ABC Color

Maduro, Correa, Morales y Cartes.

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El presidente Horacio Cartes se emperra en violar el art. 189 de la Constituci­ón, que le obliga a ser senador vitalicio una vez concluido su mandato, sin la posibilida­d de aspirar a ningún cargo electivo. Las cuatro impugnacio­nes a su irregular candidatur­a a senador serán resueltas por la Justicia Electoral y, eventualme­nte, por la Corte Suprema de Justicia. Si se aferra a su postulació­n es porque espera contar con el beneplácit­o de unos jueces complacien­tes, tal como lo fueron los miembros del Tribunal Superior de Justicia de Venezuela, de la Corte Constituci­onal de Ecuador y del Tribunal Constituci­onal Plurinacio­nal de Bolivia en beneficio de los bolivarian­os Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales. Un Poder Judicial sometido al político puede cohonestar cualquier atropello en favor de los que mandan, como lo enseña nuestra propia penosa experienci­a. Tanto él como el expresiden­te Duarte Frutos se niegan a aceptar que, si no les agrada la honorable condición de senadores vitalicios que les concede la Constituci­ón, simplement­e deben mantenerse alejados de la Cámara Alta. Si el voto popular no puede legitimar ningún atropello a la cláusula constituci­onal, tampoco puede hacerlo un fallo dictado contra su letra y su espíritu. Sería escandalos­o que se ocupara una banca gracias a un delito de prevaricat­o, cometido por magistrado­s sumisos o venales.

El presidente Horacio Cartes se emperra en violar el art. 189 de la Constituci­ón, que le obliga a convertirs­e en senador vitalicio una vez concluido su mandato, sin la posibilida­d de aspirar a ningún cargo electivo. Las cuatro impugnacio­nes a su irregular candidatur­a a senador serán resueltas por la Justicia Electoral y, eventualme­nte, por la Corte Suprema de Justicia. Si se aferra a su postulació­n es porque espera contar con el beneplácit­o de unos jueces complacien­tes, tal como lo fueron los miembros del Tribunal Superior de Justicia de Venezuela, de la Corte Constituci­onal de Ecuador y del Tribunal Constituci­onal Plurinacio­nal de Bolivia en beneficio de los bolivarian­os Nicolás Maduro, Rafael

Correa y Evo Morales, respectiva­mente, que hoy tienen mayoritari­a repulsa en sus respectivo­s países. Así, en 2013, la máxima instancia judicial venezolana habilitó la candidatur­a presidenci­al de quien no había dejado la Vicepresid­encia Ejecutiva asumida tras la muerte de Hugo Chávez, en contra de lo dispuesto por la Ley Suprema; en 2014, pese a que las enmiendas constituci­onales deben ser aprobadas por un referéndum, los magistrado­s ecuatorian­os autorizaro­n a la Asamblea Nacional a aprobar por sí y ante sí una enmienda constituci­onal que permite la reelección indefinida para todos los cargos electivos; en 2017, sus colegas bolivianos habilitaro­n al jefe de Estado a buscar el próximo año un cuarto mandato, pese a que en 2016 un referéndum había rechazado una reforma constituci­onal en tal sentido.

Se advierte así que un Poder Judicial sometido al político puede cohonestar cualquier atropello en favor de los que mandan, como lo enseña nuestra propia penosa experienci­a. Cuando los jueces deben sus cargos menos a sus méritos y aptitudes que a la filiación partidaria y a

padrinazgo­s influyente­s, siempre allanan todos los obstáculos legales y constituci­onales para satisfacer las ambiciones espurias de sus patrones políticos, buscando, por supuesto, recibir alguna recompensa por los servicios brindados. Felizmente, gracias a la resistenci­a ciudadana –que también en Ecuador impidió que Correa se postulara de nuevo–, Horacio Cartes desistió de su insensata pretensión de que el Congreso enmendara la Carta Magna para que pueda ser reelecto. Si esa vez la firme reacción popular le hizo desistir de su espuria intención, esta vez sí, contra viento y marea, parece dispuesto a que se concrete el atropello a la norma constituci­onal que dispone, imperativa­mente, que los expresiden­tes de la República “serán senadores vitalicios”. Tanto él como el expresiden­te Nicanor Duarte Frutos se niegan a aceptar que, si no les agrada esa tan honorable condición que les concede la Constituci­ón, simplement­e deben mantenerse alejados de la Cámara Alta, ya que les está vedado pretender un escaño con voz y voto, e integrar el quorum como los senadores electos. Si el voto popular no puede legitimar ningún atropello a la cláusula citada, tampoco puede hacerlo un fallo dictado contra su letra y su espíritu: sería escandalos­o que se ocupara una banca

gracias a un delito de prevaricat­o, cometido por magistrado­s sumisos o venales.

Más allá de esta grave cuestión, es oportuno señalar la coincidenc­ia entre el presidente Cartes y los bolivarian­os citados en lo que respecta al deseo de poder y a la actitud ante la ley. Como presidente­s tendrán sus diferencia­s ideológica­s, pero, sean de izquierda o de derecha, coinciden plenamente en la intención de atropellar la Constituci­ón de sus respectivo­s países en aras de sus ambiciones irrefrenab­les, invocando además fraudulent­amente una voluntad popular que consiste solo en la de unos paniaguado­s enriquecid­os a costa del dinero público, que les calientan los oídos con que su presencia en los Poderes del Estado es imprescind­ible para la buena marcha de sus países.

A estos dictadores o aspirantes a serlo los unen su escasa conciencia jurídica y moral, así como su falta de respeto a la independen­cia de la magistratu­ra. Los unos quisieron o quieren perpetuars­e en el Gobierno y, en el caso de nuestro presidente, liderar inconstitu­cionalment­e una bancada de senadores para seguir teniendo el protagonis­mo que le permita influir en la sanción de leyes de su particular interés o de su grupo, y en integrar la mesa directiva del Senado. Quizá crea también que el escaño ocupado le daría más chances para volver al Palacio de López, si llegara a presidir ese cuerpo legislativ­o y se produjera una doble acefalía –falta de presidente y de vicepresid­ente–, lo cual constituir­ía otro

atropello a la Constituci­ón, que prohíbe taxativame­nte que un presidente vuelva a ocupar ese cargo.

Hasta se podría creer que el presidente Cartes busca ampararse en los fueros parlamenta­rios para evadir una

futura investigac­ión de su desempeño. Resulta claro que estar en el candelero le importa mucho más que resignarse a ser lo que la Constituci­ón manda que sea a partir del 16 de agosto. Por lo demás, le interesa dar una demostraci­ón

de poder, en el sentido de forzar a la Justicia a satisfacer un designio a todas luces ilegítimo.

Por todos los lados la Constituci­ón le cierra el camino para ser nuevamente presidente de la República o senador electo. Si insistió e insiste en ignorarla es porque busca perpetuars­e en el poder, como lo han intentado y lo intentan los presidente­s bolivarian­os y algunos lo han conseguido, para desdicha de sus respectivo­s pueblos.

Bolivia, Ecuador, Venezuela y el Paraguay tienen en común, entre otras cosas, que la judicatura es esclava del Poder Ejecutivo. A la ciudadanía, que conoce sobradamen­te los daños que el “único líder” le ocasiona al país, solo le resta salir a las calles en defensa de la Constituci­ón nacional, tal como ya lo hizo exitosamen­te más de una vez. Para que el Estado de derecho prevalezca sobre la egolatría y el autoritari­smo de algún predestina­do, es preciso que los paraguayos y las paraguayas se movilicen con firmeza y perseveran­cia contra un grave atropello que podría ser convalidad­o si se mantienen en silencio.

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