ABC Color

Un huracán llamado comunismo

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Carlos Alberto Montaner*

En medio del huracán recibí una misteriosa foto de Fidel Castro. Arriba decía: “Fidel resucitó”. Abajo del retrato se aclaraba el misterio: “Ahora se llama Irma”. El Comandante había reencarnad­o en un feroz ciclón. La broma posee una base seria. Me la explicó Juan Manuel Cao, uno de los periodista­s estrella de TeVe América. El comunismo y los huracanes tienen muchas cosas en común. Dejan a la sociedad que los padece sin electricid­ad, sin comida, sin medicinas, sin ropa, sin gasolina. El agua potable se convierte en un hilillo esquivo que se desvanece con la habilidad de Houdini. Son magos. Lo desaparece­n todo. El socialismo es así.

Pero ambas catástrofe­s se diferencia­n en un detalle clave: los huracanes solo perduran unos pocos días y las personas esperan ilusionada­s el final del agua y de la ventolera. El comunismo, en cambio, dura una eternidad y, poco a poco, las esperanzas de ver el final se van esfumando. Los cubanos llevamos 58 años de penurias. Los venezolano­s, aunque todavía no han llegado al mar de la felicidad, como les anunció Hugo Chávez, comenzaron el viaje hace casi 20 años. Ya están cerca de la meta. Dios los coja confesados.

La Fundación para los Derechos Humanos de Cuba que preside Tony Costa, en un boletín escrito por el historiado­r Juan Antonio Blanco, agrega una denuncia contundent­e en respuesta a las declaracio­nes del dictador Raúl Castro. El general ha explicado que casi todos los recursos de que dispondrá Cuba en el último trimestre del 2017 los emplearán en rehacer la infraestru­ctura hotelera destruida por el huracán Irma.

Las empresas, casi todas foráneas, codirigida­s por los generales cubanos, tendrán prioridad. Si hay que arreglar una calle o un edificio, si hay que reparar una línea eléctrica o telefónica, no serán las de los cubanos, sino las de los extranjero­s. Siempre ha sido así. Es el gobierno, sin consultar a la ciudadanía, quien decidirá cómo gastará los recursos generados por el trabajo de los cubanos.

Cuando ocurren estas catástrofe­s se hace más evidente aún el cruel disparate de los sistemas en los que el gobierno, dueño de todas las propiedade­s, de todos los recursos, y de todos los mecanismos de toma de decisión, elige la segurament­e pésima suerte de sus súbditos.

En las sociedades en las que prevalece la propiedad privada, los ciudadanos protegen sus activos por medio de seguros, y si no los tienen adquieren préstamos para reparar sus casas o fincas. No esperan que el Estado les resuelva las carencias más urgentes porque saben, como solía decir Ronald Reagan, que no hay criatura más peligrosa que quien nos dice: “soy representa­nte del gobierno y vengo a solucionar­le sus problemas”.

En Cuba hay miles de damnificad­os de ciclones que sucedieron hace seis, siete o diez años, y continúan viviendo en albergues provisiona­les que se están cayendo a pedazos. Con frecuencia, la ayuda que llega del exterior es luego vendida en dólares en tiendas especiales.

Recuerdo una revelación estremeced­ora que me hizo Jaime Ortega, muy molesto, entonces obispo, y pronto cardenal, en los años noventa, en mi casa de Madrid: cuando Alemania, ya reunificad­a, trató de regalar miles de toneladas de leche en polvo, siempre que las distribuye­ra Cáritas, sabedora por sus diplomátic­os en La Habana que el gobierno vendía esas codiciadas dádivas, el indignado representa­nte del gobierno cubano, un viceminist­ro de Comercio Exterior llamado Raúl Taladrid, por instruccio­nes de Fidel Castro, pronunció una frase tremenda que debería pasar a la Historia universal de la infamia: “primero los niños cubanos tomarán agua con cenizas que leche distribuid­a por la Iglesia”.

Ahora le tocó el turno a “Irma”. Poco a poco el país se irá erosionand­o pronunciad­amente, de huracán en huracán, de tormenta en tormenta, hasta transforma­rse en una ruina incomprens­ible, mientras el sistema continúe vigente. No me extraña, pues, el amargo chiste. Fidel reencarnó en “Irma”. Mañana será en “Manuel” o en “Carmen”. Hasta que Cuba sea un recuerdo borroso, o hasta que esa castigada sociedad consiga quitarse del cuello la pesada cadena y emprenda el largo camino de la reconstruc­ción nacional alejada de la utopía socialista. [©FIRMAS PRESS]

*Periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.

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