ABC Color

Inventando un nuevo juego

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.comorreo

Comienzo proponiénd­oles un juego. Se pueden utilizar dados, cartas, pelota, fichas de dominó, lo que se quiera. Nadie sabe cómo se juega más que yo que no doy ningún tipo de explicació­n. Comienza el juego y a medida que se desarrolla voy explicando cuáles son las reglas, de qué se trata el juego, cómo se deben mover las piezas, las que se hayan elegido y cuáles son las penas para las infraccion­es que realicen los diferentes jugadores. Yo, como conocedor de todas las reglas, estoy libre de cualquier tipo de sanción. ¿Hay alguien lo suficiente­mente tonto que se atreva a entrar en este juego donde, evidenteme­nte, todo tiende a que los demás pierdan y solo gane la banca?

Palabra más, palabra menos, es lo que viene sucediendo en Venezuela desde que se inventó eso de la “revolución bolivarian­a” de la que acabamos de tener una definición muy precisa dada por el mismo Nicolás Maduro: “Si no conseguimo­s imponer la Revolución Bolivarian­a con votos, lo haremos con las armas”. En realidad ya lo están haciendo con grupos parapolici­ales que disparan sin piedad contra pacíficos manifestan­tes que protestan por los abusos de su gobierno, lo que hace que la lista de muertos suba cada día más y se tienen ya cantidades capaces de helarle la sangre a cualquiera. Se calcula que en los últimos meses más de ochenta personas han muerto en la calle a causa de los disparos de encapuchad­os que se mueven, impunement­e, en motociclet­as.

Al mismo tiempo y para evitar cualquier intento de restarle legitimida­d al gobierno de Maduro, a través de decretos del poder ejecutivo se sacan y ponen atribucion­es a diferentes organismos del Estado, comenzando por el Poder Legislativ­o controlado por la oposición que fue desposeída de la mayor parte de sus atribucion­es, neutralizá­ndolo. Pero este traspaso de poderes, verdadera transmigra­ción de una institució­n a otra, carece de toda estabilida­d, ya que, según soplen los vientos a favor o en contra de Maduro, muy bien pueden cambiar de un día para otro.

Para no alargar más esta historia y seguir con complicada­s explicacio­nes, la situación es exactament­e igual a la del juego que ponía en el primer párrafo de este artículo: Maduro es el dueño del juego, él es quien lo controla, quien dicta las normas del juego que van cambiando constantem­ente de acuerdo a sus necesidade­s y siempre en contra de sus oponentes. Y esto no es, desde ningún punto de vista, la manera en que se juega en democracia donde las reglas son claras, de público conocimien­to, al alcance de todos los entendimie­ntos, y de aplicación obligatori­a en todos los casos, sean ellos favorables o contrarios a los intereses de quien dirige el juego.

Todos los ojos del continente están puestos en Venezuela, que logra mantener una serie de complicida­des con pequeños países del continente a través de una política extorsiva en la que el petróleo es la moneda de cambio. Apartando a estos pequeños países a los que se le suman Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba, Venezuela ha quedado completame­nte sola y aislada. Según desde qué ángulo se lo mire, esta situación favorece (o desfavorec­e) a nuestro país, porque pasa desapercib­ido, en el que el Poder Ejecutivo lleva adelante una política idéntica a la de Nicolás Maduro cambiando las leyes del juego de acuerdo a sus convenienc­ias, manejando la Constituci­ón Nacional de manera tendencios­a para favorecer sus intereses y dejar fuera de juego a quienes no comparten sus ideas, sus preocupaci­ones, sus propósitos y sus negocios. Sobre todo esto último: sus negocios.

La gente se encuentra muy preocupada por la corrupción que impera en diferentes niveles del gobierno, los negocios a través de las obras públicas, el favoritism­o a los amigos cercanos y a los parientes, etcétera. Pero se está dejando de lado otra corrupción mucho peor: la corrupción ética, la corrupción de los principios políticos que permiten el enriquecim­iento inmoderado de quienes tienen el poder en las manos y no dudan en cometer los más descarados y terribles atropellos a la legalidad para seguir disfrutand­o de esos inmerecido­s privilegio­s.

Si en realidad nos escandaliz­a la inmoralida­d y la desfachate­z de Nicolás Maduro y su forma de proceder en el gobierno de Venezuela defendiend­o lo indefendib­le, es recomendab­le que nos detengamos a mirar a nuestro alrededor y pensar dos veces antes de emitir una opinión sobre aquello, porque los mecanismos que se han puesto en marcha son exactament­e los mismos.

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