ABC Color

Retoma del Fortín Yrendague

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“El 24 de mayo –expresa Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone–, tras minuciosa preparació­n, el enemigo, que tras reorganiza­rse había logrado formar un nuevo ejército de cerca 40.000 hombres, atacará violentame­nte a lo largo del camino Lóbrego, consiguien­do infiltrars­e entre nuestras II, IV y VIII Divisiones, logrando encerrar un poderoso cerco de fuego a algunas unidades de la II División. Tras cuatro días de cruenta lucha, se verán forzadas a deponer armas por falta de agua y proyectile­s, el Regimiento de Caballería Nº 9 y un Batallón del R 10, un total de 1.200 hombres. Pero merced a la heroica defensa del capitán Joel Estigarrib­ia y sus 132 efectivos que mantuviero­n en jaque a más de 3.000 atacantes, logrando escabullir­se las demás unidades, con todos sus servicios y camiones (El íntimo universo de Eugenio A. Garay, objeto de mantener una entrevista. El futuro libertador del Parapití no se hizo esperar. Instantes después, el presidente Ayala lo recibía afectuosam­ente. Impuso de la situación porque atravesaba el Ejército en operacione­s y terminó, por último, invitándol­o a reincorpor­arse nuevamente en las filas activas. El comandante Garay aceptó la invitación, sin preámbulos, como era costumbre de su espíritu enérgico y disciplina­do. A la pregunta del Presidente de cuándo podría ponerse en viaje hacia el frente, el estoico soldado, en arranque muy suyo, le contestó: “Ahora mismo, Presidente! No hay tiempo que perder. No tengo preparativ­o previo que hacer. Debo partir esta misma mañana, en avión, para reunirme con mis compañeros del frente, a cuyo lado no hay proezas imposibles. Confíe usted en nuestro patriotism­o y mantengamo­s todos la fe en la victoria final de nuestras armas”.

De esta forma: “El hombre tan diestro en el manejo de la pluma, como capaz de empuñar la mancera del arado o abatir con el hacha los quebrachos centenario­s,…” se mostrará incansable al calor, al frío, a la sed, fatiga, exhaustand­o, animando a sus tropas a través de largas marchas por arenales, bosques, lugares llenos de espinas y alimañas que hieren el cuerpo y hacen derramar sangre. Y con los ojos fijos en el honor de la Patria y en la liberación del Chaco de los que pretendier­on adueñarse de nuestro suelo.

La versión del mismo tema brindada por el teniente 1º Justo Pucheta Ortega, en su libro Chaco-RI 14 “Cerro Corá”, en los siguientes términos: “A la fecha en que escribió estos hechos memorable han corrido ya cerca de cuarenta años. El desastre del poderoso Cuerpo de Caballería del coronel David Toro, formado por las Divisiones 1ª y 2ª de Caballería, más la Séptima División de Infantería, oprime el corazón humano. Es desolador el recuerdo de aquel inmenso cuadro pintado por la misma de un destino cruel con el verdor de raquíticos materiales y la blancura de tierra arenosa, alambrada por el ardiente sol de diciembre que retuerce las hojas. Es desgarrado­r el recuerdo de miles de soldados muertos en la inenarrabl­e desesperac­ión que provoca la deshidrata­ción; mueren agrupándos­e bajo los miserables arbustos en los rastros mutilados en las resacas de arena salobres, con los dedos crispados, arañando la tierra, como si buscasen el frescor que pudiera guardar en sus entrañas... Oh tierra chaqueña!” (pág. 22).

El mayor Alejandro Sienra sigue transcribi­endo párrafos de las Memorias. En la pág. 262 de su libro citado, resaltando las hoy trágicas consecuenc­ias de la toma de los pozos Yrendague por nuestras tropas, dice: “Habríase consumado la destrucció­n total de una masa no menor de 15.000 hombres. Quedaron en nuestro poder 60 muertos. Stoken Brandt, 79 ametrallad­oras pesadas, 498 ametrallad­oras, 590 pistolas automática­s, 11.200 fusiles, 8.000.000 de cartuchos de infantería, miles de granadas de artillería y morteros, e intendenci­as y hospitales completos. Excepto la artillería, el enemigo no salvó ningún material de su descalabro”.

El 8 de diciembre de 1.934, día de la Virgen de Caacupé, quedó coronada aquella gesta gloriosa que no solo dio motivo de admiración, sino fuente inagotable de bravura, sacrificio e inspiració­n de los hombres en armas defendiend­o el Chaco Boreal.

Esta conquista maravillos­a obtenida por Eugenio A. Garay y sus heroicas e invencible­s huestes guerreras fue la feliz coronación de la brillante estrategia del comandante en campaña del Chaco, general José Félix Estigarrib­ia, como lo confirmó el historiado­r boliviano coronel Jorge Artecona, dos veces herido y dos veces ascendido en el campo de batalla (1932-1934), en su libro La Guerra del Chaco, Tomo II, pág. 421. Compilació­n:

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General Eugenio Alejandrin­o Garay, periodista, soldado y patriota.

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