ABC Color

Ciudadanía anestesiad­a.

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En los últimos días salió a la luz una serie de hechos indignante­s, cuyo común denominado­r es un descarado tráfico de influencia­s, penado por la Ley N° 2523/04 con hasta cinco años de cárcel cuando apunta a obtener un dictamen o un fallo a favor por parte de un fiscal o de un juez. Pese a su enorme trascenden­cia, las revelacion­es que cobraron estado público no despertaro­n la repulsa ciudadana que se merecen. Solo un par de entidades se pronunciar­on sobre hechos puntuales, mientras otros sectores importante­s de la sociedad civil guardan un inquietant­e silencio. Resulta alarmante que las graves informacio­nes recientes no hayan provocado en el país entero una reacción acorde a su importanci­a. Si a la sociedad civil le resulta indiferent­e este nauseabund­o ambiente político, continuará en nuestro país rigiendo la ley del más fuerte, del más rico o del allegado más próximo a los que mandan. Una firme y perseveran­te reacción de la ciudadanía mediante manifestac­iones de repudio en las calles y escraches a los bandidos e impresenta­bles, allí donde se muestren, puede constituir el único antídoto contra este grave mal que carcome a nuestra sociedad.

En los últimos días salió a la luz una serie de hechos indignante­s, cuyo común denominado­r es un descarado

tráfico de influencia­s, penado por la Ley N° 2523/04 con hasta cinco años de cárcel cuando apunta a obtener un dictamen o un fallo de favor por parte de un fiscal o de un juez. Se trata de un delito en el que estarían involucrad­os, en casos distintos, el secretario del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s, Raúl Fernández; el diputado Sergio Rojas y el abogado Carmelo Caballero; el miembro del Tribunal de Apelacione­s en lo Penal del Alto Paraná Aniceto Amarilla, y el exintenden­te de Hernandari­as Mario Castillo; el integrante del mismo órgano Isidro González, y el diputado Carlos Portillo; y hasta el presidente de la República, Horacio Cartes, el fiscal general del Estado, Javier Díaz Verón, y el extitular de la Confederac­ión Sudamerica­na de Fútbol, Juan Ángel Napout.

Pese a su enorme trascenden­cia, las revelacion­es que cobraron estado público no despertaro­n la repulsa ciudadana que se merecen en un país donde se cree que un funcionari­o del órgano que juzga a fiscales y jueces debe estar por encima de toda sospecha, que los abogados son auxiliares de la Justicia, que el Ministerio Público y el Poder Judicial deben ceñirse estrictame­nte a la ley, que su independen­cia debe ser respetada por los Poderes Legislativ­o y Ejecutivo, que el fiscal general del Estado debe representa­r lealmente a la sociedad ante los órganos jurisdicci­onales, y que el presidente de una organizaci­ón privada no debe valerse de sus amistades en el Gobierno para lograr una resolución o una sentencia que satisfaga sus intereses.

Hasta ahora, el Colegio de Abogados se limitó a repudiar la presunta participac­ión de profesiona­les del Derecho en el caso que afecta al Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s, sin pronunciar­se sobre los otros escándalos, que también suponen un evidente atropello al orden jurídico, con la aparente intervenci­ón de componente­s de los tres Poderes del Estado. Pero dicho gremio lanzó al menos un comunicado, lo mismo que el Tribunal Ético contra la

Impunidad, que condenó la “grave impostura” de los senadores que impidieron la suspensión de su colega Óscar González Daher, presidente del mencionado Jurado. Mientras tanto, otros sectores importante­s de la sociedad civil guardan un inquietant­e silencio, como si lo acontecido no les afectara en absoluto. ¿Nada tienen que decir los dirigentes de la Unión Industrial Paraguaya (UIP), de la Federación de la Producción, la Industria y el Comercio (Feprinco), de la Asociación Rural del Paraguay (ARP), de las organizaci­ones sindicales y campesinas de todo tipo o de los centros de estudiante­s, sobre todo los de Derecho? ¿O los obispos de la Iglesia Católica? Cabe suponer que tienen clara idea de la Constituci­ón y de la ley, y que, por ende, no ignoran la gravedad de los hechos referidos, que no atañen solo a las partes en un juicio, sino a la ciudadanía toda.

En efecto, cuando fiscales y jueces pueden ser influencia­dos en algún sentido por el poder político o económico en beneficio de los que mandan o de sus allegados, ninguna persona, paraguaya o extranjera, puede confiar en que sus derechos estén a salvo. La igualdad de acceso a la Justicia y la igualdad ante las leyes serán letra muerta. Inexplicab­lemente, estas verdades de Perogrullo

no parecen conmover a la generalida­d de nuestros compatriot­as, acaso porque sus cerebros ya están anestesiad­os por la interminab­le sucesión de tantas fechorías. Dentro de esa línea, es probable que ya hayan perdido la sensibilid­ad y que estimen que no vale la pena condenarla­s públicamen­te, pues “así nomás luego funcionan las cosas en nuestro país”. Entonces, sería normal que sospechosa­mente se aparte a fiscales “desobedien­tes”, que se vendan sentencias o que el Presidente de la República “arregle” un juicio para darle el gusto a un amigo suyo.

Da la impresión de que la ciudadanía se resigna a aceptar las sucias reglas de juego vigentes que podrían resumirse en la informació­n y el consejo que el camarista Amarilla brindó al exintenden­te esteño Castillo: “Se puso plata en tu contra desde Tabesa para que Contralorí­a dictamine en tu contra y se te meta palo. ¿Entendés? (...) Vos ko estás en el oficialism­o; vos tenés que hablar con tus amigos, con Zulma (Gómez) y con (Blas) Llano y eso, y solucioná”. Como se lee, el magistrado mencionó una empresa que pertenece al

Jefe de Estado, que habría sobornado para que la Contralorí­a General de la República se expida contra el exintenden­te, dando a entender también que lo mismo podría hacer con el angurrient­o fiscal. Para contrarres­tar la maniobra dolosa en su contra, nada mejor que el tráfico de influencia­s: el camarista le aconsejó a su interlocut­or que hable con los senadores “liberales” afines al presidente Cartes, Blas Llano y Zulma Gómez, para que, obviamente, se pongan en contacto con el Primer Mandatario, de modo que “el número uno le avise a ese señor (José Ortiz, gerente de Tabesa) que se deje de joder y termina allí”. De paso, le sugirió a su interlocut­or que piense hasta qué punto le conviene el fiscal, porque “come mucho hína...”.

En un país donde la magistratu­ra fuera mínimament­e honorable, sería inconcebib­le que un juez hablara en esos términos aberrantes; sin embargo, parece que en el Paraguay resulta normal, atendiendo la escasa indignació­n y repudio social que tuvo el diálogo, al igual que otros publicados por todos los medios de comunicaci­ón de similar contenido de fondo. A este paso, es de temer que pronto caigan en el olvido, cuando aparezcan ante la opinión pública nuevos “arreglos” más sucios que estos, porque viene ocurriendo que la publicació­n de un nuevo gran fato hace olvidar al precedente.

Resulta alarmante que las graves informacio­nes recientes no hayan provocado en el país entero una reacción acorde a su importanci­a. Las conversaci­ones telefónica­s y los mensajes por WhatsApp existieron en los términos dados a conocer. Lo que correspond­ería, en consecuenc­ia, es que los paraguayos y las paraguayas peguen el grito al cielo ante semejantes desvergüen­zas, y exijan que los hechos sean investigad­os aunque afecten a las más altas esferas, o por eso mismo.

Si a la sociedad civil le resulta indiferent­e este nauseabund­o ambiente político, continuará en nuestro país rigiendo la ley del más fuerte, del más rico o del allegado más próximo a los que mandan. Una firme y perseveran­te reacción de la ciudadanía mediante manifestac­iones de repudio en las calles y escraches a los bandidos e impresenta­bles allí donde se muestren puede constituir el único antídoto contra este grave mal que carcome a nuestra sociedad.

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