Ser perfectos como el Padre
Mt 5,38-48
El texto de este domingo forma un conjunto con lo anterior, pues Jesús expone seis antítesis. Ellas tienen esta estructura: “Ustedes han oído que se dijo tal cosa, en el Antiguo Testamento; pero yo ahora les digo tal y tal cosa”. Es decir, su observancia ha de formar los auténticos amigos de Cristo.
Cuatro de ellas hablan de no matar, ni llamar al otro de imbécil; de no cometer adulterio, ni en actos, ni tampoco en pensamientos; de no divorciarse; de no jurar, ni por el cielo ni por la tierra.
Hoy enseña dos cosas más: no reaccionar al estilo “ojo por ojo y diente por diente”, y también que hay que amar a los enemigos, rezar por los que nos persiguen y hacer el bien a los que nos hacen el mal.
Quizás la palabra “enemigo” suene demasiado grande, pues ¿quién de nosotros tiene enemigos literalmente? De repente, es más oportuno hablar de “brujas y pesados”, pues seguramente todos tenemos este grupo de gente alrededor y tenemos que relacionarnos con ellos.
Si queremos ser sinceros, no solamente hemos de considerar a los demás como “brujas y pesados“, pero analizarse para ver si uno mismo no es el primero a estar en esta clasificación. Además, hay que cuidarse con la tendencia tan común del ser humano, que es justificarse en todo y condenar fácilmente al otro.
Entonces, Jesús nos exhorta a que debemos hacer el bien a las “brujas”, a estas mujeres que son sobradoras y chismosas. Igualmente, a los varones que son “pesados”, verdaderos ogros, que no respetan sus límites y atropellan abusivamente a los demás.
No debemos tratarlos con la ley de talión, lo que exige de nosotros no querer hacer justicia con las propias manos, es más, a dominarse para no buscar la venganza, que agranda la espiral de violencia, la cual transforma la existencia humana en una tensión constante y destruye un montón de cosas lindas.
No es nada fácil bendecir a los que nos difaman y elogiar a los que nos desprecian, pues no es un acto de la naturaleza humana: es un acto de la naturaleza divina. Por eso que Jesús afirma: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”, pues Él hace el sol nacer para “brujas y princesas”, para “pesados y bien educados”.
En fin, no debemos hacer el bien a las “brujas y pesados” por la simpatía que ellos irradian, pues muy poco la irradian, sino porque Dios los ama y nos ordena que los amemos también.