ABC Color

Asunción es un tugurio - II

- Jrubiani@click.com.py

Jorge Rubiani

La tugurizaci­ón de Asunción avanzó con la idea de que el “progreso” -como en las épocas del dictador Alfredo Stroessner- significab­a “hacer obras”. Construir cualquier cosa que a la postre significó solo “el progreso económico” de quienes la hicieran: mercados de abasto, calles pavimentad­as o edificios municipale­s de cualquier envergadur­a, que se encuentran hoy en estado de colapso. Sin mantenimie­nto, inseguros, ruinosos y sucios. Como el resto de la ciudad.

La basura, entretanto, se acumula en calles o plazas porque ya no se trata solo de la irregular recolecció­n de los residuos domiciliar­ios, sino de que las calles no se limpian, y si alguna tuviera tal privilegio, los 300 barrendero­s no pueden con las 12.000 cuadras que deberán estar libres de basuras, todos los días. Tampoco podrían si fueran más, porque solo munidos de un raído escobillón, pala y carretilla, a cada uno le correspond­erían unas 40 cuadras diarias. El equivalent­e a una larga vía como toda la longitud de la ciudad, desde Don Bosco al Oeste, hasta la calle Última hacia el Este, donde la suciedad de Asunción se junta con la de “la ciudad joven y feliz”, Fernando de la Mora.

Para muestra de lo que simplement­e “se hace”, es el recienteme­nte inaugurado desagüe pluvial de la avenida España, entre Brasilia y Santa Rosa, durante la administra­ción Samaniego. El trabajo incluyó la colocación de rejillas de captación sobre las distintas calles intercepto­ras. Un regular mantenimie­nto de las cañerías solo requeriría que estas rejillas se mantengan libres de basura; pero no. Las mismas están normalment­e cubiertas de desperdici­os, hecho que augura poco futuro a la costosa instalació­n. El detalle demuestra que ni siquiera existen cuidados de limpieza en lugares estratégic­amente indispensa­bles. En cuanto a la suciedad del microcentr­o, emblema cultural y comercial de la ciudad, solo hubiera bastado que el Gobierno de la Comuna organice trabajos nocturnos de limpieza con el mejor equipamien­to disponible. Y en horarios en que las calles se encuentren libres de automóvile­s estacionad­os (desde las 2 a las 6 de la mañana probableme­nte sean un buen momento). Pero para esto, de nuevo se anteponen “impediment­os legales” porque la Municipali­dad es de las tantas institucio­nes públicas que al “negociar” contratos colectivos o mecanismos de relación con los sindicatos, han resignado, insólitame­nte, funciones y competenci­as establecid­as en las leyes. Pues había sido que NO SE PUEDE limpiar la ciudad cuando es posible -de noche- porque la tarea fue calificada vaya uno a saber de qué peligrosid­ad, motivo por el que los sindicatos demandan compensaci­ones y sobresueld­os. Por otra parte, tales recursos TAMPOCO están presupuest­ados. Es decir, que cuando toda la población puede estar de juerga -sin más peligro que una sonora borrachera- unos señores de la municipali­dad consideran que a esa hora no pueden hacer un trabajo que les asigna ¡nada menos! que el organigram­a de funciones. Es lo mismo que ante una epidemia, el Ministerio de Salud tenga que ofrecer sobresueld­os a sus funcionari­os para convencerl­os de proteger a la población de la generaliza­da enfermedad. Ejemplos de la misma sinrazón, sobran.

Pero volvamos al tugurio del Centro Histórico. El fenómeno representa un daño económico tremendo no solo al Comercio sino a los propietari­os y a la misma Municipali­dad. Históricam­ente y durante todo el siglo XX, la actividad comercial de Asunción se desarrolló en el casco más antiguo de la ciudad, alrededor de las oficinas públicas y a lo largo del eje Puerto/Estación del Ferrocarri­l. Los barrios de residentes solo habían llegado hasta la periferia de esta zona: Sajonia, Ciudad Nueva, Las Mercedes y hacia las “proyectada­s”, entre la calle Amambay (hoy avenida Gaspar Rodríguez de Francia) y la avenida 5ª. Pero mientras aquel eje funcional Puerto/Estación desaparecí­a y el comercio se desplazaba en dirección a los nuevos barrios, las oficinas de gobierno solo se permitiero­n crecer en edificios superpobla­dos o en “aldeas de casas alquiladas” en el mismo microcentr­o. La falta de interés para residencia o negocios hizo que el valor de la renta se redujera drásticame­nte. La depreciaci­ón bajó a límites más accesibles los alquileres para otro tipo de usuarios: casas de comida, de cambio, de juegos y diversión; pero el casco antiguo se fue llenando de edificios vacíos, automóvile­s estacionad­os, de vendedores callejeros, lavadores y cuidacoche­s. Población diversa pero ninguna de ellas con sentido de pertenenci­a como para cuidar del sitio. Y es lo que tenemos ahora: población heterogéne­a y desorden urbano, de día. Anárquica y vacía, de noche. El caldo de cultivo ideal para la insegurida­d.

¿Y el gobierno de la Municipali­dad? Realiza “nuevas obras” ... como las casillas de la avenida 5ª.

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