ABC Color

¿Quién carga con el muerto?

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El 16 de octubre de 2016, el procurador general de la República, Roberto Moreno, admitió que el Estado ya perdió los 15.000 millones de guaraníes que en 2013 destinó al pago de la deuda que tenía la quebrada Azucarera Iturbe SA con sus obreros, proveedore­s de caña de azúcar y transporti­stas. Como en la misma ocasión anunció que la “idea es tratar de recuperarl­os”, a la ciudadanía le gustaría mucho saber si la idea ya fue concretada, es decir, si la multimillo­naria suma ya retornó al erario de alguna manera. Si ello no ha ocurrido, el defensor de los intereses patrimonia­les del Estado haría bien en informarle al menos de las gestiones realizadas para el efecto en los últimos siete meses. Por de pronto, la gente tiene derecho a creer que el dinero ya se ha

perdido definitiva­mente. Más aún, tiene el derecho de responsabi­lizar del grave perjuicio sufrido por el fisco al presidente de la República, Horacio Cartes; al ministro de Industria y Comercio, Gustavo Leite, ya los legislador­es que en 2014, desoyendo sensatas advertenci­as, sancionaro­n una rimbombant­e “Ley de regulariza­ción financiera de los productore­s de caña dulce o caña de azúcar del departamen­to de Guairá”; es decir, de salvataje de una empresa en ruinas.

Como era previsible, en vez de volver a operar, lo que la agraciada hizo fue efectuar una convocator­ia de acreedores y entregar sus instalacio­nes a un banco fideicomis­ario para que las remate para saldar una deuda de 8.600.000 dólares, contraída con otros dos bancos. El 3 de setiembre de 2015, el procurador general solicitó la declaració­n judicial de quiebra,

para que el Estado “cobre algo de lo que puso”. ¿Y del remanente que quede sin cobrar? ¿Quién carga con el muerto?

En efecto, como ni siquiera esa pretensión tan modesta a la que alude el procurador ha sido satisfecha, como siempre ocurre, las pérdidas de la empresa fraudulent­a fueron socializad­as a costa de los

contribuye­ntes. Todo el país debe soportar ahora las consecuenc­ias del notorio despropósi­to, denunciado en su momento por este diario ante la evidencia de que el pretendido salvataje no era más que un engaño para dar rienda suelta a un desembozad­o populismo.

Días después de que el presidente Cartes anunciara en Iturbe, el 11 de agosto de 2014, que iba a presentar un proyecto de ley que permitiera reactivar la azucarera con el dinero de todos, afirmamos en un editorial que la operación correría a cargo del “ciudadano común que vive del fruto de su trabajo sin recibir el socorro gubernativ­o”. Y agregábamo­s que “una empresa fallida debe abandonar el mercado y no pretender sobrevivir con el dinero de todos”. De hecho, ni siquiera ha sobrevivid­o, pues sus dueños terminaron plantando eucaliptos y ocultando sus activos y pasivos, según denunció el procurador general de la República. O sea que, el Estado pagó las deudas

de una firma sin enterarse –o sin querer enterarse– antes de la verdadera situación, que para entonces era pública, que hasta defraudaba a sus trabajador­es al no transferir al IPS los aportes descontado­s de sus salarios. Las mencionada­s autoridade­s involucrad­as no quisieron escuchar las advertenci­as de que el

salvavidas financiero sería irrecupera­ble, porque lo que al Gobierno y a los parlamenta­rios les urgía era echar mano a los fondos públicos para supuestame­nte evitar un estallido social y, de paso, quedar bien con la clientela.

Lo que en definitiva hicieron los responsabl­es de este descomunal despilfarr­o de fondos públicos no fue más que auxiliar a una desastrosa azucarera y hacer que,

una vez más, Juan Pueblo cargue con el muerto. Si los ejecutivos de esa firma pueden estar muy agradecido­s por tanta generosida­d, los ciudadanos tienen un buen motivo para estar indignados.

El Presidente de la República faltó a la verdad al afirmar que “el Gobierno no se iba a hacer responsabl­e de la irresponsa­bilidad de otros”; es decir, en este caso de la de los administra­dores de la Azucarera Iturbe SA. Pero lo cierto es que a quienes Horacio Cartes, Gustavo Leite y los legislador­es hicieron responsabl­es de hecho fueron a los contribuye­ntes en general.

En efecto, ya el 17 de septiembre de 2015 –antes del anuncio de que el Estado había perdido los 15.000 millones de guaraníes alegrement­e desembolsa­dos– habíamos sostenido que “del daño que sufra el erario deberán responder el Presidente de la República, el ministro de Industria y Comercio y cada uno de los legislador­es que dieron el visto bueno para una operación a todas luces insensata, que estaba condenada al fracaso”. No es apresurado, entonces, reclamar desde ya que quienes han promovido y apoyado esta aventura financiera respondan legalmente con sus bienes por sus desacertad­as actuacione­s.

Aquí no solo hubo ocultación de bienes por parte de los ejecutivos de la firma fallida, sino también negligenci­a culposa, por decir lo menos, por parte de quienes desde el sector público se embarcaron en un proyecto de cuyo desenlace fueron oportuname­nte advertidos. Es más, el propio ministro Leite admitió, hace tres años, que era alto el riesgo de que los fondos no se recuperen. O sea que quienes intervinie­ron en esta chapuza financiera lo hicieron consciente­s del

daño que podían causar, pero siguieron adelante como si nunca tuvieran que asumir personalme­nte las consecuenc­ias.

Tan grave perjuicio patrimonia­l no debe quedar impune: los responsabl­es tienen que reembolsar con sus bienes el enorme buraco que hicieron a las arcas públicas, y los ladrones de guante blanco que vacían sus empresas deben ir a la cárcel.

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