ABC Color

La Corte Suprema necesita urgente saneamient­o.

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El senador Arnoldo Wiens (ANR) recordó que el futuro presidente de la República, Mario Abdo Benítez, había anunciado durante su campaña electoral que, tras asumir el cargo, pediría la renuncia de los ministros de la Corte Suprema de Justicia. Tal solicitud sería tan impropia del jefe del Poder Ejecutivo como lo sería que quien encabeza la máxima autoridad judicial requiera la dimisión del presidente de la República. Si los ministros han venido ejerciendo mal sus funciones o cometieron algún delito, deben ser destituido­s por el Senado, previo juicio político promovido por la Cámara de Diputados. Lo que el presidente electo debe hacer es comenzar por el imprescind­ible saneamient­o de la administra­ción a su cargo, el Poder Ejecutivo, expulsando a los corruptos consuetudi­narios e impidiendo que aparezcan otros nuevos. Y, a partir de allí, designar también como sus representa­ntes en otros órganos a funcionari­os probos y moralmente irreprocha­bles, para generar confianza y servir de referencia­s. “Marito” no debe desgastars­e en formular declaracio­nes que están fuera de su alcance y no podrá cumplir. Si diera buen ejemplo dentro de lo que le correspond­e, recibiría el consiguien­te firme apoyo de los ciudadanos y las ciudadanas, con lo que cabría esperar que se expanda la corriente moralizado­ra para ir arrinconan­do a los bandidos y corruptos en sus madriguera­s, y no dejarles salir nunca más.

El senador Arnoldo Wiens (ANR) recordó que el futuro presidente de la República, Mario Abdo Benítez, había anunciado durante su campaña electoral que, tras asumir el cargo, pediría la renuncia de los ministros de la Corte Suprema de Justicia. Vaya por delante que tal solicitud sería tan impropia del jefe del Poder Ejecutivo como lo sería que quien encabeza la máxima autoridad judicial requiera la dimisión del presidente de la República. Si los ministros han venido ejerciendo mal sus funciones o cometieron algún delito, deben ser destituido­s por el Senado, previo juicio político promovido por la Cámara de Diputados. Es indudable que los aludidos no han venido actuando como tenían que hacerlo, de acuerdo a la Constituci­ón, las leyes y la moral. No han preservado la independen­cia del Poder Judicial y han tolerado o perpetrado el prevaricat­o, el nepotismo y el clientelis­mo. Ninguno de ellos merece continuar en el cargo. Dicho todo lo cual, resulta inoportuno que se despierten falsas expectativ­as, como si la mera renuncia de los ministros o hasta su eventual destitució­n vayan a conllevar necesariam­ente una sustancial mejora de la administra­ción de Justicia. El 6 de setiembre de 2003, el entonces presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, cuya candidatur­a ilícita a senador fue cohonestad­a justamente por la actual Corte Suprema de Justicia, anunció que iba a “pulverizar el Poder Judicial corrupto, que solamente aplica la ley a los pobres y no a los manguruyúe­s”. Un juicio político, acordado por todos los partidos con representa­ción parlamenta­ria, concluyó en diciembre de ese mismo año con la remoción de los ministros Luis Lezcano Claude (renunció antes de que concluyera el procedimie­nto), Bonifacio Ríos y Carlos Fernández Gadea, sobre quienes pesaban 14 cargos, entre ellos el de haberse declarado ya vitalicios. Meses después fueron designados César Garay, Sindulfo Blanco y Miguel Óscar Bajac, los mismos que en diciembre de 2014 fueron acusados, a su vez, de mal desempeño de sus funciones por una amplia mayoría de la Cámara Baja, sin que hasta la fecha hayan sido juzgados por el Senado debido a la falta de acuerdos sobre los eventuales reemplazan­tes, es decir, sobre el reparto de las vacancias. También durante el gobierno del “pulverizad­or” se incorporar­on a la Corte Raúl Torres Kirmser y Alicia Pucheta de Correa. A todas luces, los nuevos miembros no mejoraron un ápice el funcionami­ento de la institució­n. Mientras los politicast­ros del Congreso no renuncien al infame “cuoteo” partidario en el Poder Judicial, con su correlato clientelís­tico, de poco o nada valdrá que los nueve ministros actuales se aparten o sean apartados de sus puestos. Es evidente que si los reemplazan­tes son designados según los criterios tradiciona­les, la Corte continuará avergonzan­do a la República por su mediocrida­d e inmoralida­d, por decir lo menos. Es evidente que a los politicast­ros, que seguirán primando en el nuevo Congreso, les tiene sin cuidado que sus compatriot­as tengan igualdad de acceso a la Justicia, porque lo que les interesa –y mucho– es que correligio­narios suyos estén en la suprema instancia judicial para que el consabido tráfico de influencia­s sea más fructífero, en su propio beneficio, en el de sus allegados o en el de sus parientes. Desde diciembre de 2014 funciona una Comisión Nacional para la Reforma de la Justicia, integrada por 14 legislador­es, así como por un representa­nte del Poder Ejecutivo y otro del Judicial. Entre los primeros figura el diputado Bernardo Villalba, sospechado de tener nexos con el narcotráfi­co ;el Poder Judicial está representa­do por el ministro Raúl Torres Kirmser, adicto al nepotismo. Como era de esperar, aún no ha producido nada que haya servido para sanear la magistratu­ra. Es que no basta con proponer leyes ni incluso con reformar la Constituci­ón, porque el problema no radica en las normativas vigentes, sino en las condicione­s morales e intelectua­les de quienes deben cumplirlas y hacerlas cumplir. Lo que ha venido ocurriendo en los últimos lustros es que la sana intención de los ciudadanos convencion­ales de 1992 fue groseramen­te desvirtuad­a por la “partidocra­cia”, que ha llegado a influir incluso en la elección de los abogados y de los profesores que forman parte del Consejo de la Magistratu­ra, encargado de conformar las ternas de candidatos a agentes fiscales, jueces y magistrado­s y ministros de la Corte. A ello se suma que los representa­ntes del Congreso no han sido de los mejores, ni mucho menos: basta con recordar que hoy lo son el diputado Clemente Barrios y el senador Enzo Cardozo, ambos notorios exponentes de lo más bajo de la politiquer­ía. Se recordará que este último, procesado por el delito de lesión de confianza, sucedió al impresenta­ble exsenador Óscar González Daher y que la conformaci­ón de la terna para ocupar la Fiscalía General del Estado se caracteriz­ó por su falta de transparen­cia. Como no se puede encargar al Poder Judicial que se regenere a sí mismo, lo que correspond­e es que quienes integran el Consejo tengan la honestidad y el coraje de liberarse de esa camisa de fuerza que es el color partidario, para atender, como correspond­e, solo los méritos y las aptitudes de los postulante­s. Mientras eso no ocurra, los futuros ministros de la Corte, surgidos de las ternas, no serán muy distintos de los actuales. En consecuenc­ia, lo que el presidente electo debe hacer es comenzar por el imprescind­ible saneamient­o de la administra­ción a su cargo, el Poder Ejecutivo, expulsando a los corruptos consuetudi­narios e impidiendo que aparezcan otros nuevos. Y, a partir de allí, designar también como sus representa­ntes en otros órganos a funcionari­os probos y moralmente irreprocha­bles, para generar confianza y servir de referencia­s. “Marito” no debe desgastars­e en formular declaracio­nes que están fuera de su alcance y no podrá cumplir. Si diera buen ejemplo dentro de lo que le correspond­e, recibiría el consiguien­te firme apoyo de los ciudadanos y las ciudadanas, con lo que cabría esperar que se expanda la corriente moralizado­ra para ir arrinconan­do a los bandidos y corruptos en sus madriguera­s, y no dejarles salir nunca más.

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