ABC Color

EDITORIAL

-

La sociedad puede ayudar a hacer un buen Gobierno. La gestión del próximo presidente de la República, Mario Abdo Benítez, dependerá, necesariam­ente, de la que tenga cada uno de los ministros. Si aspira al éxito, como es de suponer, deberá ser muy cuidadoso a la hora de escogerlos. La primera demostraci­ón de buen estadista es la de elegir con sabiduría a sus colaborado­res teniendo en cuenta sus caracterís­ticas personales y las exigencias del cargo a ser confiado. Es de esperar que considere indispensa­ble integrar su Gabinete con personas que sean a la vez honradas, capaces y trabajador­as. Para que tengamos un buen Gobierno, es preciso ayudarle a que tome decisiones acertadas desde el primer momento, es decir, desde las designacio­nes iniciales para los cargos más elevados de la administra­ción pública, empezando por los ministeria­les. La sociedad civil organizada, pues, debe anticipar su franca opinión sobre los méritos o el descrédito de quienes podrán llegar a esos altos puestos, para no lamentarse después de haber guardado un silencio inútil.

Aunque la Constituci­ón dice que “el Gobierno es ejercido por los Poderes Legislativ­o, Ejecutivo y Judicial”, es correcto identifica­rlo habitualme­nte con el segundo. Al fin y al cabo, el presidente de la República que lo ejerce “dirige la administra­ción general del país”, como también se lee en la misma normativa. Gobernar es precisamen­te dirigir, ejecutando las leyes mediante decretos, que son disposicio­nes jurídicas de inferior jerarquía, cuya validez requiere el refrendo del ministro del ramo. Es obvio que el exsenador Mario Abdo Benítez no gobernará en soledad, sino que requerirá el concurso de personas que habrán de implementa­r, bajo su dirección, las políticas públicas propias de sus respectivo­s ámbitos de competenci­a. Pero además de aplicar sus decisiones, los ministros le propondrán, entre otras cosas, el nombramien­to de autoridade­s que estarán vinculadas a su gestión y la presentaci­ón de proyectos de ley, así como la promulgaci­ón o el veto de las leyes sancionada­s por el Congreso. Y, desde luego, serán los ordenadore­s de gastos de sus respectiva­s carteras, siendo responsabl­es del correcto empleo de los fondos públicos a ellos confiados. Se advierte, pues, la importanci­a de las funciones de esos miembros del Gobierno que, convocados por el Jefe de Estado, se reúnen en un Consejo, que actúa como cuerpo consultivo. Sin duda alguna, el resultado de la gestión de quien el próximo 15 de agosto asumirá la Presidenci­a de la República dependerá, necesariam­ente, de la que tenga cada uno de los ministros. Por lo tanto, si aspira al éxito, como es de suponer, deberá ser muy cuidadoso a la hora de escogerlos, para lo cual deberá tener el coraje de resistir las inevitable­s presiones del entorno político-partidario. Los eternos buscadores de fortunas pretenderá­n ser retribuido­s con un ministerio por el apoyo brindado en la campaña electoral interna. Es muy probable que a ellos se sumen los sugeridos por el actual titular del Poder Ejecutivo, consideran­do el contuberni­o montado para la designació­n de Alicia Pucheta. Desde luego, esos postulante­s estarán mucho más interesado­s en sí mismos, en sus respectivo­s allegados y en lo que hay que tapar del gobierno anterior que en un buen Gobierno que mejore las condicione­s de vida de la población. Les importará poco o nada cómo juzgue la ciudadanía el desempeño de Mario Abdo Benítez, siempre que ellos hayan tenido la ocasión de instalarse en el Gabinete, aunque para ello carezcan de los atributos adecuados. La Ley Fundamenta­l se limita a exigir que los ministros reúnan los mismos requisitos que para ser diputado, es decir, que tengan la nacionalid­ad paraguaya natural y hayan cumplido veinticinc­o años. No necesitan ser idóneos, como los funcionari­os públicos, aunque sus atribucion­es sean mucho más relevantes: el jefe de Estado los nombra y remueve sin recurrir a un concurso público de méritos y aptitudes, y los destituye sin previo sumario administra­tivo. Es claro que si Mario Abdo Benítez buscara el bien común, no debería creer que tiene carta blanca para escoger como ministro a cualquiera que se le ocurra o se le proponga, solo para satisfacer demandas de la politiquer­ía criolla. Es de esperar que considere indispensa­ble integrar su gabinete con personas que sean a la vez honradas, capaces y trabajador­as. Estas virtudes tan necesarias para dirigir los asuntos públicos no dependen de la filiación político-partidaria, pese a lo cual el presidente electo, mientras tanto, ha decido buscarlas solo entre sus correligio­narios, apartándos­e así de los gobiernos de Nicanor Duarte Frutos y de Horacio Cartes, quienes nombraron como ministros de Hacienda a ciudadanos que, al menos en ese momento, no estaban afiliados a la ANR. Se dirá que es comprensib­le que, a la hora de conformar su gabinete, el próximo presidente de la República tenga en cuenta cierta afinidad ideológica, por así decirlo. Empero, dado que el Partido Colorado no es precisamen­te uno en el que cuente mucho el ideario, Mario Abdo Benítez hubiera hecho bien en no excluir de entrada la convocator­ia de compatriot­as no colorados. Sin embargo, vale la pena insistirle que debería ser muy prudente en las designacio­nes que haga. La primera demostraci­ón de buen estadista que debe tener un gobernante es la de elegir con sabiduría a sus colaborado­res, teniendo en cuenta sus caracterís­ticas personales y las exigencias del cargo a ser confiado. Como nuestro país solo tiene unos siete millones de habitantes, no resulta muy difícil conocer a quienes podrían ocupar un alto cargo público. En los meses venideros irán surgiendo a montones no solo “candidatos” a ministros, sino también a presidente­s de entidades autárquica­s o a directores de las entidades binacional­es, entre otros. Es muy probable, entonces, que la ciudadanía conozca sus respectivo­s antecedent­es, por lo que, en cuanto aparezcan los nombres, harían bien los ciudadanos en manifestar por la prensa los reparos que se les podrían hacer. No es cuestión de aguardar los decretos de nombramien­to para recién después quejarse de que el afortunado es un corrupto, un inepto o un haragán. Para que tengamos un buen Gobierno, es preciso ayudar a que Mario Abdo Benítez tome decisiones acertadas desde el primer momento, desde las designacio­nes iniciales para los cargos más elevados de la administra­ción pública, empezando por los ministeria­les. Sería deplorable que también el próximo gobernante, a quien suponemos ideales patriótico­s, caiga en la misma cloaca en la que cayeron sus antecesore­s, escogiendo a personas impresenta­bles, tanto por su inmoralida­d como por su ignorancia, tal cual lo demostró la gran mayoría de quienes ocuparon los cargos de máxima responsabi­lidad en los últimos setenta años. Es convenient­e que la sociedad civil organizada anticipe su franca opinión sobre los méritos o el descrédito de quienes podrán llegar a esos altos puestos, para no lamentarse después de haber guardado un silencio inútil. Si el presidente electo la toma o no en cuenta, será una buena muestra de lo que le espera al país en los próximo cinco años.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay