ABC Color

Monseñor Medina

- Alcibiades González Delvalle alcibiades@abc.com.py

Monseñor Mario Melanio Medina prestó a la iglesia católica y al país un servicio ponderable. Desde marzo es obispo emérito pero su vocación de estar junto a la gente necesitada –de pan y de ideas nobles– le condujo a nuevos proyectos sin la enorme responsabi­lidad de estar al frente de las diócesis de Misiones y Ñeembucú, pero con la misma pasión de contribuir con el progreso espiritual y moral de la patria.

En los tiempos oscuros de la dictadura, monseñor Medina fue ejemplo de coraje al denunciar sin descanso los atropellos a los derechos humanos. Se puso con decisión del lado de los campesinos que sufrían persecucio­nes despiadada­s por sus afanes de una vida mejor. Alumno destacado del recordado monseñor Ramón Bogarín, a cuyo lado aprendió que no hay paz sin justicia, sus primeras inquietude­s como servidor de la Iglesia estuvieron en trabajar desde el púlpito y la calle porque a los ciudadanos les alcance la bendición de la justicia.

Tales razones le condujeron hacia la considerac­ión de la comunidad eclesial que vio en el Padre Medina a un sacerdote ejemplar, dispuesto a llevar adelante el singular desafío de la “opción preferenci­al por los pobres”, doctrina formulada en el documento de la III Conferenci­a General del Episcopado Latinoamer­icano de Puebla, México, en 1979. La pobreza es tanto más dolorosa cuando se origina en la injusticia social la que a su vez, generalmen­te, nace de prácticas administra­tivas corruptas instaladas por las autoridade­s nacionales, regionales y locales.

Se entiende, entonces, que monseñor Medina tuviera mucho trabajo en su empeño por moralizar las institucio­nes estatales y a quienes las administra­n.

En los tiempos de la dictadura había cuatro nombres de sacerdotes, entre otros, que se pronunciab­an con admiración y respeto: Monseñor Rolón, monseñor Maricevich, monseñor Medina y el Padre Américo Ferreira. Todos ellos sufrieron de la dictadura un ensañamien­to tenaz, sin descanso, por la defensa de los valores cristianos.

Monseñor Medina estuvo al frente de una organizaci­ón de defensa de los derechos humanos, Prodemos, que no cesaba en denunciar los casos más increíbles de, por ejemplo, la represión a los opositores que procuraban un país mejor; a las organizaci­ones campesinas que luchaban por su derecho de hacerse oír y participar en las decisiones que se tomaban en su nombre.

Igualmente el obispo emérito encabezó un proyecto periodísti­co alternativ­o, “Nuestro Tiempo”, que se publicaba mensualmen­te en la ciudad brasileña de Foz de Yguazú porque en el Paraguay no había imprenta que se animara a hacerlo sin una orden del ministerio del Interior. Y este ministerio prohibió la publicació­n de la revista a la que calificó de “contrera” sin antes de aparecer. Pronto monseñor Medina tuvo que acudir al Departamen­to de Investigac­iones de la Policía de la Capital a interesars­e por la suerte de uno de los redactores, Edwin Brítez, apresado por el terrible delito de estar en posesión de algunos ejemplares de “Nuestro Tiempo”, recién llegados de Foz. Al poco tiempo tuvo que hacer lo mismo ante el apresamien­to de un colaborado­r que introdujo la revista a nuestro territorio.

Se pensaría que con la caída de la dictadura monseñor Medina ya no tendría motivos de preocupaci­ón. Pero no. Muchísimas cosas no habían cambiado, y otras, cambiaron para peor. Desde los púlpitos de Misiones y Ñeembucú su voz seguía alzándose en favor de la justicia, de la paz, de la honestidad, ante los hechos que desmentían el progreso moral de la nación. Las persecucio­nes a campesinos seguían con fuerza como la masacre de Curupayty; la delincuenc­ia organizada, como el supuesto Ejército Paraguayo del Pueblo (EPP), que sigue castigando con el ejercicio de los más atroces crímenes; la codicia insaciable de los políticos; los escandalos­os robos al Estado con el agravante de la impunidad; el intento del oficialism­o, aliado con supuestos opositores, de violar la Constituci­ón Nacional para permitir la reelección de Horacio Cartes, y tantos otros hechos singulares, estuvieron en la tenaz denuncia de monseñor Medina.

Luego de tantos trajines, ya tendría derecho al descanso en su casa familiar de Fernando de la Mora. Pero no. No está hecho para el descanso.

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