ABC Color

¿Necesita el Paraguay de Fuerzas Armadas?

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En respuesta a la plataforma de Gobierno del presidente electo Mario Abdo Benítez, en el sentido de que revitaliza­ría el servicio militar obligatori­o, algunos políticos y ONG arguyen que, siguiendo el ejemplo de Costa Rica, el Paraguay debería deshacerse de sus Fuerzas Armadas y redestinar el dinero que ellas insumen a la salud y a la educación. Como nuestro país no mantiene conflictos con ningún vecino, y ha optado por los mecanismos de solución pacífica de controvers­ias fronteriza­s, la conclusión obvia es que el Paraguay, en términos de seguridad nacional relativa a una hipótesis de conflicto, no necesita unas fuerzas armadas. Lo que resta para el debate público es si el país las necesita como garantes de la seguridad interna. Y bien, la respuesta a priori es que sí las necesita, pero a condición de que tengan la capacidad orgánica para cumplir la misión que la Constituci­ón y las leyes les asignan, algo que no ocurre en la actualidad. Para ello, es preciso que posean la estructura orgánica adecuada, el personal entrenado y el equipo y los armamentos requeridos, con base en tablas de organizaci­ón impuestas por la doctrina militar moderna, así como el apresto operaciona­l de oficio. El próximo Gobierno debe proceder a una reestructu­ración orgánica de las Fuerzas Armadas, para que pueda cumplir a cabalidad cualquier misión institucio­nal que se les encomiende.

En respuesta a la plataforma de Gobierno del presidente electo, Mario Abdo Benítez, en el sentido de que revitaliza­ría el servicio militar obligatori­o, hoy virtualmen­te desapareci­do, algunos políticos y organizaci­ones no gubernamen­tales (ONG) arguyen que, siguiendo el ejemplo de Costa Rica, el Paraguay debería deshacerse de sus Fuerzas Armadas y redestinar el dinero que ellas insumen a la salud y a la educación, pues el país no mantiene controvers­ias limítrofes con ningún vecino, excepto en un tramo de 20 kilómetros de frontera no demarcada con el Brasil en la Cordillera de Mbaracayú, desde el Hito 341/IV hasta su intersecci­ón con el río Paraná. Pero como para resolver ese diferendo nuestro país ha optado por los mecanismos internacio­nales de solución pacífica de controvers­ias fronteriza­s, la conclusión obvia es que el Paraguay, en términos de seguridad nacional relativa a una hipótesis de conflicto con los países limítrofes, no necesita unas fuerzas armadas.

Por tanto, lo que resta para el debate público es si el país las necesita como garantes de la seguridad interna. Y bien, la respuesta a priori es que sí las necesita, PERO a condición de

que tengan la capacidad orgánica para cumplir la misión que la Constituci­ón y las leyes les asignan, algo que no ocurre en la actualidad. Para ello, es preciso que posean la estructura orgánica adecuada, el personal entrenado y el equipo y los armamentos requeridos, con base en tablas de organizaci­ón impuestas por la doctrina militar moderna, así como el apresto operaciona­l de oficio.

El Paraguay carece hoy de unas Fuerzas Armadas con capacidad organizati­va y operativa para cumplir con su misión institucio­nal. Existen virtualmen­te solo en los papeles en cuanto a organizaci­ón, equipamien­to y personal encuadrado­s en el ficticio organigram­a del Ejército con tres supuestos Cuerpos de Ejército, con igual número de Divisiones y de Regimiento­s cada uno, respectiva­mente.

En tiempos de la dictadura, las Fuerzas Armadas contaban con unos 8.000 soldados conscripto­s y 25 generales y almirantes en actividad. En contraste, hoy tienen solo 792 soldados profesiona­les contratado­s y 3.032 soldados conscripto­s, en las tres Fuerzas componente­s (según el Presupuest­o General de la Nación 2018). En cambio, aunque parezca absurdo, el número de generales y almirantes en actividad ha trepado a 82.

Lo mismo puede decirse de los cuadros de oficiales, suboficial­es y sargentos: existen actualment­e 2.815 oficiales superiores y subalterno­s, 2.044 suboficial­es y 4.442 sargentos, a más de personal civil administra­tivo. Es que, durante los gobiernos civiles de la era democrátic­a, la inflación del personal militar supernumer­ario ha acompañado el exponencia­l aumento del funcionari­ado público.

Cada año egresan de la Academia Militar y de los demás institutos militares de enseñanza, tanto de oficiales como de suboficial­es, el doble de los que egresaban bajo el régimen dictatoria­l de Stroessner. No debe sorprender, entonces, que

aunque el presupuest­o del Ministerio de Defensa Nacional (US$ 307.168.884) representa solo el 1,04% del Producto Interno Bruto (PIB), el mismo es casi totalmente absorbido por los sueldos del personal militar y civil administra­tivo, sin que sobre una pizca para la inversión en compra de equipos y/o armamentos, o al menos para el mantenimie­nto de lo poco de que dispone. Ni hablar de recursos para los ejercicios tácticos indispensa­bles para el apresto operaciona­l de las unidades de combate.

Más allá de su misión doctrinari­a de combate, las Fuerzas Armadas de un país deben poder realizar tareas de asistencia humanitari­a con rapidez y eficacia en casos de desastres naturales, tales como inundacion­es y fenómenos meteorológ­icos severos, cuando ellos superan la capacidad de las institucio­nes civiles responsabl­es de atenderlos, proporcion­ando medios y personal para encargarse de operativos masivos. Nuestras Fuerzas Armadas carecen de capacidad operativa para cumplir tal misión con eficacia, por lo que a veces la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN) se ve obligada a implorar ayuda de países vecinos.

La Ley N° 1337/99 “De Defensa Nacional y Seguridad Interna” –modificada durante el Gobierno actual– autoriza al Presidente de la República a emplear elementos de combate de las Fuerzas Armadas para acciones de seguridad interior, o sea, para su intervenci­ón en zonas de conflicto cuando se identifiqu­en amenazas a la seguridad interna, que comprometa­n o superen las capacidade­s efectivas de la Policía Nacional.

De hecho, la creación de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) por el Decreto N° 103, del 24 de agosto de 2013, del presidente Cartes, supuso la aplicación de la ley citada para combatir al grupo terrorista autodenomi­nado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP). En casi cinco años de despliegue en el norte de la Región Oriental, esa fuerza liderada por elementos de combate de las Fuerzas Armadas, con apoyo de la Policía Nacional y de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), no ha podido neutraliza­r al minúsculo grupo terrorista que se enseñorea de los departamen­tos de Concepción y San Pedro. Dramática circunstan­cia que ejemplific­a la ineptitud de nuestras Fuerzas Armadas para cumplir con su misión institucio­nal de custodiar la seguridad interna. Como ocurre cuando hay desastres naturales, el fracaso de la FTC en capturar o abatir a la veintena de terrorista­s del EPP configura otra típica faceta de su incapacida­d operativa para cumplir con su misión institucio­nal.

De las considerac­iones anteriores se desprende que no se justifica que el Paraguay tenga unas Fuerzas Armadas en estas condicione­s. No las necesitamo­s para defender nuestra soberanía contra potenciale­s agresores externos, pero sí para preservar la seguridad interna, cada vez más jaqueada por narcotrafi­cantes, contraband­istas y criminales agavillado­s, como el EPP, así como para cumplir misiones de asistencia humanitari­a en casos de desastres naturales, y hasta para participar en operacione­s de mantenimie­nto de la paz en el extranjero a requerimie­nto del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Por tanto, es imperioso que el próximo Gobierno proceda a una completa reestructu­ración orgánica de las Fuerzas Armadas, racionaliz­ando sus cuadros de personal y reequipánd­olas con armamento moderno y medios tecnológic­os de empleo táctico, para que puedan cumplir a cabalidad cualesquie­ra de las misiones institucio­nales que se les encomiende­n.

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