ABC Color

En Cuba, un dinosaurio ungió a un “bebesaurio”

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La transferen­cia del dictador militar cubano Raúl Castro de uno de sus muchos cargos –de hecho, el menos importante– a Miguel Díaz-Canel ha sido descrita por varios presidente­s y muchos medios internacio­nales como un “traspaso de poder”, una “transición” y el inicio de “una nueva era” en la isla. Con el debido respeto a todos, ¡eso es ridículo!

Castro, de 86 años, mantendrá sus dos puestos más importante­s: el de jefe del Partido Comunista, que según la constituci­ón del régimen cubano es la “fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”, y el de comandante supremo de las fuerzas armadas.

Díaz-Canel, quien cumple 58 años el domingo, fue nombrado presidente, el tercer cargo más importante en Cuba. Se trata en buena medida de un cargo ceremonial: sus posibilida­des de cambiar algo son prácticame­nte nulas hasta tanto Castro se muera o se retire de su cargo como jefe del todopodero­so Partido Comunista, lo que podría ocurrir en tres años.

El propio Díaz-Canel dijo en su discurso de inauguraci­ón el jueves que su trabajo será preservar la dictadura cubana de casi seis décadas de antigüedad. Díaz-Canel dijo que “el mandato dado por el pueblo a esta legislatur­a es la continuida­d de la revolución cubana”.

¿Mandato dado por el pueblo? ¡Qué disparate! El pueblo cubano no ha tenido una sola elección libre en casi 60 años. Todos los partidos de oposición y periódicos independie­ntes o medios electrónic­os están estrictame­nte prohibidos. Las personas que no están de acuerdo con el credo oficial del régimen militar son calificada­s de agentes del imperialis­mo, enemigos del pueblo y perseguido­s.

Y la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, la legislatur­a mencionada por Díaz-Canel, es una broma: no hay un solo legislador opositor. Un total de 603 de los 604 legislador­es votaron por Díaz-Canel.

Sorprenden­temente, incluso algunos gobiernos latinoamer­icanos que han tomado una posición firme por la restauraci­ón de la democracia en Venezuela han felicitado a Cuba por el nombramien­to de Díaz-Canel.

El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, escribió en su cuenta de Twitter que “México felicita a Miguel Díaz-Canel por su elección como Presidente”. Peña Nieto agregó en otro mensaje de Twitter que “se escribe una nueva página en la historia de Cuba”.

¿Qué hay para felicitar a Díaz-Canel? ¿El hecho de que haya trabajado toda su vida para uno de los regímenes totalitari­os más antiguos del mundo? ¿El hecho de que en su discurso inaugural juró preservar un régimen que el año pasado encarceló o detuvo por razones políticas a un récord de 9.940 personas, según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconcilia­ción Nacional?

Muchos argumentan que la designació­n de Díaz-Canel es “histórica” porque será el primer presidente cubano en la historia reciente cuyo apellido no será Castro, y porque representa a una generación más joven que podría estar más abierta al cambio.

Según esta línea de pensamient­o, el hecho de que Díaz-Canel no haya dado ninguna señal en su discurso inaugural de que podría convertirs­e en un reformador no significa nada, porque hacer eso equivaldrí­a a su muerte política en la Cuba de Castro.

El exlíder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, era un apparatchi­k obediente del Partido Comunista gobernante hasta el día en que se convirtió en líder del partido, y comenzó a abrir el sistema político y económico de Rusia, señalan muchos.

Eso es cierto. Nadie puede descartar que Díaz-Canel se convierta algún día en el Gorbachov de Cuba. Pero lo más probable es que, al menos durante los próximos tres años, mientras Castro siga siendo el máximo líder en su calidad de jefe del Partido Comunista, Díaz-Canel seguirá siendo un opaco obsecuente de Castro.

A lo sumo, Díaz-Canel será un “bebesaurio” que reemplazar­á a un dinosaurio en uno de sus cargos menores.

En lugar de felicitarl­o por su ridícula “elección”, los presidente­s extranjero­s deberían enviar a Díaz-Canel una fuerte señal de que en el siglo XXI ya no hay lugar para regímenes totalitari­os que no permiten partidos de oposición ni la libertad de expresión. Y nosotros en los medios deberíamos llamar al régimen cubano por lo que es bajo la definición de cualquier diccionari­o: una dictadura.

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