ABC Color

Prueba de compromiso

- jaroa@abc.com.py Juan Augusto Roa

La semana pasada corrió como reguero de pólvora a través de las redes sociales un mapa de nuestro país con una amplia franja de espacio, a lo largo de la frontera Este, limítrofe con el Brasil, ocupada por sojeros extranjero­s.

Este plano generó una inquietant­e idea que me remitió a la franja de gaza, donde se lleva a cabo una matanza para liberar tierras de colonos judíos instalados en territorio palestino.

Hace poco se publicó también que nuestro país es ahora el tercer exportador mundial de la oleaginosa, luego de estar en el cuatro lugar. Este hecho fue ampliament­e celebrado por diferentes sectores de la economía nacional.

Sin embargo, tengo ciertas dudas respecto a este punto y si deba ser un motivo para alegrarnos, atendiendo el costo social, ambiental y económico que ello implica. Me inclino a sospechar que se trata de una victoria pírrica.

El monocultiv­o de la soja acaba con la biodiversi­dad. Los agroquímic­os que emplea matan todo lo que no sea la oleaginosa y la destrucció­n de bosques y cursos de agua vino aparejado con este “boom” comercial iniciado hace un par de décadas.

El costo social es tanto o más catastrófi­co: miles de jóvenes abandonan todos los años sus chacras para engrosar los cordones de pobreza en las ciudades, en las cuales se convierten en vendedores callejeros. Algunos optan por ser contraband­istas hormiga en las ciudades de frontera, y otros, tal vez más afortunado­s, son mano de obra barata en el rubro de la construcci­ón o el servicio doméstico en el extranjero.

Muchos abandonan sus chacras por ignorancia, porque no supieron encontrar o crear mejores oportunida­des. Otros en la creencia de que en la ciudad tendrán mejores oportunida­des como también están aquellos, hay que decirlo, no desarrolla­ron una cultura del trabajo y el esfuerzo como camino de superación.

Hasta hace unos 30 años un citadino que visitaba a algún pariente en “la campaña”, además de comer de todo, regresaba cargado de naranjas, maíz, mandioca, huevos, gallinas. Los campesinos eran los “mboriahu ryguatã”, pobres pero satisfecho­s. Hoy esta situación prácticame­nte es una leyenda en nuestro país.

Nadie discute que la producción agrícola, tecnificad­a y empresaria­l, significa generación de riqueza. No se trata de cuestionar la iniciativa y buena fe de quienes aprovechar­on las ofertas ventajosas de personeros que durante la época de oro de la “reforma agraria” del estronismo fueron beneficiad­os impúdicame­nte con miles y miles de hectáreas de tierra virgen. Un capítulo de nuestra historia reciente que para muchos expectable­s ciudadanos es mejor dejarlo bajo tierra.

Pero preguntémo­nos: ¿Cómo se distribuye y dónde va a parar esa inmensa riqueza?, de seguro que no a los hospitales, a la educación y a mejoras de infraestru­ctura.

Nos alegramos de ser uno de los más grandes exportador­es de soja, mientras crece la pobreza del sector campesino; nos enorgullec­emos de exportar carne de primera calidad al mundo, mientras nos meten de contraband­o desde Brasil un producto de inferior calidad para nuestro consumo. Supuestame­nte somos los “dueños” de la ilex paraguarie­nsis, pero nos inundan de palillos de yerba mate que son desechos para nuestros vecinos.

Nos hinchamos como galleta en agua con eso de que somos los primeros productore­s de energía limpia, pero le regalamos la electricid­ad a países vecinos, mientras seguimos cocinando a leña, y entramos en corto circuito cuando nos llegan las abultadas facturas de la Administra­ción Nacional de Electricid­ad (ANDE).

Este “mapa” que, según mi modesto entender, nos pinta de cuerpo entero, es un desafío para las autoridade­s que en agosto próximo tomarán el timón de nuestro país. También es una prueba del grado de compromiso con la nación a la que dicen compromete­rse a servir.

Ojalá el próximo gobierno tenga el coraje, el interés y la capacidad real para resolver los problemas de ese “Paraguay profundo”, largamente postergado.

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