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El enfrentamiento a tiros entre narcos que protegían un importante cargamento de marihuana y personal de la Marina y de la Senad, el lunes último, con un saldo tan desfavorable para las fuerzas del orden, pone de manifiesto la precariedad de medios en que se desenvuelve una institución como la Marina de nuestro país. Desnuda la falta de voluntad política del poder administrador de los recursos del Estado, que no proporciona a las instituciones las herramientas adecuadas para cumplir su cometido.
Da vergüenza ajena ver que una institución como la Prefectura Naval en una ciudad de frontera tan importante como Encarnación –con cerca de 300 kilómetros de ribera internacional donde debe dar cobertura de seguridad– dispone de unas patrulleras que en rigor son apenas unas pequeñas lanchas de aluminio. Serán muy buenas para pasear por el río, pero no ofrecen garantía ni capacidad operativa ante un eventual enfrentamiento.
La prueba más contundente es el incidente de la medianoche del lunes pasado. Los cuatro ocupantes literalmente fueron acribillados, y de milagro no hubo que lamentar muertos. La pequeña embarcación y sus ocupantes, un blanco fácil flotando sobre el agua, sin ninguna protección más que sus chalecos.
Eso de que vivimos en un narco-país ya dejó de ser un mero comentario de ruedas de tereré o la muletilla de ocasión de políticos en busca de votos. Ya es un fenómeno concreto y real.
Lo que hasta hace poco veíamos como hechos que ocurren en esa especie de “lejano oeste” en nuestra frontera norte con el Brasil, de a poco se está instalando en Itapúa, con todo lo que ello implica en materia de inseguridad, estado de temor y de violencia.
Es notable cómo nuestra “clase” dirigencial es tan generosa para dilapidar recursos en jugosos sueldos de funcionarios haraganes y operadores políticos, en comprar lujosos vehículos para el disfrute de una claque de zánganos instalados en la función pública, mientras a instituciones importantes para la seguridad ciudadana se les retacean recursos con el cuento de que no hay dinero.
El problema del Paraguay no es la falta recursos; nuestro problema es que nos sobran políticos deshonestos. Ante esta realidad, ahora que estamos cerca de unas elecciones, los ciudadanos tenemos la oportunidad, y la obligación, de pensar muy seria y criteriosamente a quiénes confiar la tarea de administrar nuestros intereses.
jaroa@abc.com.py