ABC Color

Trump vs. Cuba. ¿Y?

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Danilo Arbilla

Como era de esperar y como sucede desde que asumió, Trump no conformó a nadie con “su política” para Cuba. Ni una cosa ni la otra, y más bien todo lo contrario.

Es mucho más fácil hacer declaracio­nes “rimbombant­es” desde la oposición para titular los diarios o abrir los informativ­os, que tomar decisiones “rimbombant­es” cuando se está en el gobierno. Lo cómodo es prometer y denunciar durante la campaña electoral, lo difícil es cumplir o destapar los tarros cuando se está en el poder.

Es notorio que el tema América Latina (AL) no ocupa un lugar prioritari­o en la agenda del nuevo presidente de los EE.UU. El “subcontine­nte” –el viejo, “patio trasero”– ya genera pocos títulos en los medios y escasas angustias o expectativ­as a la administra­ción norteameri­cana. Tradiciona­lmente el Departamen­to de Estado se preocupa por Brasil –hasta hubo quien recomendó solo hablar el portugués en la sesión de AL.–, pero por el momento ese tema aconseja mantener prudencia: es casi imposible saber, por muy experto diplomátic­o o agente de la CIA, el FBI o la DEA que se sea, en qué va a derivar y mucho menos cómo va a terminar, el “caso brasileño”. Respecto a Venezuela nada ha cambiado: alguna declaració­n de censura, pero EE.UU. sigue siendo el mayor comprador de petróleo venezolano.

Con Cuba, en cambio, Trump estaba obligado. Le hizo promesas a los votantes de La Florida, a lo que se suman la presión y la presencia de legislador­es cubano-americanos que están a su y de su lado.

La cuestión era si cerraba o no la embajada en La Habana. Todo lo demás son detalles.

Lo que hizo Obama fue adornar la agenda para sus futuras conferenci­as: reanudó relaciones e instaló la Embajada. Pero no mucho más; nada o casi nada en cuanto a presionar y avanzar en la apertura democrátic­a y el retorno de las libertades en la isla. No consiguió ni “suavizar” el discurso del pope del régimen ni el de sus adláteres, amanuenses, testaferro­s o fanáticos locales y especialme­nte internacio­nales.

Si Trump quería diferencia­rse de Obama debió cerrar la embajada. No es que significar­a mucho, pero importaba por su carácter “emblemátic­o”.

Ahora, la cuestión es si hubiera servido de algo un “endurecimi­ento” respecto a Cuba. Quizás no sirviera de nada, como no sirvió la “apertura” de Obama quien, a lo sumo, abrió un poco el grifo para que fluyera algo de oxígeno al castrismo.

Los duros dicen que esta vez sí el “embargo” hubiera tenido efecto, pues al régimen, que vivió primero de la Unión Soviética y luego se salvó gracias a los petrodólar­es del chavismo, ya no le quedan fuentes de recursos a que apelar.

Quizás sí, quizás no. Todo muy teórico. Lo único cierto, lo que la experienci­a confirma, es que el embargo no sirvió. Más de medio siglo lo certifica. Esto es: no sirvió para que cayeran los Castro ni para que la democracia se restaurara en Cuba. Por el contrario sí le fue muy útil al propio régimen cubano para justificar, ante el mundo y ante los propios cubanos, el fracaso del sistema aplicado a partir del momento en que Fidel se declaró marxista leninista e impuso el totalitari­smo en la Isla. El “bloqueo”, como le llaman, justificó todos los males y fue el punto de apoyo para todas las críticas “al imperio”, el cual, pese al paso de los años y de los titulares en su presidenci­a, parece seguir sin darse cuenta.

El embargo, visto lo que hay y lo ocurrido, ayudó al castrismo, pero en nada a los cubanos. Por otro lado implicó, a su vez, limitacion­es para las libertades de los propios norteameri­canos. No solo para comerciar o viajar a donde quieran, sino también para su derecho a informarse.

En concreto, con relación a Cuba, Trump no aportó novedades. No hizo ningún “disparate”: ni reimplantó “el embargo” en todos sus extremos, ni puso fin a una situación inoperante y que solo beneficia a las supuestas víctimas.

En fin, quizás sea una muestra más de lo mal que se maneja el Departamen­to de Estado, o quizás sea producto de la “ignorancia” de Trump en materia de política exterior, o simplement­e, se trata de que no les interesa ni les preocupa América Latina ni los latinoamer­icanos. Incluidos los que viven en los EE.UU.

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