No se educa discriminando
El afán de lucro en las instituciones educativas constituye un grave problema que venimos arrastrando desde hace décadas. La recolección de dinero en escuelas y colegios, tanto públicos como privados, produce una distorsión negativa en el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Un docente no puede actuar como un usurero del mercado.
En los centros educativos públicos, muchos directivos exigen a los padres la contribución “voluntaria” para la cooperadora escolar, supuestamente, para mejorar el equipamiento edilicio. Cómo y en qué se gasta la plata recaudada suele ser un tema bastante misterioso.
En la esfera privada, en los últimos días surgieron varias denuncias de padres porque en algunos colegios no aceptan inscribir a niños que tienen trastornos de aprendizaje, algún tipo de dislexia o síndrome de Asperger. Este rechazo por parte de los dueños de la institución privada está expresamente prohibido en la Ley de In- clusión Educativa.
La discriminación es un mal que ha ocasionado múltiples problemas a la civilización humana, en cualquiera de sus manifestaciones. Todas las personas tienen un derecho inalienable e indeclinable a la educación, aunque tengan algún problema que dificulte su proceso de aprendizaje.
En la sociedad contemporánea, son millones los chicos y las nenas que padecen algún tipo de trastorno intelectual que afecta negativamente su avance en los centros educativos. Existen diversas patologías que generan dificultades a los pequeños en la etapa de aprender a leer, escribir, realizar cálculos matemáticos o retener las lecciones de las asignaturas.
Un colegio, por más privado que sea, tiene la obligación de recibir a los niños con trastornos de aprendizaje porque la sociedad exige la educación de todos los chicos, sin discriminación alguna. El director de un centro privado debe saber que su “negocio” no es igual a vender salchichas o cruceros por el Caribe; tiene responsabilidades que las debe asumir, aunque no le gusten.
La presencia de uno o más niños con problemas de aprendizaje en una clase determinada puede ayudar a los demás alumnos a comprender que en la sociedad hay menores en diversas situaciones económicas, sanitarias y sociales. El mundo perfecto, en donde todos los niños son igualmente capaces, no existe; un estudiante a quien la naturaleza dotó de un buen nivel de inteligencia, puede ayudar al compañerito del aula que tiene dificultades en la lectoescritura y otros procesos cognitivos.
La Ley de Educación Inclusiva busca, precisamente, que todos los niños de un curso determinado recorran juntos el camino del aprendizaje escolar, aunque algunos tengan mejores herramientas para hacerlo y otros padezcan dificultades para llevar el mismo ritmo que los demás.
La educación inclusiva contribuye a que todos los escolares vivan una experiencia concreta y diaria de solidaridad, de prestar una mano a quien lo necesita, a saber que en la dura realidad no todos somos iguales, pero debemos luchar para que estas diferencias sean las menores posibles. Admitir a los niños con discapacidad intelectual es una oportunidad para aprender valores.