra las balas de los que se enojan y que ven que la verdad los desnuda en las pantallas de televisión, en las emisiones radiales o en páginas de diarios. Pero a los efectos prácticos, cuando vemos correr sangre de colegas, sabemos que ese mantra no funciona.
En un momento en el que el Gobierno –con sus tres poderes– se ha comprometido ante la UNESCO a crear un comité de protección a periodistas en situación de riesgo, debería actuar de oficio en este caso. Convendría, por ejemplo, que Ricardo Merlo, fiscal de la Unidad Especializada en Derechos Humanos, active los mecanismos que salvaguarden la integridad de Sotelo y le garanticen el derecho a la libre expresión.
Una vez más, el Estado se luce con hermosas cartas de intención o leyes con las que se pasea por el mundo pregonando su democracia pero cuando llega a casa nada hace.
El Gobierno debería dejar de encubrir a los narcopolíticos y debería actuar efectivamente para garantizar que la información llegue a los ciudadanos y no amedrentar a la gente que no toca la música que a las autoridades les complace.
#SoteloNoTeCalles