Ese mameluco naranja
El evento farsesco en el que la exministra de la Corte Alicia Pucheta fue elegida vicepresidenta de la República fue solo el cumplimiento de un pacto político entre colorados, como admitió sin vueltas el presidente electo Abdo Benítez, al que se prestaron algunos legisladores que fungen de opositores, a quienes ya no les queda algún ápice de dignidad que teman perder.
Es mentira que Horacio Cartes tuviera algún derecho o atribución para decidir quién quería que lo suceda en el cargo para intentar después jurar como senador.
El Mandatario ni siquiera tiene autoridad política para pretender elegir a su sucesora. La perdió en la elección interna de la ANR de diciembre, cuando recibió el rechazo de sus correligionarios.
El artículo 234 de la Constitución establece que si la vacancia de la vicepresidencia de la República se produce durante los 3 primeros años del periodo se debe convocar a elecciones para cubrirla. Si la vacancia se da en los últimos 2 años el Congreso, por mayoría absoluta, designará a quien ocupará el cargo hasta el término del periodo.
Como debe ser, la Constitución le da al pueblo la potestad de decidir quién quiere que ocupe el cargo. El pueblo la ejerce por si mismo, como lo hizo en el año 2000, cuando eligió a Yoyito Franco, del PLRA para ocupar el cargo que había dejado vacante el fallecido Luis María Argaña. O la ejerce a través de sus representantes en el Congreso, cuyo criterio debe ser independiente y apuntar a designar a alguien con honorabilidad y merecimientos y no a una digitada por el capricho de un presidente saliente desprestigiado.
Pucheta perdió autoridad moral para ocupar el cargo al firmar un fallo avalando la inconstitucional candidatura de Cartes cuando ya el presidente había hecho público que era su candidata para la vicepresidencia. Por una cuestión de respeto a su investidura (suponiendo que sepa de qué se trata eso), debió apartarse de entender en ese tema.
Pucheta tiene como antecedente cuando era jueza, en la década del 80, haber firmado la prohibición para que el entonces dirigente Juan Carlos Galaverna ingrese al país por ser un peligroso “comunista comunizante” (ja, ja). Como se prestó al régimen de Stroessner ahora lo hizo sin problemas con el cartismo.
Queda ahora que el Senado acepte la renuncia del presidente para que pueda jurar como senador. Pareciera no haber obstáculos para Cartes. Quienes se prestaron a lo de Pucheta se prestarán a lo de él también. Según se infiere de su intento de agradar al gobierno de los EE.UU. con la insólita decisión de trasladar a Jerusalén la embajada paraguaya en Israel, solo le debe preocupar la posibilidad de vestir ese mameluco naranja que solemos ver en las películas de Hollywood.