EDITORIAL
El Paraguay corre el riesgo de tener una vicepresidenta indigna. El Congreso se ocupará mañana de la candidatura a la Vicepresidencia de la República de la exministra de la Corte Suprema de Justicia Alicia Pucheta, escogida por el jefe del Poder Ejecutivo a cambio del aberrante fallo que convalidó su postulación como senador mediante el voto favorable de su promovida. La señalada por el dedo presidencial para integrar el Poder Ejecutivo perpetró la indignidad de violar la Constitución no solo en provecho de Horacio Cartes, sino también pensando en ella misma. Ya tenía en mente que podría convertirse en jefa de Estado, una vez ocupada la Vicepresidencia de la República, luego de que el Congreso aceptara la dimisión de su padrino para pasar a sentarse en su ilícita banca senatorial. Por haber emitido un fallo escandaloso, siendo además parte interesada en la cuestión, la exministra Alicia Pucheta no merece en absoluto que el Congreso satisfaga su vana pretensión de entrar en la Historia como la primera paraguaya que ocupó el sillón presidencial. Ella es indigna de merecer el voto de los legisladores que creen en la legalidad y en la moralidad.
El Congreso se ocupará mañana de la candidatura a la Vicepresidencia de la República de la exministra de la Corte Suprema de Justicia Alicia Pucheta, escogida por el jefe del Poder Ejecutivo a cambio del aberrante fallo que convalidó su postulación como senador mediante el voto favorable de su promovida.
En efecto, ya el último 21 de marzo, Horacio Cartes expresó su deseo de que la entonces ministra Pucheta sustituya al vicepresidente de la República Juan Afara, primero, y a él mismo en el Palacio de López, después. El 2 de abril, la afortunada prometió que “en caso de aceptar la propuesta”, respetaría rigurosamente la Constitución. Nueve días más tarde, cometió el delito de prevaricato al rechazar una acción de inconstitucionalidad planteada contra las sentencias de la Justicia Electoral que cohonestaron la candidatura a senador de quien debe convertirse en vitalicio al término de su mandato presidencial, según el art. 189 de la Ley Fundamental. El 30 de abril, tras la renuncia de Juan Afara, el órgano que integraba aceptó la suya a su condición de ministra.
De esta breve cronología se infiere que la señalada por el dedo presidencial para integrar el Poder Ejecutivo perpetró la indignidad de violar la Constitución no solo en provecho de Horacio Cartes, sino también pensando en ella misma. Ya tenía en mente que podría convertirse en jefa de Estado, una vez ocupada la Vicepresidencia de la República, luego de que el Congreso aceptara la dimisión de su padrino para pasar a sentarse en su ilícita banca senatorial.
Por haber emitido un fallo escandaloso, siendo además
parte interesada en la cuestión, la exministra Alicia Pucheta no merece en absoluto que el Congreso satisfaga su vana pretensión de entrar en la Historia como la primera paraguaya que ocupó el sillón presidencial. Si se saliera con la suya, ingresaría por la ventana como resultado de un repulsivo intercambio de favores. En tal caso, Horacio Cartes habrá hecho, con el voto de los colorados “añetete”, la demostración de poder que no pudo realizar en los comicios internos de la ANR con la candidatura de Santiago Peña. Y lo hará con la aquiescencia de Mario Abdo Benítez, quien “ya bajó la línea”, según el senador Silvio Ovelar: su colega Eduardo Petta no debería aspirar el cargo reservado a Alicia Pucheta, porque “esta no es la asociación de pensadores libres”.
Dejando de lado que el estatuto de la ANR dice que es “una nucleación de hombres libres”, se recordará que el presidente electo anunció en la campaña electoral que al asumir su mandato iba a pedir la renuncia de todos los ministros de la Corte y no precisamente por su buen desempeño. Pero ahora resulta que, contradictoriamente, ordena a los legisladores de su movimiento interno que voten por quien integró ese deplorable organismo desde 2011, llegando incluso a presidirlo. Alicia Pucheta es corresponsable del calamitoso estado de la administración de Justicia, reconocido por el propio Mario Abdo Benítez, pero cuenta con su apoyo para darle el gusto a Horacio Cartes. La notoria incoherencia del exsenador sirve para
aquilatar hasta qué punto está dispuesto a cumplir lo que prometió y no solo en lo que respecta al Poder Judicial.
También el senador Juan Carlos Galaverna pidió a su colega Petta que apoye a la candidata que dictó una sentencia contra la ley y la moral, con el argumento de que las “cuestiones personales” serían impertinentes: si no fuera así, según dijo, él tendría que negar su voto a Alicia Pucheta, porque ella le había prohibido ingresar al país en la década de 1980. Esa canallesca medida, dispuesta por la entonces jueza de la dictadura, tuvo que haberla descalificado definitivamente para integrar la máxima instancia judicial en democracia. El hecho de que, obedeciendo a Alfredo Stroessner, haya impedido que un
paraguayo retorne a su tierra no concierne solo a su víctima de entonces, sino a la ciudadanía toda que, si ya tuvo que soportarla en la Corte, al menos tendría que librarse de tenerla como vicepresidenta de la República y hasta como jefa del Poder Ejecutivo, si el Congreso, en mala hora, aceptara la dimisión de Horacio Cartes. El senador Galaverna podrá perdonarla, pero no así quienes creen que una magistrada debe actuar siempre con independencia del poder político, acatando solo cuanto dispone la Carta Magna.
En 2016, estando al frente de la Corte, volvió a demostrar que no sentía el menor respeto a su propia investidura, al asistir en Pilar a un almuerzo de marcado tinte político-partidario, en compañía del presidente de la República, y en el domicilio del de la ANR, el diputado Pedro Alliana. Solo le faltó ponerse el pañuelo colorado al cuello, como lo hacía Juan Félix Morales, aquel gerifalte del Poder Judicial stronista, de triste memoria. Alicia Pucheta es indigna de merecer el voto de los legisladores que creen en la legalidad y en la moralidad, pero el presidente electo de la República, Mario Abdo Benítez, cree que su conducta, como jueza primero y ministra de Corte después, ha sido lo suficientemente honorable para que llegue a presidir la República. Dobla la cerviz ante Horacio Cartes, como si fuera un subordinado suyo o le debiera un enorme favor, que debe retribuir apoyando a una candidata vergonzosa.
¿No hubiera sido más lógico que, habiéndolo derrotado en las elecciones internas de la ANR, los colorados “añetete” tuvieran su propio candidato? Lo cierto es que, tras haberse rasgado las vestiduras ante sus reiteradas trapisondas, empezando por la de la enmienda inconstitucional, le están permitiendo que aparezca ante la opinión pública como alguien que aún es lo bastante poderoso como para determinar quién habrá de reemplazarlo durante algunos meses, mientras ejerce su senaduría ilegítima, también con el consentimiento de los colorados “añetete”, otrora “disidentes”.
Las turbias componendas que están apareciendo entre
Mario Abdo Benítez y Horacio Cartes hacen presumir que el próximo Gobierno seguirá el “nuevo rumbo” marcado por este último, es decir, el de la corrupción, la complicidad del Poder Judicial y el atropello reiterado a la Constitución. Lo anticipa el repudiable caso de Alicia Pucheta.