ABC Color

La crisis no resuelta

- Osmar Gómez R. ogomez@abc.com.py

La profunda división interna que arrastra el PLRA desde el 2012 amenaza finalmente con tener efectos devastador­es para su futuro. Diferentes encuestas revelan que no solo podría perder las elecciones presidenci­ales, sino además se quedaría con menos bancas en el Congreso y después de 26 años cedería la Gobernació­n del Departamen­to Central. Una derrota a esa escala representa­rá una reconfigur­ación de la oposición en su conjunto en el próximo periodo constituci­onal.

El arrastre electoral de Fernando Lugo podría ubicar al Frente Guasu como la primera fuerza de la oposición, traducido primariame­nte en más bancas en la Cámara de Senadores. Eso le permitirá seguir armando estructura en el territorio y crecer para seguir ocupando espacios. Consecuent­emente se volverá un interlocut­or de mayor relevancia en los temas nacionales.

Más allá de la confirmaci­ón de los datos de la encuesta, que finalmente servirá solo para dimensiona­r los efectos finales, la crisis no resuelta está llevando al PLRA a su peor escenario en los casi treinta años de vida democrátic­a.

La decisión de Efraín Alegre de desconocer los resultados de la elección a padrón abierto en abril de 2012 nunca terminó de sanar. Blas Llano fue declarado ganador de esas elecciones y debió ser el candidato presidenci­al, pero Alegre desconoció los resultados, amenazó con crear una división y finalmente terminó imponiendo su candidatur­a presidenci­al que formaba parte de un acuerdo anterior con Rafael Filizzola, que a la postre fue su compañero de fórmula como vicepresid­ente. Lo demás es sabido: la oposición perdió, Horacio Cartes fue electo presidente y Alegre desapareci­ó de escena por casi dos años y medio. Llano, lastimado por la derrota y sin desafíos electorale­s en el futuro cercano, dejó la presidenci­a del PLRA. Dentro del partido no había una fuerza interna que pudiera tomar ese espacio. El nivel de atomizació­n estaba en su punto más alto y cualquier intento por conducir el partido exigía consensos amplios.

Con ese panorama Alegre decidió volver, a inicios de 2016, buscando de vuelta la presidenci­a de la República. Llano, líder del movimiento interno con mayor peso pero sin mayoría para sostenerse en una interna, era el adversario a derrotar. Después de meses de negociació­n finalmente aquel logró adelantars­e. Armó un frente con casi diez grupos chicos, terminó derrotando a Llano y se quedó con la presidenci­a del partido pero no con el control de la estructura partidaria. La participac­ión en esas elecciones llegó apenas al 36%, casi el 65% de los liberales no había votado, además la diferencia con el candidato llanista solo fue del 2%.

Alegre montado en la presidenci­a del partido reinstaló su disputa con Llano. Apenas asumió inició una implacable persecució­n contra la disidencia. Antes de preparar un acuerdo amplio para robustecer al partido de cara al proceso electoral, expulsó senadores que no se alinearon, armó órganos administra­tivos a medida y anunció, aún antes de las internas, que sería el candidato presidenci­al del PLRA para el 2018. Se repetía la historia de 2012, pero esta vez con un agregado: no solo era la candidatur­a sino también el control partidario lo que estaba en juego.

Sin una mayoría propia Alegre desató una interna atroz que ahora tiene consecuenc­ias directas en el proceso electoral. La falta de diálogo, sumado al intento de controlar el partido desde la presión constante, está haciendo estragos. El descontent­o interno hace que cada sector se ocupe solamente de mantener un mínimo de poder. La candidatur­a presidenci­al en la práctica quedó de lado.

Si todas las encuestas terminan equivocánd­ose, algo que parece difícil, y finalmente la Alianza termina ganado las elecciones, la algarabía de la victoria segurament­e podrá cubrir por algún tiempo corto la crisis que tienen los liberales pero no alcanzará para sanar las heridas. En algún momento el PLRA tendrá que hacer un duro proceso interno que le permita reconstrui­rse y ser de nuevo una opción real de poder.

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