Tribulaciones de los candidatos en campaña
Los candidatos que disputarán la presidencia en abril próximo enfrentan distintas dificultades.
Mario Abdo Benítez, postulante colorado al cargo, por recomendación de sus estrategas, apunta más que nada en este momento a la unidad de su partido. Para eso, hace movidas y concesiones que pueden tener consecuencias electorales negativas.
El liberal Efraín Alegre intenta ganar el electorado independiente, cuestión difícil para alguien que no es una novedad como candidato y que no tiene entre sus virtudes lo que uno llamaría un carisma arrollador.
Abdo Benítez no es un líder de gran peso en su partido. Más bien está empezando en esas lides. Aunque en diciembre pasado ganó la candidatura presidencial, aprovechando el rechazo a la figura del actual mandatario, su movimiento interno perdió en casi todas las demás listas que estaban en juego: Senado, Diputados, Gobernaciones, Juntas Departamentales y Parlasur.
Esto lo puso en la obligación de negociar con sus adversarios y, concretamente, con el líder del otro sector, el presidente Horacio Cartes.
Pese a haber ganado, debió ir a pedir la unidad y ceder en algunos puntos. Por ejemplo, darle protagonismo en la campaña proselitista al mandatario saliente, a sabiendas de que gran parte de su triunfo se debió al desprestigio de su ahora “aliado”.
Cartes, pese a que el candidato que impuso perdió la candidatura a presidente, hizo valer el hecho de haber encabezado la lista ganadora para el Senado. Sin embargo, la victoria de una lista plurinominal debe leerse como la de varios de los dirigentes que la integraron, entre ellos, líderes regionales que obviamente trabajaron para asegurarse un cargo en el Congreso.
La presencia de Cartes en los actos proselitistas que se ve en los últimos días, aportando casi siempre mensajes políticamente incorrectos y acompañado, no se entiende por qué, del excandidato presidencial Santiago Peña, puede que aporte para dar una imagen de supuesta unidad, pero aleja el voto crítico.
Que Abdo Benítez se haya acercado a Cartes, dándole visibilidad y protagonismo genera una confusión a quienes justamente lo veían como alternativa al cartismo.
Es fácil concluir que, si desde ahora el candidato debe hacer concesiones a alguien a quien derrotó en las urnas, generando molestias en su propio equipo, tendrá después muchas dificultades para tomar decisiones en función de gobierno.
La Alianza opositora muestra la unidad necesaria, pero no despierta la pasión esperada.
El reto es conquistar el voto independiente y el voto anticartista y anticolorado. El problema es que el segmento que no vota a los partidos tradicionales hace un tiempo se ha complejizado y diversificado.
Se trata de votantes decepcionados de los partidos tradicionales y de los políticos en general que en la próxima elección están muy dispuestos a optar por nuevas figuras en el Congreso.
Sin embargo, no es seguro que se decanten por la fórmula presidencial de la oposición para castigar al oficialismo.
Actores políticos colorados y liberales admiten que disminuirán sus votos para el Parlamento. Su esperanza es que estos sectores que se presentan como alternativa cosechen una cantidad de votos que no les alcance para su objetivo, se terminen anulando entre todos, y favorezcan a los partidos de mayor caudal electoral.
El próximo presidente, cualquiera sea su signo político, deberá lidiar con un Congreso complejo por lo cual necesitará liderazgo, además de dotes de negociador y componedor. Son cualidades que hace mucho no se ven en nuestros dirigentes políticos y no es seguro que quienes aspiran a ganar las elecciones las tengan en algún grado.