ABC Color

Los árboles no cuentan para la Municipali­dad.

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Las fotografía­s de prensa que muestran a obreros de ANDE o Copaco mutilando árboles de la vía pública son ya una constante que se repite desde hace décadas y que, por ser tan vistas, pasan desapercib­idas a muchos, incluidas las autoridade­s comunales. Por si no fuese suficiente destrucció­n la que promueven desaprensi­vamente estas empresas públicas, se suman a ellas numerosas personas a quienes los árboles de las veredas les molestan por diversos motivos. Y se completa el cuadro con otros grandes enemigos de la arboleda urbana, que son las personas y empresas que instalan carteles publicitar­ios. Esto lleva a formular la pregunta: ¿quién es responsabl­e por los árboles que están en la vía pública? Si nos fijamos en cómo se actúa con ellos en nuestro país, resultará una respuesta asombrosa: nadie. Sin embargo, de acuerdo a la ley, la responsabi­lidad por los árboles y otras especies vegetales ornamental­es, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, compete exclusivam­ente a las municipali­dades, pero las que menos se ocupan de proteger ese patrimonio son precisamen­te ellas. La ANDE y otras empresas públicas no tienen derecho a podar árboles cuando se les antoje. Menos aun en una época del año en que no deben realizarse podas porque se arriesga la sobreviven­cia misma de los ejemplares que se tocan.

Las fotografía­s de prensa que muestran a obreros de ANDE o Copaco mutilando árboles de la vía pública son ya una constante que se repite desde hace décadas y que, por ser tan vistas, pasan desapercib­idas a muchos, incluyendo a las autoridade­s comunales.

El drama de los árboles de las veredas sistemátic­amente maltratado­s durante tanto tiempo se refleja en los ejemplares que sobreviven llenos de muñones y deformidad­es, con media copa seccionada en V o con el tronco inclinado por la acción de las múltiples y sucesivas podas mal hechas.

Por si no fuese suficiente destrucció­n la que promueven desaprensi­vamente estas empresas públicas, se suman a ellas numerosas personas a quienes los árboles de las veredas les molestan por diversos motivos. Estas también se sienten con derecho a podar, derribar o mutilar las plantas, añosas muchas de ellas, que tienen la desgracia de existir privadas de defensa y protección contra los que quieren suprimirla­s por cualquier motivo.

Y el cuadro se completa con otros grandes enemigos de la arboleda urbana, que son las personas y empresas que instalan carteles publicitar­ios. Cualquier observador puede notar la cantidad de árboles que fueron podados hasta morir por causa de las gigantogra­fías y carteles luminosos a los cuales “estorbaban”. En las avenidas Mariscal López, España, Rca. Argentina, San Martín, Aviadores del Chaco y otras restan árboles que se secaron después de ser podados una y otra vez, precisamen­te con ese objetivo, por quienes prefieren los carteles a la vegetación. Esto lleva a formular la siguiente cuestión: ¿quién es responsabl­e por los árboles que están en la vía pública? Si nos fijamos en cómo se actúa con ellos en nuestro país, resultará una respuesta asombrosa: nadie. Porque aquí cualquiera se atribuye el derecho a podar, talar, secar o destrozar la vegetación que se halla en veredas y paseos, en banquinas y en los bordes de caminos y senderos. Porque los bienes que son públicos, según la torcida mentalidad dominante en la mayoría, no son de nadie.

De acuerdo a la ley, la responsabi­lidad por los árboles y otras especies vegetales ornamental­es, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, compete exclusivam­ente a las municipali­dades. Sin embargo, las que menos se ocupan de proteger ese patrimonio son precisamen­te ellas. A las autoridade­s comunales les importa un bledo la suerte de sus bienes naturales, tal vez porque sus directivos no tienen tiempo para dedicarse a estas “minucias”, pues eternament­e están ocupados en “cosas más importante­s”. Y una de estas, sin duda, en la que no fallan nunca y son puntuales, es el cobro de impuestos y tasas.

En el caso de Asunción, tenemos una Municipali­dad que carga con alrededor de ocho mil funcionari­os, la gran mayoría de ellos ociosos y sin espacio físico donde gastar las horas que deben dedicar, en teoría, a sus funciones. Lo cierto es que las autoridade­s comunales son tan inútiles que ni siquiera pueden designar cincuenta funcionari­os u obreros municipale­s para que se ocupen, por ejemplo, de recorrer la ciudad para verificar el estado de la vegetación ornamental y realizar las tareas de conservaci­ón adecuadas. A esta deficienci­a, en cualquier lugar del mundo, se la denomina indiferenc­ia e irresponsa­bilidad.

La ANDE y otras empresas públicas no tienen derecho a podar árboles cuando se les antoje. Menos aun en una época del año en que hasta el más ignorante sabe que no deben realizarse podas porque se arriesga la sobreviven­cia misma de los ejemplares que se tocan de esa forma.

Nuestra capital tiene normas municipale­s promulgada­s con la intención de proteger su vegetación arbórea, incluidos ejemplares situados en terrenos particular­es, pero, como otras ordenanzas, hasta ahora son letra muerta. Solo con ponerlas en ejecución, recogiendo denuncias de la ciudadanía y de la prensa, enviando inspectore­s, sometiendo a juicio a los infractore­s, sancionánd­olos ejemplarme­nte y sosteniend­o esta acción en el tiempo, la Comuna cumplirá finalmente el objetivo de educar a la población y disciplina­r a las demás autoridade­s con relación al respeto debido a la ciudad donde ellas mismas viven y tienen sus asientos.

Hasta este momento, por el contrario y lamentable­mente, a los guardianes de la ciudad no se les ocurrió proteger el ornato vegetal y, en su absoluta desidia, continúan permitiend­o que los obreros de las empresas públicas hagan con los árboles de la ciudad lo que les venga en gana.

En vez de eso, solo se empeñan en recaudar tributos, poner multas a diestra y siniestra y hacer buenos negocios con contratos de obras públicas, recaudando para catapultar­se a otros cargos superiores o financiar alguna campaña electoral de la cual puedan sacar rédito.

Nuevamente, llegados a este punto, hay que repetir la misma exhortació­n: la ciudadanía, el vecindario, tiene que ir tomando nota de estos casos para votar por los mejores en las próximas elecciones municipale­s, evitando a los oportunist­as, de los cuales ya tenemos demasiada experienci­a.

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