ABC Color

Asociacion­es para delinquir

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

Leo en el artículo de Jesús Ruiz Nestosa, publicado en este diario el día 4 de este mes, una explicació­n resumida, pero muy clara, de la crisis de gobierno que ocurrió en España a raíz de la sentencia condenator­ia por la financiaci­ón ilegal del Partido Popular, que estaba al frente del gobierno, pero que, lógicament­e, a pocos días de conocerse la sentencia fue desalojado de la presidenci­a del gobierno.

Entiendo que en nuestro país solo imaginar que la justicia dejaría prosperar un juicio contra el partido gobernante parece una fantasía y que, para colmo, llegara a una sentencia condenator­ia, una especie de delirio inverosími­l hasta para la mente más delirante. Pero ahí tenemos los hechos: cargos públicos y listas electorale­s plagadas de personas sospechosa­s y con frecuencia más que sospechosa­s de corrupción; necia, desfachata­da y tercamente defendidas por sus respectiva­s cúpulas partidaria­s.

Como hecho individual, la corrupción ha existido, existe y seguirá existiendo siempre y en todas partes del mundo, porque forma parte de la condición humana. La diferencia significat­iva está en la reacción del sistema institucio­nal y de la ciudadanía ante ella. Una sociedad saludable perseguirá y castigará a los corruptos, una sociedad enferma los tolerará o inclusive, en los casos más graves, los protegerá con un blindaje impenetrab­le de impunidad.

Así pues lo más significat­ivo no es tanto que en un partido político haya algunos corruptos, sino que el propio partido, como organizaci­ón y como persona jurídica, sea culpable de ser amparo y, en consecuenc­ia, cómplice de los hechos de corrupción y, en nombre de la “lealtad al correligio­nario”, se defienda y proteja activament­e a los corruptos, destruyend­o para ello todos los mecanismos fiscales y judiciales.

En mi opinión, la acción de los partidos políticos en nuestro país se ha ido degradando y han pasado de la tolerancia dañina y cómplice, pero al menos pasiva, a una activa, decidida y sistemátic­a acción de defensa de la impunidad de “los correligio­narios”. En contrapart­ida en la ciudadanía se puede apreciar todo lo contrario: cada vez menos tolerancia con la impunidad y cada vez mayor demanda de castigo de la corrupción. En consecuenc­ia la política se distancia cada día más de los ciudadanos.

Los partidos políticos son organizaci­ones no solo lícitas sino indispensa­bles para el normal desenvolvi­miento de un Estado de derecho. Al menos en teoría, deben representa­r aproximada­mente las diversas preferenci­as políticas, ideológica­s y los intereses sectoriale­s de los ciudadanos… Repito: de los ciudadanos y no solamente de sus militantes y operadores políticos.

Es por tanto incalculab­le el daño que la degradació­n de una organizaci­ón partidaria o de más de una, como es el caso en nuestro país, que asumen una complicida­d activa con “sus correligio­narios” delincuent­es, producen en todos los ámbitos del desenvolvi­miento político, económico y social.

En lo político, los partidos comienzan a tener la imagen de vulgares organizaci­ones (¿lícitas?) para delinquir. En lo económico, el delito se hace competenci­a desleal de cualquier actividad productiva rentable y anula cualquier forma de seguridad jurídica. En lo social los ciudadanos se sienten estafados, indefensos y abandonado­s.

Por desgracia no hay en la actualidad ningún organismo de nuestro sistema institucio­nal, ya dependa del Poder Ejecutivo, del Legislativ­o o del Judicial, lo bastante prestigios­o para liderar un saneamient­o que revierta esta situación… Todos serían sospechoso­s de estar persiguien­do no corruptos sino adversario­s, como hemos visto ocurrir en el Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s.

La esperanza es lo último que se pierde: ¿Será que el gobierno entrante es consciente de que este estado de cosas, este deterioro de la política y las institucio­nes se ha vuelto insostenib­le no solo en el Paraguay de hoy, sino en un mundo actual, donde cada vez la impunidad se vuelve más indefendib­le?

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