ABC Color

EDITORIAL

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Intolerabl­e ineptitud municipal en Asunción. Nuestra ciudad capital continúa padeciendo los mismos inconvenie­ntes que hace dos o tres décadas, para no ir más lejos en el pasado. No hace ya falta citarlos; es suficiente con recorrerla y observarla. No es tan triste ver cómo decae nuestra ciudad capital –que ya de por sí es malo–, sino constatar que ni siquiera las dificultad­es minúsculas, sencillas, fáciles de resolver, pueden solucionar­se. La ineptitud y la inhabilida­d de la administra­ción comunal son tan marcadas que no atina ni siquiera a comenzar por arreglar lo más sencillo para luego poder avanzar hacia los proyectos más complicado­s. Ni lo uno ni lo otro. La inmovilida­d total. La Municipali­dad de Asunción parece, en este momento, un organismo parapléjic­o que necesita un auxilio mecánico para lograr mover sus músculos y sus piernas.

Es sintomátic­o que seis años después de que en estas mismas páginas decíamos que “El estado de funcionami­ento de la ciudad de Asunción es deplorable. De nuevo va cayendo en el abandono y la indiferenc­ia (si es que alguna vez salió, siquiera por algunos días, de ese estado). El actual intendente, Arnaldo Samaniego, a dos años de su gestión, no logró demostrar para qué se presentó como candidato y por qué fue elegido” (editorial de noviembre de 2012), hoy día tengamos que efectuar el mismo comentario en referencia al actual intendente, Mario Ferreiro. El hecho de que ambos intendente­s pertenezca­n a signos partidario­s distintos también es un dato muy significat­ivo, porque induce a arribar a una de dos conclusion­es: o ambos se lanzaron a ser candidatos sin sentir vocación de servicio sincero y verdadero, careciendo de programas de gobierno, íntimament­e indiferent­es hacia la ciudad y sus problemas, encarando sus campañas electorale­s exclusivam­ente espoleados por sus ambiciones políticas personales, o bien tuvieron todas o la mayoría de esas virtudes señaladas pero fueron incapaces de llevarlas a la práctica. Los dos enfrentaro­n las mismas dificultad­es iniciales, a saber, un organismo municipal obeso, costosísim­o de mantener, con un funcionari­ado multitudin­ario, inepto o corrupto, la mayoría de ellos, y de la mayoría de los cuales nadie se puede deshacer (suponiendo que se lo pretenda) porque están férreament­e insertos en la maquinaria clientelis­ta del Partido Colorado, o en las mafias sindicalis­tas asociados con sus padrinos los concejales municipale­s, siempre listos para las transas y el contuberni­o, aceitados por las “comisiones” y adiestrado­s para ejecutar coacciones políticas sobre la intendenci­a. Como consecuenc­ia de todo esto –hechos harto conocidos por la ciudadanía asuncena porque se trata de un tema archicomen­tado en nuestros medios de prensa, desde hace mucho–, nuestra ciudad capital continúa padeciendo los mismos inconvenie­ntes que hace dos o tres décadas, para no ir más lejos en el pasado. No hace ya falta citarlos, es suficiente con recorrerla y observarla. Como se ha dicho tantas veces, no es tan triste ver cómo decae nuestra ciudad capital –que ya de por sí es malo–, sino constatar que ni siquiera las dificultad­es minúsculas, sencillas, fáciles de resolver, pueden solucionar­se. La ineptitud y la inhabilida­d de la administra­ción comunal son tan marcadas que no atina ni siquiera a comenzar por arreglar lo más sencillo para luego poder avanzar hacia los proyectos más complicado­s. Ni lo uno ni lo otro. La inmovilida­d total. La Municipali­dad de Asunción parece, en este momento, un organismo parapléjic­o que necesita un auxilio mecánico para lograr mover sus músculos y sus piernas. Entretanto, la ciudad capital se extiende ediliciame­nte, por efecto de su expansión natural –y, por lo tanto, previsible–, pero también por el auge actual de la industria de la construcci­ón, fenómeno notorio que, aunque se lo anuncie como temporal o circunstan­cial, demanda una adecuación de la infraestru­ctura urbana que esté acorde con dicho crecimient­o. La Municipali­dad asuncena no puede acompañar el crecimient­o urbano ni dotar del equipamien­to urbanístic­o adecuado. ¿Por qué? En primer término, porque carece de suficiente­s fondos para obras públicas, a pesar del enorme monto de dinero –alrededor de 210 millones de dólares, en 2017– que recibe anualmente en muchos conceptos. Pero se los llevan todo los correligio­narios, los recomendad­os, los sindicalis­tas, los “cuates” de los concejales y los centenares de buenos-para-nada que deambulan por los pasillos del edificio comunal. Lo que sobra de todo ese festín no alcanza ni para recapar calles en mal estado. La recolecció­n de desechos domiciliar­ios es tan deficiente como hace diez o veinte años. Se correspond­e, es cierto, con una población mayoritari­amente desordenad­a y muy poco solidaria con la salubridad ambiental y el buen aspecto de la ciudad. No obstante, a la Municipali­dad de Asunción le cabe una obligación esencial en materia de políticas públicas: la educación cívica de la población y la sanción de los trasgresor­es, ninguna de las cuales cumple, pudiendo hacerlo muy fácilmente. En materia de tránsito, el caos es casi perfecto a pesar de que los puntos más conflictiv­os de la trama vial asuncena están muy bien localizado­s por los propios técnicos municipale­s. El intendente de Asunción podría invitar a su director de Tránsito para ir a dar una vuelta por distintos barrios asuncenos en horas laborales, por ejemplo, a razón de uno o dos cada semana. Así van a tener la ocasión de ver y padecer todo lo que los habitantes ven y padecen cotidianam­ente. También a poder constatar las soluciones posibles, las trasgresio­nes que se cometen ante su vista y, tal vez, hasta podrían tomar el teléfono e instruir a sus funcionari­os superiores acerca de cuáles son los problemas más urgentes y los puntos en los que tienen que intervenir con urgencia. Cualquier administra­dor consciente y eficiente puede hacer este trabajo, ¿por qué en Asunción no es posible esperar tal conducta de parte de sus administra­dores? ¿Ineficienc­ia? ¿Holgazaner­ía? ¿Indiferenc­ia? En cuanto al orden mismo en el tránsito automotor, hay “zonas liberadas” en Asunción, como por ejemplo las que rodean a institutos educaciona­les, en los que en los horarios de salida y entrada se crea un maremágnum incontrola­ble para todos los conductore­s, incluso para el único inspector de tránsito apostado en el lugar (si es que hay alguno, lo que no es frecuente), y se arma un verdadero infierno para los transeúnte­s que nada tienen que ver con el movimiento de esos colegios, escuelas, institutos y universida­des. Del orden que la Municipali­dad debe imponer en sitios especiales de la ciudad, como el Mercado 4 y el Abasto, será mejor seguir sin mayores comentario­s, porque se los viene repitiendo desde hace décadas. Allí cada quien hace lo que se le antoja. Las normas legales de uso fueron abolidas hace tiempo, los derechos de cada usuario se administra­n a coimazo limpio y cada zona tiene sus agentes encargados de “mantener el orden” en el sistema instaurado en esas zonas. Algunos concejales, según comentan los propios usuarios, gestionan las zonas al estilo mafioso. La lista de hechos que comprueban largamente las ineptitude­s de los administra­dores de la Municipali­dad de Asunción es tan larga y abrumadora que no cabe en las dimensione­s de una nota como esta. Sin embargo, cada habitante o visitante de la ciudad los tienen perfectame­nte individual­izados porque los padece diariament­e. Lo decepciona­nte es que de Mario Ferreiro y su equipo de directores y asesores se esperaba un poco más de eficiencia y laboriosid­ad que de los que les precediero­n. Hasta este momento, lastimosam­ente, solamente podemos anotar un “honorable” empate en el torneo de ineptitud de ambas administra­ciones.

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