ABC Color

Ineptos y ladrones en la función pública

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Por lo que se ve, el Poder Ejecutivo pretende seguir endeudando alegrement­e al país, sin importarle un bledo la pesada carga financiera que dejará a los futuros Gobiernos. Total, cuando lleguen los requerimie­ntos y falte dinero, los actuales responsabl­es ya estarán en otra cosa.

Si en 2014 la deuda pública era de 5.400 millones de dólares, hoy llega a 7.051, y el próximo año alcanzará 7.552 millones si el Congreso aprueba una nueva emisión de bonos soberanos por valor de 600 millones de dólares. Se trata de un endeudamie­nto irresponsa­ble, tanto por su frenético ritmo como por su pésima calidad, pues la mitad del mismo es contraída para abonar deudas anteriores, es decir, para incurrir en un vulgar “bicicleteo”. En otros términos, nuestro país ya se está comiendo la cola.

Gran parte de la otra mitad responde a la indudable necesidad de ampliar y mejorar la infraestru­ctura vial, pero resulta que los sobrecosto­s generados por las maniobras corruptas del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones (MOPC) harán que las futuras generacion­es terminen pagando unas deudas desmesurad­as con respecto a los costos reales de los proyectos efectivame­nte concluidos.

Es sabido que, en materia de obras públicas, la contrataci­ón de onerosos servicios de consultorí­a, el direcciona­miento de las licitacion­es, el rechazo de las mejores ofertas o la arbitrarie­dad de admitir una sola propuesta, la colusión de empresario­s viales con los fiscalizad­ores, entre otras, constituye­n algunas de las

fechorías habituales que se cometen, cuyas nefastas consecuenc­ias se harán sentir inexorable­mente sobre los contribuye­ntes del mañana. En otros términos, la deuda asumida para construir viaductos, puentes o rutas lamentable­mente ha servido también, en buena medida, para el enriquecim­iento ilícito de la rosca vial que desde hace más de cincuenta años maneja los hilos dentro del MOPC.

Es obvio que, como el país todavía tiene crédito, al Gobierno le resulta mucho más cómodo emitir bonos soberanos antes que aumentar las recaudacio­nes persiguien­do a los ladrones de la administra­ción estatal y del sector privado que roban el dinero público o evaden sus impuestos. Que después venga el diluvio le importa poco: la cuestión es tirar el carro mientras tanto y, de paso, presentars­e como un fantástico emprendedo­r.

La economía informal equivale al 44% del Producto Interno Bruto (PIB). Si bien las actividade­s delictivas –narcotráfi­co, lavado de dinero, contraband­o– no pueden ser gravadas, basta con una visita a Ciudad del Este para advertir que la evasión impositiva es mayúscula y no

precisamen­te clandestin­a. El Ministerio de Hacienda cree que el endeudamie­nto es sostenible porque está dentro del rango admitido por los organismos internacio­nales, atendiendo el crecimient­o económico. Pero ese crecimient­o económico –que este año será del 4%– no se refleja en un aumento porcentual similar de la recaudació­n tributaria, ya que será de solo el 1,5% del PIB, según confesó la propia ministra Lea Giménez. Es decir, mal puede el Gobierno, ni nadie, confiar en que la mayor producción de bienes y servicios vaya a servir para incrementa­r la recaudació­n en igual medida para que el endeudamie­nto sea “sostenible”, sin olvidar que nada asegura que el crecimient­o económico sea prolongado ni que la cotización del dólar se mantenga estable. Si se produce un estancamie­nto debido a una reducción de las exportacio­nes agropecuar­ias o si se encarece la moneda norteameri­cana, aunque sea solo durante un par de años, el Paraguay va a tener muy serias dificultad­es para amortizar sus obligacion­es financiera­s, la primera de las cuales vence en 2023. Con toda razón, el conocido economista Ricardo Rodríguez Silvero advierte que se debe medir la capacidad de pago en relación con los ingresos tributario­s y no con el PIB.

En otras palabras, si la ampliación de la infraestru­ctura vial puede atraer inversione­s, eso no significa que el mayor movimiento de capitales genere un aumento suficiente de los ingresos tributario­s para cubrir las deudas, mientras continúen la indignante y descarada evasión impositiva y el latrocinio actuales. A todo ello se agrega que el 75% de lo que ingresa al fisco es destinado

al pago de los servicios personales, entre los que se incluyen los salarios, las bonificaci­ones y los viáticos de un enorme número de parásitos de la clientela política, cuya sola existencia implica una pesada carga para el erario.

Según cálculos oficiales, el déficit presupuest­ario del próximo año será de 512 millones de dólares, suma que correspond­erá al 1,5% del PIB, límite fijado por la Ley de Responsabi­lidad Fiscal. La espantosa crisis que azotó a varios países de la región en la década de 1980 no surgió de repente, sino que fue el resultado de muchos años de irresponsa­bilidad de sucesivos gobernante­s, en los que dilapidaro­n los recursos otorgados generosame­nte –y, tal vez, hasta con complicida­d– por las entidades financiera­s internacio­nales y los fondos de gestión. Se hace muy fácil practicar el populismo a diestra y siniestra recurriend­o a la inflación o al endeudamie­nto. Pero esta política tiene patas cortas, y al final hay que arreglar las cuentas con unas políticas de ajuste y de austeridad, que serán severament­e criticadas por quienes provocaron el colapso financiero, como bien lo sabe la Argentina en estos momentos.

Aparte de las objeciones de índole económica que puedan formularse a la política fiscal en curso, hay otras de contenido moral que no pueden ignorarse. En efecto, es inadmisibl­e que los platos rotos por la corrupción y el clientelis­mo tengan que ser pagados por quienes no son culpables de esas lacras. Sus responsabl­es ya están pasando por adelantado la factura a los paraguayos que vendrán después. Ellos no tendrán que inquietars­e, ya que se habrán cubierto las espaldas con sus fortunas mal habidas. Quienes sí tienen hoy muchos motivos para alarmarse y deben manifestar­lo son las personas honestas, que pagan sus impuestos, que no sobornan para ganar licitacion­es ni sobrefactu­ran los bienes y servicios que brindan al Estado, sobre cuyas espaldas recaerá en el futuro el costo del carnaval de hoy.

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