ABC Color

Sobran leyes, faltan honestidad y coraje.

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La Asociación Rural del Paraguay (ARP) ha emprendido una “cruzada por la seguridad de todos y cada uno de los habitantes” del país. La iniciativa merece el aplauso de la ciudadanía castigada por el flagelo de la violencia cotidiana contra la vida y los bienes de quienes tienen derecho a vivir en paz y libertad, sin el temor de ser asaltados, secuestrad­os o asesinados. Como anunció el titular de la ARP, Luis Villasanti, ya se realizó una primera reunión con representa­ntes de los poderes del Estado y otros sectores para analizar la situación y “buscar juntos la solución”. Volverán a encontrars­e para presentar propuestas específica­s. Es deseable que estos encuentros sirvan para algo más que para la foto, que es para lo único que suelen servir las manidas “cumbres de poderes”. El país está harto del palabrerío inútil y desea hechos concretos. Esta cruzada debe ir acompañada, si no precedida, por otra contra la corrupción, que es la causa principal de la impunidad de tantos atracos, secuestros y asesinatos. Es de desear que en las reuniones que se realicen se ocupen de esa madre prolífica de todas las demás modalidade­s delictivas que proliferan en nuestro país.

La Asociación Rural del Paraguay (ARP) ha emprendido una “cruzada por la seguridad de todos y cada uno de los habitantes” del país. La iniciativa merece el aplauso de la ciudadanía castigada por el flagelo de la violencia cotidiana contra la vida y los bienes de quienes tienen derecho a vivir en paz y libertad, sin el temor de ser asaltados, secuestrad­os o asesinados. En los últimos años, el orden público ha venido siendo atacado con una frecuencia y una intensidad cada vez mayores por los criminales –organizado­s o no– por la simple razón de que tienen buenos motivos para confiar en que no serán castigados de acuerdo a la ley, debido a la indolencia y, sobre todo, a la corrupción de los agentes estatales .Yano se asaltadost­rata soloa manode que armada, individuos aunqueo localesmás no sea comerciale­spara robar sean un teléfonode­l Alto móvil, Paraná, sino puedede que quedaruna gran durante ciudad, horas comoen manosla capital de maleantes dotados de pertrechos bélicos, ante la total inoperanci­a de las fuerzas policiales. Como anunció el presidente de la ARP, Luis Villasanti, ya se realizó una primera reunión con representa­ntes de los poderes del Estado y otros sectores para analizar la situación y “buscar todos juntos la solución”. Volverán a encontrars­e para presentar propuestas específica­s. Es deseable que estos encuentros sirvan para algo más que para la foto, que es para lo único que suelen servir las manidas “cumbres de poderes”.

El país está harto del palabrerío inútil y desea hechos concretos. El mero intercambi­o de inquietude­s y de opiniones e incluso los compromiso­s asumidos en consecuenc­ia no servirán de nada mientras no se tomen las medidas oportunas para precautela­r la seguridad que, como bien señala el citado ganadero, es indispensa­ble para que haya desarrollo. Es muy cierto que “ningún Gobierno solucionó la insegurida­d”, pero ello no se debe a que el Código Penal sea ajeno a nuestra realidad. Este conjunto de normas es perfectibl­e, sin duda, pero está lejos de constituir la causa principal del auge de la delincuenc­ia. El problema de fondo radica en la desidia, la negligenci­a, la irresponsa­bilidad y la corrupción de quienes deben aplicarlo, incluyendo a quienes tienen la función de prevenir e investigar los delitos. Se podrán tener las mejores normativas, pero con los agentes estatales que sufrimos, la población nunca podrá estar segura. Por ejemplo, si los motoasalta­ntes proliferan no es porque la legislació­n les favorezca, sino porque muchos policías les cobran un porcentaje de sus ganancias ilícitas para que puedan actuar con impunidad. Si el narcotráfi­co prospera, no es porque falten leyes, sino porque a los fiscales, los magistrado­s y los agentes del orden les faltan el coraje para combatirlo y la honestidad para rechazar sus sobornos. De hecho, hay quienes están lisa y llanamente a sueldo del crimen organizado, como lo reveló el habría10 de pagadomayo el cuatro suboficial millones Marcode guaraníesA­ntonio Verdún,al hoy exjefe quien policialpu­esto en de una Alto subcomisar­íaParaná, Manuelde la rica Sosa, zona para marihuaner­aconservar de su Itakyry, y que, además, habría entregado 50 millones de guaraníes al anterior jefe, comisario Juan Fernández, y a los entonces jefes del Departamen­to Antinarcót­icos, comisario Cristian Cáceres, y de Investigac­ión de Delitos, comisario Arsenio Correa.

¿De qué seguridad podrían gozar las personas honestas si tanto dinero sucio circula en el aparato estatal, donde también se halla instalada la mafia pura y dura? La zozobra permanente no es atribuible a las deficienci­as del Código Penal ni tampoco al segurament­e mejorable equipamien­to del Ministerio Público, del Poder Judicial o de la Policía Nacional. El principal obstáculo para precautela­r la seguridad lo constituye la podredumbr­e moral de numerosos agentes públicos, de todos los niveles. Esto implica que la “cruzada por la seguridad” debe ir acompañada, si no precedida, por otra contra la corrupción, que es la causa principal de la impunidad de tantos atracos, secuestros y asesinatos. En la última asamblea de la ARP se guardó un minuto de silencio en memoria de los dieciocho policías, once militares, veintinuev­e trabajador­es rurales y cuatro ganaderos ultimados por el EPP. En la lista de víctimas también figuran los tres secuestrad­os que siguen en sus garras, el colono menonita Abrahán Fehr, el ganadero Félix Urbieta y el policía Edelio Morínigo, este último desde hace casi tres años. Hasta la fecha, el combate contra esa banda criminal ha insumido el equivalent­e a por lo menos setenta millones de dólares, con pobre resultado, ya que esos bandidos continúan operando a sus anchas en el norte del país. ¿Es un asunto de ineptitud de la Fuerza de Tarea Conjunta, o es que también en este caso incide la corrupción? Hay fuertes indicios de que, en efecto, también los gastos en materia de vehículos, combustibl­es, municiones y armamentos dan lugar a malversaci­ones, sin olvidar que los sobresueld­os y los viáticos podrían inducir a los uniformado­s a mantener con vida a “la gallina de los huevos de oro”. En suma, a esta altura de la insegurida­d reinante, los ganaderos, lo mismo que las llamadas “fuerzas vivas” en general, no deben desentende­rse de la corrupción, como si fuera un fenómeno más o menos normal en el sector público que no les afectaría a ellos, dedicados solo al trabajo honesto. Esa lacra también mata, y no solo privando de medicament­os y de insumos a los hospitales públicos, sino también facilitand­o la criminalid­ad.

Es de esperar, entonces, que las reuniones iniciadas se ocupen muy especialme­nte de esa madre prolífica de todas las demás modalidade­s delictivas que proliferan en nuestro país.

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