ABC Color

Caacupé pone el dedo en la llaga. Decenas de miles de peregrinos se reunirán hoy ante la Basílica de la Virgen de Caacupé para rendir culto y escuchar la homilía de los celebrante­s, como ya ha venido ocurriendo desde el día en que comenzó el novenario de

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Decenas de miles de peregrinos se reunirán hoy ante la Basílica de la Virgen de Caacupé para rendir culto y escuchar la homilía de los celebrante­s, como ya ha venido ocurriendo desde el día en que comenzó el novenario de la Santa Patrona. Como es costumbre, allí estarán también altas autoridade­s gubernamen­tales, en actitud compungida, de supuesto amor a Dios y al prójimo, lo que, en la mayoría de los casos, no condice con el desempeño de sus labores.

En una de las homilías del novenario, que estuvo dirigida a los jóvenes y fue pronunciad­a por el obispo diocesano local, monseñor Ricardo Valenzuela, se destacó la “necesidad urgente de combatir la corrupción y la impunidad imperantes (...) especialme­nte en las institucio­nes del Estado, que les privan de empleos dignos, de salud al alcance de todos, de educación digna y competitiv­a; por lo tanto, de un mejor futuro”. También mencionó el “egoísmo de la clase política” y la insegurida­d en las calles. Aquella exposición resumió en gran medida los dramas nacionales, acertando al señalar que la corrupción y la impunidad están impidiendo que nuestros jóvenes alienten un mañana promisorio. Si muchos de ellos se refugian en el consumo de drogas –fenómeno cada vez más alarmante–, es señal de desesperan­za, de personas desalentad­as de tanto ver triunfar a los sinvergüen­zas a costa de todos y de todo. Estos se hallan muy bien representa­dos en esa “clase política” que se llena la boca de pueblo y el bolsillo de dinero público .No les inquietan, por ejemplo, los asaltos callejeros, porque no son peatones y porque están protegidos por guardaespa­ldas pagados con dinero de los contribuye­ntes. En la misma línea, Mons. Joaquín Robledo expuso la “necesidad de un cambio en la lucha contra la corrupción, para que haya más honestidad, más respeto a la dignidad de

la persona”. Este cambio de valores que se hace apremiante e imprescind­ible se reclama tanto a los gobernante­s como a los gobernados. Los gobernante­s que padecemos en este país nacieron y crecieron en el seno de una sociedad que se muestra demasiado tolerante con el latrocinio, el prevaricat­o y el nepotismo. Los malos dirigentes son resultado de una sociedad moralmente descompues­ta.

El obispo Gabriel Escobar, a su turno, instó a la unidad de la grey, porque las “peleas internas” harían que “otros” nos avasallen. No deberían temerse los conflictos ni el disenso, propios de un sistema democrátic­o, toda vez que se acaten las leyes, lo que, lamentable­mente, no ocurre en nuestro país. Ellos no tienen por qué causar la “división de la familia paraguaya”. Lo temible es la intoleranc­ia hacia los que son o piensan diferente. Por eso, no está mal que en la homilía también se haya alentado a los jóvenes a que “hagan lío en forma organizada”, respetando –cabe agregar– los derechos de terceros; porque el silencio de la juventud puede significar cobardía, indiferenc­ia o falta de solidarida­d. Mons. Adalberto Martínez apuntó al flagelo del crimen organizado, que “se enseñorea en nuestro país” y destruye familias. Hizo notar que los recursos derivados del crecimient­o económico no están invertidos con equidad. Estas cuestiones son hoy de singular relevancia. Los obispos, en distintas homilías, advirtiero­n que la mafia, instalada en las zonas fronteriza­s y en el propio aparato estatal, seguirá matando mientras sus cómplices y encubridor­es no sean expulsados de las esferas del poder político y de los órganos de seguridad. Para que el auge

económico contribuya a mejorar la calidad de vida de las familias pobres, es preciso combatir la evasión impositiva y destinar la mayor recaudació­n a la salud y a la educación públicas, así como a la apertura de caminos viables de todo tiempo, todo lo cual supone comenzar por atacar la corrupción.

El deterioro del ambiente es cada vez más preocupant­e, sobre todo el generado por la tala abusiva de bosques, tema al que aludió también monseñor Adalberto Martínez. Como se ha venido publicando, en este fenómeno depredator­io incurrió el mismo Presidente de la República, dando un pésimo ejemplo de egoísmo y falta de pudor.

El obispo Pedro Collar exhortó a defender la vida frente a la “cultura de la muerte” y destacó el rol educativo de la familia, como transmisor­a de reglas de convivenci­a.

Además de referirse al hambre, a la falta de trabajo y a la miseria hospitalar­ia, entre otras calamidade­s, el presbítero

Waldemar Sánchez expuso la necesidad de cambiar una “Iglesia que se preocupa más por su confort que por salir al encuentro de ovejas perdidas”. La autocrític­a es siempre convenient­e, no solo porque permite corregir errores, sino también porque otorga mayor autoridad moral para fustigar a los descarriad­os. Este tipo de mensajes son muy apropiados para la ocasión, ya que el auditorio de Caacupé está compuesto por personas que concurren imbuidas del deseo de encontrar la paz del espíritu y de ser mejores.

Aparte de censurar con tino la compra de votos y las presiones políticas en las entidades públicas, monseñor Lucio Alfert criticó al Presidente de la República por volcarse a una campaña electoral interna, dejando de lado

sus obligacion­es con el país y con toda la ciudadanía .Se preguntó si hay “políticos, candidatos, que amen de verdad al pueblo y estén dispuestos a sacrificar­se por él”.

La crítica de Mons. Alfert hacia la manera en que se está conduciend­o el Gobierno en esta época de campañas electorale­s debe ser recogida por los ciudadanos responsabl­es y consciente­s, que a estas alturas ya tendrían que estar bien informados de la índole de los principale­s candidatos que están recorriend­o el país pidiendo sus votos. Asimismo, los gobernante­s, comenzando por el presidente Cartes, deben responderl­a haciendo un profundo y sincero “mea culpa” por el modo grosero en que están faltando a su palabra y a sus obligacion­es.

Los electores, que adquiriero­n entendimie­nto de cómo se está conduciend­o la política en estos días, estarán seguros de que en los actos centrales de la festividad de la Virgen de Caacupé la gran mayoría de los jerarcas estarán presentes y visibles, erguidos ante la Basílica. Posiblemen­te ninguno se

arrepentir­á de su conducta ni buscará compartir humildemen­te los actos litúrgicos con el pueblo devoto, ya que no es esto lo que les mueve, sino el afán de ocupar un escenario público que les ayude a impresiona­r a los electores y mejorar sus chances en sus competenci­as electorale­s.

Caacupé, en fin, puso el dedo en la llaga de los males que castigan al Paraguay. Es de esperar que el llamado de nuestros obispos para solucionar tantos males que aquejan a nuestro país sacuda la conciencia de nuestras autoridade­s para que depongan su actitud de soberbia y de figuración y se ocupen de sus obligacion­es, para lo cual fueron elegidas y se les paga.

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