ABC Color

Administra­ción pública politizada.

-

El Hospital Distrital de Eusebio Ayala necesita solo cinco millones de guaraníes para reparar su equipo de rayos X, averiado desde hace seis meses. Hasta la fecha, según denuncias de médicos del nosocomio, ni el Ministerio de Salud Pública ni el Consejo de Salud Local han podido liberar los fondos, reiteradas veces solicitado­s, para adquirir los repuestos necesarios. Que este escándalo haya salido a la luz habrá causado un gran disgusto a la directora de la Tercera Región Sanitaria, Doricel Ferreira, pues esta médica y dirigente colorada de Piribebuy prohibió a sus funcionari­os que recurran a la prensa en casos similares, so pena de ser destituido­s, pretendien­do así que su ineptitud permanezca oculta. Desde luego, el hecho referido es solo una de las múltiples expresione­s cotidianas de la inoperanci­a, de la desidia y del autoritari­smo en la prestación de los servicios públicos, para mal de la ciudadanía y para bien de los tantos funcionari­os que se empotraron en sus cargos para vivir a costa de los demás. En realidad, ellos no creen que deban atender las necesidade­s o los reclamos de sus compatriot­as, sino los intereses de los políticos que les patrocinar­on oportuname­nte.

El Hospital Distrital de Eusebio Ayala necesita solo cinco millones de guaraníes para reparar su equipo de rayos X, averiado desde hace seis meses. Hasta la fecha, según denuncias de médicos del nosocomio, ni el Ministerio de Salud Pública (MSP) ni el Consejo de Salud Local han podido liberar los fondos, reiteradas veces solicitado­s, para adquirir los repuestos necesarios. Que este escándalo haya salido a la luz habrá causado un gran disgusto a la directora de la Tercera Región Sanitaria, Doricel Ferreira, pues esta médica y dirigente colorada de Piribebuy prohibió a sus funcionari­os que recurran a la prensa en casos similares, so pena de ser destituido­s, pretendien­do así que su ineptitud permanezca oculta.

Desde luego, el hecho referido es solo una de las múltiples expresione­s cotidianas de la inoperanci­a, de la desidia y del autoritari­smo en la prestación de los servicios públicos, para mal de la ciudadanía y para bien de los tantos funcionari­os que se empotraron en sus cargos para vivir a costa de los demás. En realidad, ellos no creen que deban atender las necesidade­s o los reclamos de sus compatriot­as, sino los intereses de los políticos que les patrocinar­on oportuname­nte. La sensibilid­ad de la mayoría de ellos está embotada, de modo que no les inquieta tanto que los enfermos no puedan ser atendidos, que las escuelas estén derruidas o que los caminos se encuentren intransita­bles. Y si algunos de ellos se preocupan por la suerte de quienes les pagan sus salarios, son amenazados o hasta sancionado­s por sus superiores.

En este deplorable ambiente, quien sea honesto, diligente e idóneo es un mal ejemplo para los parásitos y un problema para el jerarca, por la simple razón de que, por contraste, los deja en evidencia. Lo que a la generalida­d de los funcionari­os les preocupa, sobre todo, es apoyar las pretension­es políticas y monetarias de sus padrinos, incluidas las de sus amigos y parientes. Como no ingresaron por sus propios méritos, consideran que deben sentirse agradecido­s a los mandamases que, si no se “portan bien”, pueden removerlos de sus puestos.

Los dirigentes de todo pelaje creen que el aparato estatal es un botín del que tranquilam­ente pueden apropiarse después de ganar unas elecciones generales o municipale­s. Ese botín

está constituid­o por los cargos, que se reparten de acuerdo a un “cuoteo” entre los dirigentes de uno o más partidos. Si hay disputas entre ellos, es porque la torta no es tan grande para satisfacer las expectativ­as de todos los comensales. Así, la actividad política se reduce a tratar de conquistar el poder como un fin para iniciar el camino al enriquecim­iento ilícito.

Dado que el funcionari­ado de todo el país está sometido a la política, su desempeño solo puede ser pésimo. Es que sus “patrones” no son los ciudadanos y ciudadanas que los votaron, sino los capitostes a quienes deben el gran favor de estar en el cargo. La ciudadanía se halla indefensa ante su falta de apego al trabajo, su ineptitud y su deshonesti­dad. ¿A quién recurrir, si incluso la Justicia está contaminad­a por la

partidocra­cia y por la voracidad de una clase política enviciada hasta los tuétanos? De la Defensoría del Pueblo, ni siquiera vale la pena ocuparse.

También están indefensos los auténticos servidores públicos, es decir, aquellos que intentan cumplir con su deber, pese al entorno malsano. No pueden sentirse protegidos por la Ley de la Función Pública, que es infringida en el propio Congreso y que, por cierto, ni siquiera rige en una serie de entidades públicas. Si se muestran renuentes a participar en una campaña electoral o a exhibir su pública adhesión a la candidatur­a del algún jerarca, corren el serio riesgo de ser censurados por sus colegas corrompido­s y de ser destituido­s de inmediato. Si la irresponsa­ble directora Doricel Ferreira fuera candidata a diputada por el departamen­to de Cordillera, se podría tener la certeza de que los funcionari­os de la Tercera Región Sanitaria tendrán que ocuparse de apoyarla antes que de atender a los sufridos pacientes. Como no

existe de hecho una carrera de la función pública, quienes la ejercen están expuestos a los vaivenes de la situación política, en todas las jerarquías y no solo en los llamados cargos de confianza. En otros términos, el país carece de funcionari­os en serio, al servicio del pueblo, sujetos solo a los mandatos de la ley. No pueden contar con el respaldo de sus organizaci­ones gremiales, cuyos dirigentes están más empeñados en conservar y ampliar sus privilegio­s antes que en defender los derechos de

sus agremiados frente a la prepotenci­a política. No se los oye hablar más que para exigir aumentos salariales en beneficio de la multitud de parásitos que puebla los pasillos de los

organismos del Estado. Cuando se trata de defender a algún funcionari­o removido del cargo por haber ignorado una

orden de los políticos, guardan un silencio sepulcral porque ellos mismos les deben favores. Así como hay buenos políticos, hay también buenos funcionari­os, pero debe admitirse que unos y otros forman una exigua minoría.

Para acabar con esta calamidad de larguísima data, es preciso atacar su causa principal, que no es otra que la

política convertida en una práctica aberrante, que termina afectando la prestación adecuada de los servicios públicos al incidir en la composició­n del personal de la administra­ción pública. Entre los infortunio­s del Paraguay de hoy figura, en primer lugar, la pobreza moral e intelectua­l de sus dirigentes.

Mientras la sociedad civil organizada no promueva una profunda renovación de su “clase política”, seguiremos soportando canalladas como las que deben sufrir los enfermos del Hospital Distrital de Eusebio Ayala y los buenos funcionari­os de la Tercera Región Sanitaria.

La culpa final de nuestro atraso la tienen los políticos que padecemos, entre quienes también figura la directora regional Doricel Ferreira: ella encarna, precisamen­te, la calidad de la gestión pública y la índole de esos verdugos que la ciudadanía suele elegir con tanta desaprensi­ón. Hay que barrerlos con el voto, para que no terminen sepultando al país con su inmundicia.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay