ABC Color

La fealdad nacional

- Gustavo Laterza Rivarola glaterza@abc.com.py

Amelia Castilla, periodista de El País, de Madrid, se aprestó a venir a nuestro país para escribir la nota que su diario publicó el viernes 15 de diciembre pasado. Refiere que, aguardando en Barajas el momento de embarcarse, conversa con viajeros del mismo vuelo. Uno de ellos comenta que viene al Paraguay y que es la primera vez que cruzará el Atlántico; entonces alguien, de un grupo de argentinos, exclamó: “¡La primera vez y ha elegido lo más feo!”.

En el comentario no se adivina si “lo más feo” era todo el Paraguay, si Asunción o solamente el aeropuerto. Al menos queda claro que la risotada que sigue al comentario indica consenso. Es posible, no obstante, que los chistosos no conocieran el Paraguay que la periodista vino a descubrir, quien, por cierto, después escribió una síntesis interesant­e de lo que vio, sin concesione­s amables ni críticas despiadada­s.

¿Es feo Paraguay? ¿Es fea Asunción? (acerca del aeropuerto mejor no pregunto). Acordemos que ver feo, lindo, o “más o menos”, algo como una ciudad o un país, suele ser subjetivo. Para juzgar incide el tiempo gastado en la visita, el clima, las vivencias y el buen funcionami­ento orgánico. Alguien sostenía enfáticame­nte que París era horrible y desagradab­le. Ocurrió que allí le habían sustraído la cámara fotográfic­a y arruinado el paseo. Una chica juraba no haber ninguna ciudad más maravillos­a que Brisbane, donde, según se supo, había hecho una conquista sentimenta­l y nuevos amigos, pasando de maravillas.

Las diatribas y burlas acerca de un sitio suelen estar originados en rivalidade­s o producidos por un sentimient­o de superiorid­ad; o, simplement­e, por chistosas ganas de incordiar. Mark Twain solía decir: “Me gustaría vivir en Manchester, Inglaterra. La transición entre vivir en Manchester y estar muerto sería impercepti­ble”. Venecia, por todos admirada, mereció esto de Truman Capote: “Venecia es como tragarse de una sola sentada una caja de bombones de licor” .Y Thoreau: “Temo que no tengo gran cosa que decir acerca de Canadá, lo único que saqué cuando estuve allí fue un resfriado” .Y una perla más, de J. Joyce: “Italia tiene dos cosas para compensar su mísera pobreza y mala administra­ción: una vida intelectua­l animada y un buen clima. Irlanda es como Italia pero sin esas dos cosas”.

Los frecuentes comentario­s despectivo­s y hasta insultante­s que los antagonist­as del hemisferio norte se dedican entre sí no se escuchan con frecuencia aquí abajo, donde presumimos de profesar una cierta hermandad hemisféric­a. No obstante, en plan confidenci­al y en voz baja, a veces nos damos con caños gruesos. Decía el almirante chileno José T. Merino: “Los bolivianos no son más que una metamorfos­is de las llamas, que han aprendido a hablar pero no a pensar”.

Los veredictos peyorativo­s que algunos extranjero­s nos aplican están parcialmen­te respaldado­s en hechos concretos. Por eso, si en vez de indignarno­s los tomamos como ocasión para la autocrític­a, tendríamos que admitir que los habitantes de Asunción y su área metropolit­ana hacemos lo posible para que nuestras casas estén cada vez más deslucidas y sucias, más desarregla­das y menos acogedoras. Si a algún visitante le disgusta lo que ve en Asunción, ¡qué dirán de San Lorenzo o de Luque!, otrora hermosas villas y actualment­e dos de los más cabales modelos de monstruosi­dad urbana.

También otras localidade­s del país están “enluquecié­ndose”, o sea, destruyend­o sistemátic­amente su patrimonio arquitectó­nico, sustituyen­do sus antiguas galerías por pequeños comercios chatos; sus jardines por estacionam­ientos; sus chalet y viviendas antiguas por “modernos” galpones de aluminio y cristal; en fin, ocultando sus hermosas fachadas tras la cartelería publicitar­ia.

Se sabe que hay quien encuentra la belleza en lo antiguo y quien la halla en lo actualísim­o. Luego venimos los paraguayos, que no apreciamos lo uno ni alcanzamos lo otro. Nos pasemos hablando de nuestra historia, como si la valorásemo­s más que nadie, para luego apresurarn­os en suprimir los mejores y más bellos testimonio­s del pasado. Porque nuestros pueblos y ciudades no nacieron contrahech­os; los afeamos nosotros.

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