Deserción escolar, un círculo vicioso
Las cifras pueden desnudar la realidad, pero son frías; no reflejan y hasta pueden ocultar el doloroso drama humano que se esconde detrás de los números. Tal es el caso de los informes sobre deserción escolar que dieron a conocer Unicef, el Ministerio de Educación y la Encuesta Permanente de Hogares realizada por el Instituto Investigación para el Desarrollo.
Esos datos me llenaron de indignación, de preocupación y también de tristeza, porque no son solo números en un papel, son jóvenes reales que están donde no deben estar, en la calle o en trabajos prematuros y precarios; y que no están en las aulas, donde sí deberían estar, y que al quedar excluidos de la educación, tampoco pueden aspirar a un futuro mejor.
Pero veamos la más inquietante de esas cifras: Siete de cada diez paraguayos en edad escolar no terminan la media, lo que quiere decir que solamente tres adquieren una formación básica. Otro dato para preocuparse: Más de cien mil chicos de entre 13 y 17 años simplemente están fuera del sistema educativo.
Estas cifras nos espantan, pero por desgracia no nos sorprenden: ¿Cómo iban a sorprendernos si a diario vemos en las calles innumerables chicos, que debieran estar en la escuela o el colegio, mendigando, limpiando parabrisas, correteando por campamentos instalados en plazas, buscándose la vida en los mercados o, en los peores casos, asaltando a mano armada desde motocicletas?
En el interior la situación es diferente pero no mejor: los jóvenes tienen que tener una voluntad de hierro para asistir a escuelas y colegios que están lejos, son precarios y, en su mayoría, imparten mala formación; para más haciendo frente a familias con la arraigada tradición de que ayudar en las labores agrarias tiene prioridad sobre la formación.
Por supuesto que la principal causa de esta masiva deserción escolar es la pobreza. Se trata de un círculo vicioso: no estudian porque son pobres y son pobres porque no estudian; a su vez sus hijos no estudiarán porque ellos son pobres y serán pobres porque no estudian y así generación tras generación.
Lo que tenemos que entender y, al parecer, ni nuestra sociedad, ni nuestras autoridades han tomado suficiente consciencia de ello es que la educación no es solamente un “problema educativo” y la deserción escolar no es solo dañina para los jóvenes que no estudian.
Se trata de una calamidad social y económica para el país y en consecuencia para todos y cada uno de los paraguayos. Los chicos sin estudios están condenados a la marginalidad, la delincuencia o, en el mejor de los casos, a trabajos manuales, que son cada vez más escasos y peor remunerados.
He aquí el problema social: Muchos de esos siete de cada diez desertores de la enseñanza, serán los futuros “sin tierra”, “sin techo” y no pocos engrosarán la delincuencia por cuenta propia o se convertirán en “mano de obra barata” de mafias de todo tipo.
La otra cara de la moneda es económica: un bajísimo porcentaje de jóvenes estarán en condiciones de ingresar al mercado de trabajo legal y productivo… ¿con qué capital humano va a desarrollarse el país en un mundo en que los trabajos manuales desaparecen cada vez más rápido?
Hay un punto más para preocuparse y mucho. En la Encuesta Permanente de Hogares, algunos de los motivos que los jóvenes aducen para abandonar los estudios, son casi tan alarmantes como las cifras mismas: Casi veintiséis mil contestaron simplemente que “no quieren estudiar” y otros veinte mil “por motivos familiares”. ¡Qué tristeza, por lo visto se les ha inculcado que estudiar no sirve para nada!
Algo anda realmente mal en las instituciones educativas que espantan a los jóvenes de las aulas. Algo anda mal en los programas de estudios obsoletos y en la pésima docencia. Algo anda realmente mal en nuestra sociedad, cuando las familias impiden en vez promover el estudio. Algo anda realmente mal en nuestro país cuando los jóvenes no ven en la enseñanza la esperanza de un futuro mejor.