Universidad y sociedad del conocimiento
La idea de calificar a la sociedad universal prevalente como “sociedad del conocimiento” tuvo su origen hacia 1960, cuando los sociólogos analizaron los cambios de la industria y empezaron a hablar de la era postindustrial. Peter Drucker, por ejemplo, en 1959 pronosticó que se iniciaba una nueva clase de trabajadores, los trabajadores del conocimiento.
La idea y denominación de sociedad del conocimiento se asentó en Europa, sobre todo en Alemania, con los análisis de Nico Stehr en los años 90. Paralelamente en España Manuel Castell creó el neologismo de la “sociedad red” y tanto en lengua castellana como en la inglesa, según Karsnten Küger (2006), se extiende el concepto de “sociedad de la información”.
Actualmente entre los especialistas de ciencias sociales y los de políticas socioeconómicas el debate sobre el sentido y trascendencia de la llamada “sociedad del conocimiento” es un debate apasionado y apasionante. En cualquier caso, como observó Alvin Toffler en su libro best seller “Cambio de poder”, lo cierto es que los conocimientos se han convertido en la mayor fuente de poder y de riqueza. Lo que antes manaba principalmente de la producción agrícola y ganadera y después de la producción industrial, ahora fluye de la producción de conocimientos. Los hechos corroboran esta afirmación. Las empresas más ricas y poderosas en el mundo son empresas dedicadas a la producción de conocimientos. Y los trabajos y empleos más solicitados y mejor pagados son los de quienes se dedican a producir conocimientos (Jerry Kaplan, 2017).
Nuestro sistema educativo en todos sus niveles, incluido el universitario, no está organizado para enseñar a producir conocimientos, sino para aprenderse “algunos” (demasiado pocos) conocimientos ya elaborados; y en este momento no pocos de ellos ya anticuados e inútiles. Seguimos anclados en el paradigma del cognitivismo, con dosis importante de conductismo, y no hemos entrado en el “constructivismo”, precisamente creado para asumir la potencialidad que tiene nuestra mente de construirlos y producir conocimientos. El Consejo Asesor de la Reforma Educativa (CARE) explicó y propuso este paradigma, pero los sistemas político y operativo de los Ministerios de turno no tuvieron capacidad para hacerlo asimilar por los maestros y profesores y aplicarlo.
Nuestra inteligencia, la de la mayoría y de casi la totalidad de los ciudadanos, no es productora de conocimientos, sino normalmente simple y parcial recordadora de conocimientos aprendidos. Lo que nos sucede a los ciudadanos comunes es frecuente en todas partes del mundo, pero en nuestro caso la diferencia está en que nuestras universidades, con sus profesores y su “academia” no superan a la ciudadanía común. La producción de conocimientos de nuestras universidades es tan escasa y pobre que es intrascendente no solo en cantidad sino en calidad, salvo rarísimas excepciones de algunos escasos investigadores que no encuentran contexto ni apoyo para poder trabajar con eficiencia y eficacia.
Peor aún, los fondos que el Estado entrega (dinero de la ciudadanía) a las universidades nacionales para investigación, son malversados por rectores y consejos superiores de ciertas universidades que desvían esos fondos de investigación, destinados para producir conocimientos, a operadores políticos o pagos de funcionarias o funcionarios favoritos en puestos administrativos.
La producción de “papers” (artículos con presentación de resultados de investigaciones que han producido algún conocimiento y son reconocidos por revistas e instituciones internacionalmente competentes al efecto) en nuestro país es de 150 al año entre todas nuestras 54 universidades, mientras que la producción de una sola universidad medianamente reconocida en el extranjero es de 1.500 papers al año. ¿Están nuestras universidades en la sociedad del conocimiento? ¿Para qué sociedad están preparando a nuestros jóvenes? Cuando el CONES habilita carreras y la ANEAES acredita calidad de carreras, ¿de qué calidad estamos hablando? Nuestros jóvenes y nuestra ciudadanía tienen derecho a contar con universidades de calidad, que formen profesionales capaces de ejercer sus respectivas profesiones con calidad y competencias para producir conocimientos al servicio de sus futuros pacientes o clientes, para el desarrollo y el bien común de la nación.
Si la sociedad es sociedad del conocimiento y el trabajo rentable está en producir conocimientos, ¿cuál será el futuro de nuestros jóvenes si no aprendieron a producirlos? ¿Estarán nuestras universidades en una burbuja fuera de la historia?