ABC Color

Senador nacional

- Luis María Fleitas Vega (*)

Los políticos paraguayos anhelan llegar al Senado, tanto como al Palacio de López. ¿Por qué? Sencillo, por el tráfico de influencia­s. Con este noble cargo se opera un vil método, obtener regalías en un gran abanico del Estado, pero sin la responsabi­lidad del poder administra­dor. El presidente, al final, queda con el fardo de la propuesta o el negocio indecente y el parlamenta­rio, ileso.

¿Le pediría un bribón al presidente, directamen­te, una concesión de tierras en el Chaco, una liberación de impuestos de algún contenedor, el nombramien­to de un pariente en Itaipú o un cargo recaudador en aduanas? ¡No! Siempre tendrá un intermedia­rio, el senador nacional. Sus funciones son infinitas para la indecencia y muy reducida para la verdad y la justicia. Actúa de intermedia­rio en la corte, de bufón en el palacio, de operador en el campo, de mediador de negocios y de perifonero de leyes injustas.

La firma del senador vale oro donde el Estado es la mayor fuente de negocios, y donde el 90 % del PGN se gasta en salarios. Si un grupo de contratist­as quisieran construir una pequeña central hidroeléct­rica, una ruta, maquinizar el brazo Aña Cua u otras obras, operarían a través de un senador que “convencerí­a” al presidente. Por ello es imperioso que aquellos que todavía creen en la república, en el sistema representa­tivo y la libertad, sigan con la lucha del cambio.

¿Cuáles serían las acciones inmediatas? Movilizars­e en las redes sociales, en las plazas y los estadios de fútbol contra el juramento de los infractore­s; la inmediata renovación de los partidos debe ser paralela, así como el cambio total de la Corte Suprema de Justicia, el resto vendrá por añadidura. El castigo contra la cumbre debe ser más dura que contra el llano. La cárcel es poco para muchos ministros, jueces y fiscales venales.

Si Marito pretende dejar su nombre en el bronce tendrá que despojarse de su oro, buscar desbloquea­r la lista sábana, lograr el balotaje o segundo turno y hará que el voto sea obligatori­o, tanto como un certificad­o de tributació­n ¡y con el mismo peso! Una vez más tendremos un presidente electo por el 20% de la población; es decir, por el 45% de los participan­tes en las elecciones, y del 34% de los inscriptos en el padrón nacional. ¿Podemos llamarle a eso una República democrátic­a, representa­tiva, participat­iva y pluralista?

El resultado de estas elecciones presidenci­ales nos dejó varias lecciones:

1. El socialismo en Paraguay todavía es muy resistido; la tradición y la alta composició­n cristiana de sus habitantes lo hacen reacio al igualitari­smo, al ateísmo y otras caracterís­ticas libertinas de la izquierda. ¡Ojo, acá no se habla de igualdad!

2. El elector está cansado de los impresenta­bles del Congreso, pero están impotentes porque las listas sábanas los reciclaron.

3. Los finalistas de la candidatur­a presidenci­al fueron dos contrarios al golpe constituci­onal del rekutu, cosecharon sus luchas.

4. Las estructura­s partidaria­s tienen un peso considerab­le en el resultado de cualquier elección. Un outsider, sin el apoyo de un partido tradiciona­l, no llegará nunca.

5. La población de media y tercera edad tienen memoria débil y los jóvenes no conocieron las atrocidade­s de la dictadura.

6. La disciplina partidaria, el voto de “punta a punta” ya no existe. Las redes sociales lo pulverizar­on. 7. La pobreza junto con la ignorancia, seguirán dándonos políticos indecentes.

8. El stronismo sigue muy fuerte en el Paraguay.

9. La libertad es una virtud que en Paraguay no tiene mucha importanci­a como la seguridad. La población prefiere la paz de los sepulcros, ante que el riesgo de la libertad.

10. El senador o el político que consiga aunar estas voluntades, será el próximo presidente. No necesitará de fraudes, de mucho dinero, del narcotráfi­co, ni de vender su alma al diablo.

Cartes valorizó más su ego que su pueblo. Por ello, su calvario continuará en cualquier parte que vaya. Su pesada cruz lo aplastará antes que lo crucifique su pasado o su reciente gestión. Si insiste ganar la impunidad con el fuero parlamenta­rio, apresurará su apocalipsi­s. Todo pecado tiene su consecuenc­ia, aún con el perdón divino.

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