ABC Color

Su descenso al lugar de los muertos a la espera de la resurrecci­ón

El Sábado Santo es un día de silencio, de espera, de meditación y reflexión. Ya desde una antigua tradición, la Iglesia permanece junto al sepulcro, en oración, expectante, renovando su confianza en Dios. La meditación gira en torno a la presencia de Jesú

- Hermanos Capuchinos hnovalenti­n@hotmail.com

Exceptuado el rezo de la liturgia de las horas, la Iglesia no prevé una liturgia propia del Sábado Santo; es día de silencio, de espera, de reflexión, de leer y releer en la propia vida la obra salvadora de Dios. Nuestro credo nos recuerda que Jesucristo descendió al lugar de los muertos –lo que debe entenderse cada vez que rezamos “descendió a los infiernos”en verdad creemos que el Señor, luego de la muerte en cruz, fue al lugar donde “van” todos los muertos que esperan. Pero Él no fue a esperar, Él fue a levantar a la humanidad que estaba caída.

Cristo compadecid­o de todo el género humano, también llevó la redención a los que se habían dormido primero. El Sábado Santo es un día de silenciosa esperanza. El Señor sigue trabajando, no detiene su plan de salvación de la humanidad.

Una espada te atravesará

La vivencia del Sábado Santo se percibe mejor en torno a la figura de María. La joven que recibió el anuncio del ángel Gabriel, hoy con más años de experienci­a de Dios, está junto al sepulcro donde está el cuerpo de aquel Hijo del Altísimo. Al lado de María podemos contemplar hoy, tantos jóvenes, presos del dolor, del sufrimient­o, de las agresiones, están ellos lamentando su propia realidad, una situación dura, asfixiante. Podemos ver también tantas madres, tantos padres llorando por no poder dar mejores condicione­s de vida a sus hijos, o por verlos ahogados en las drogas, en el alcohol, en los más denigrante­s vicios.

A María se lo advirtiero­n: “y a ti, una espada te atravesará el corazón”, y aún con la advertenci­a se decidió a permanecer al lado de su Hijo, junto al sepulcro.

Con María estamos invitados a acompañar a los que no tienen voz, a los que han perdido las esperanzas, a los que están viendo pasar la vida sin ninguna oportunida­d de crecimient­o. La Virgen dolorosa sabe que de su dolor brota la esperanza. Confía en aquel que hace maravillas, y permanece unida a Él.

En el silencio de María podemos encontrar la esperanza perdida, podemos reconforta­r al caído, al débil, al triste. Esa espada de dolor no agota la esperanza; al contrario, le hace confiar más y más en el Dios de la vida. María como madre de misericord­ia tiene un mensaje para la juventud: confiar, aguardar, esperar que Dios haga nuevas todas las cosas, no desanimarn­os ante el primer tropiezo. Junto al sepulcro, entramos en la escuela de María, escuela de silencio y contemplac­ión, escuela de amor, de dolor y redención.

María acompaña al pueblo en sus luchas cotidianas, en su búsqueda de paz y esperanza. Y se nos presenta como un testimonio de paciencia, de perseveran­cia en la oración. Que su presencia de madre en nuestras vidas nos anime en nuestras horas de dolor y muerte.

Devoto de María

El padre Pío de Pietrelcin­a, el santo de los estigmas, tenía una singular devoción a la Virgen María. En el Convento en el que vivía tenían varios altarcitos dedicados a la Madre de Dios, y él al pasar por ellos siempre se quedaba a saludar reverente. El santo rosario era una de las armas de cada día del Padre Pío; una de sus frases memorables es: “Con el rosario se ganan batallas”.

Este mismo corazón nos visitará del 10 al 18 de abril, y estamos todos invitados a participar de las actividade­s programada­s. Para más informes, se puede consultar al (021) 310 581 o 0984 995 738.

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Del sepulcro se espera la gloria de la resurrecci­ón.
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