¡A ponerse de pie, Paraguay!
Los habitantes del Paraguay, naturales o extranjeros, le deben mucho a este suelo: ser asiento de su existencia, promesa de bienestar, lugar para su futuro y el de su descendencia, sitio donde esperan concretar sus más caros anhelos materiales y espirituales. Todo eso vale mucho, tanto como para que valga la pena luchar por ello. Respecto a esto, sin embargo, es necesario realizar una confesión sincera y lamentable: ante tan descaradas situaciones en las que se denuncia inmoralidad pública, muchos de los habitantes del Paraguay actual prefieren acomodarse a las circunstancias en las que se hallan y mirar para otro lado cuando se sabe de ladrones públicos, latrocinio, putrefacción de políticos, justicia venal, ineficiencia y derroche de recursos económicos en negociados y trampas, por poner algunos ejemplos de los vicios que aquejan a nuestra sociedad. Pareciera que no saben, o que no se dan cuenta, que toda práctica corrupta de nuestros políticos y funcionarios públicos en general se realiza, precisamente, con dinero que sale del bolsillo de los contribuyentes, de su bolsillo. Por eso, mantenerse en silencio, aceptar con resignación o dejar que el problema le resbale como si no le afectara, significa vivir de rodillas. Ni más ni menos. De rodillas ante los que tienen el poder político en complicidad con el poder económico.
Los habitantes del Paraguay, naturales o extranjeros, le deben mucho a este suelo: ser asiento de su existencia, promesa de bienestar, lugar para su futuro y el de su descendencia, sitio donde esperan concretar sus más caros anhelos materiales y espirituales. Todo eso vale mucho, tanto como para que valga la pena luchar por ello. Respecto a esto, sin embargo, es necesario realizar una confesión sincera y lamentable: ante tan descaradas situaciones en las que se denuncia inmoralidad pública, muchos de los habitantes del Paraguay actual prefieren acomodarse a las circunstancias en las que se hallan y mirar para otro lado cuando se sabe de ladrones públicos, latrocinio, putrefacción de políticos, justicia venal, ineficiencia y derroche de recursos económicos en negociados y trampas, por poner algunos ejemplos de los vicios que aquejan a nuestra sociedad. Pareciera que no saben, o que no se dan cuenta, que toda práctica corrupta de nuestros políticos y funcionarios públicos en general se realiza, precisamente, con dinero que sale del bolsillo de los contribuyentes, de su bolsillo. Esos desfachatados no roban absolutamente nada de sus propios recursos. Por eso, mantenerse en silencio, aceptar con resignación o dejar que el problema le resbale como si no le afectara, significa vivir de rodillas. Ni más ni menos. De rodillas ante los que tienen el poder político en complicidad con el poder económico. Existe también gente que cerrando los ojos ante esta realidad, los abre para señalar las supuestas virtudes que halla en los que gobiernan. Son los cómplices que proclaman estar satisfechos con las obras públicas que los políticos gobernantes exhiben pomposamente como propaganda de su gestión, tales como rutas, caminos, puentes, edificios, urbanizaciones, etc. Les prodigan elogios al ejecutor de ellas sin importar cómo se hicieron esas cosas, de qué calidad, con qué técnicas, con cuáles controles y, sobre todo, a qué precio. Sin saber ni preocuparse de averiguar cuánto nos van a terminar costando a nosotros, las generaciones actuales y a nuestros descendientes, los tremendos empréstitos en los que comprometieron al país para financiarlas. Se muestran indiferentes ante las denuncias y evidencias de la corrupción que campea en la administración de los bienes públicos, por sobrecostos y sobrefacturaciones, licitaciones amañadas, contratos privilegiados para socios, parientes, amigos y correligionarios, a despecho de toda consideración que no sea la del enriquecimiento fácil y veloz.
Los indiferentes, que así se convierten por omisión en cómplices de los malos Gobiernos y de los gobernantes corruptos, solamente reaccionan cuando le “tocan el bolsillo” o le incomodan en su bienestar. Si esto les ocurre, empiezan a lamentarse de la falta de oportunidades de trabajo, de la escasez de aulas, del pésimo servicio de salud, del ladrón que le acaba de robar en la calle, del mal estado de rutas y caminos, de los malos y vetustos edificios públicos, de las coimas que tienen que pagar para que un funcionario haga lo que es su obligación, y así, sucesivamente, de decenas de fallas que encuentran a cada paso. Pero no confiesan que, cuando ellos podían haber ayudado a impedir o corregir la irregularidad, estaban mirando, impasibles, para otro lado. “Mientras no me toquen el bolsillo…”. Vale la pena repetir esta frase, porque con este estúpido razonamiento las personas que los emplean dejan pasar centenares de oportunidades en las que hubieran podido ayudar a corregir los males que crecen y progresan a su alrededor. Es el pensamiento típico del egoísta ignorante o del cómplice político. No son capaces de percatarse de que la inmoralidad en la gestión política no puede crearse, mantenerse y crecer sin tocar los bolsillos de todo el mundo, en especial de los contribuyentes. No perciben que los gobernantes corruptos que se suceden en el poder ya vienen metiendo sus garras en él desde hace mucho tiempo; y que, si
no se los frena y se los expulsa, cada vez lo harán con más audacia aprovechando su indiferencia.
Mirando esto, hay que entender que una sociedad en la que los tontos e indiferentes son mayoría se vuelve pan comido para los astutos y corruptos. Si estos se meten en la política –que es lo que ocurrió en nuestro país en los últimos 30 años–, siempre triunfarán en las elecciones y podrán hacerse con el poder sin mayores esfuerzos. Y si saben cumplir con algún que otro capítulo del manual populista, también siempre conservarán una mayoría que los aplaudirá y votará, que hará la vista gorda y que se conformará con mantener su bolsillo a salvo, como viene ocurriendo. Cuando los ladrones, los ineptos, los prepotentes, los evasores, los farsantes, los filibusteros y tramposos están en cargos públicos, no existe otro medio para combatirlos que la lucha frontal; contra ellos y contra el sistema que permitió que ocuparan esos lugares: las “listas sábana”. Los acomodamientos y la vida contemplativa de las personas los refuerzan y perpetúan. Una colectividad que se contenta con que los gobernantes corruptos no afecten sus intereses particulares, o que acepta lo mísero que le ofrecen esas autoridades a cambio de su silencio, su indiferencia o su complicidad, es una colectividad inerte que merece vivir bajo el yugo de los sinvergüenzas y padecer consecuencias tan perjudiciales como las que estamos sufriendo.
Ahora que comienza un nuevo período político en nuestro país, es ocasión propicia para que la sociedad entera, a través de los medios de comunicación, se haga escuchar; debe dejar bien claro que no se transará con los desfachatados a cambio de dos o tres publicitadas obras públicas u otros fuegos de artificio con que autoridades corruptas suelen ocultar sus desmanes. Los paraguayos y las paraguayas decentes y patriotas deben ponerse de pie, y salir a las calles a reclamarles a los fiscales, jueces y magistrados que dejen de transar con los bandidos que robaron la plata del pueblo, y que estos, cualquiera sea su poder político o su posición económica, sean enviados a la cárcel, además de exigirles devolver lo robado.