El salto mortal a una pileta sin agua
Marcos Cáceres Amarilla
Cuando el presidente Horacio Cartes presentó el lunes su renuncia al cargo e inmediatamente el líder de la bancada colorada cartista del Senado Juan Darío Monges y otros senadores pidieron una sesión extraordinaria para tratarla en el Congreso, nadie dudó que todo estaba cocinado y que sobraban los votos para la aprobación.
Pensar lo contrario era suponer que el Mandatario sería expuesto por sus mismos partidarios a una nueva derrota humillante, como la que había sufrido en diciembre pasado, en las elecciones internas de la ANR.
El frustrado intento de renunciar dejó a Cartes y a su equipo furiosos y confundidos, como a aquel que, a la noche, cae en un pozo que era muy difícil de no ver previamente.
El Mandatario prueba en estos días, en toda su dimensión, el amargo sabor del desgaste de su gestión y la pérdida de poder, como no hubiera imaginado hacerlo.
Comienza también a cosechar el fruto de los rencores políticos que sembró a lo largo de su administración. Varios dirigentes se lo cobran con placentero interés.
En ese ambiente, los reproches e insultos, evasivas y justificaciones que se lanzan dirigentes colorados suenan a la trama de esas novelas románticas de desencuentros entre amantes inmersos en una historia de amores imposibles.
El tenor de algunos reproches que se escuchan es tan absurdo que suenan a ironía, más aún si uno se fija en quiénes los hacen.
Las críticas de Pedro Alliana, presidente del Partido Colorado, a los senadores Luis Castiglioni, Blanca Ovelar y Eduardo Petta saben a chiste.
Los llama traidores y anticolorados. En cambio, nunca dudó del coloradismo de su mentor, un “exitoso” empresario que se afilió al partido hace pocos años al descubrir las oportunidades que puede dar la democracia y la política a alguien con audacia y abundante capital para invertir y convertirse en presidente, alquilando un partido.
Tampoco dudó del coloradismo de Santiago Peña, un afiliado liberal impuesto como candidato presidencial que fue derrotado en la interna.
Dice Alliana que los de Añetete utilizaron el dinero de Cartes y que ahora lo traicionan. El sincericidio pone en evidencia cuál es el concepto de lealtad que manejan en el cartismo, basado principalmente en la obediencia a cambio de una “generosa” financiación.
De hecho, en 2015, Cartes se vanaglorió de haber ganado con su dinero las elecciones partidarias, lo que le permitió poner un presidente títere y copar el Partido Colorado. Es obvio que a Alliana no se le ocurriría escupir la mano que le dio de comer.
Ahora advierten que solo el dinero, sin poder político, ya no será suficiente. Por eso, comienza a verse el revanchismo y la infidelidad de algunos dirigentes.
Mucho se discute el papel del presidente electo Mario Abdo Benítez en este “golpe” a Cartes. Él se refugia en un oportuno “institucionalismo”, diciendo que Cartes debe jurar porque así lo dice la Corte Suprema. Sin embargo, no moverá un dedo para que ello ocurra.
El amargo reproche de los cartistas, el anuncio de Alliana de que prácticamente dejará el partido en manos del abdismo parecen indicar que Cartes decidió tirar la toalla.
Algunos dirigentes cercanos a Abdo Benítez temen, no obstante, que el actual Mandatario pueda ser más peligroso y dañino fuera del ámbito político que estando en el Congreso.
Es una comparación que tal vez no se podrá hacer ni verificar, ya que las posibilidades de Cartes de ser senador parecen haber quedado reducidas a una expresión de deseos.