ABC Color

Aborto: frustrar a un ser humano

- Enrique Vargas Peña evp@abc.com.py

Los humanos matamos cucarachas, bacterias. Matamos vacas, peces, pollos y a integrante­s de cuanta especie animal o vegetal se incorpore a nuestra cadena alimentici­a o a nuestra lista de amenazas. Incluso a seres con conciencia, como perros o simios.

Está claro que el derecho a la vida del que hablan los sistemas de derecho que muchos seres humanos nos hemos dado, no es general y no protege, todavía, a los seres fuera del género humano.

Lo anterior viene a cuento de uno de los argumentos que se escucharon en la Cámara de Diputados argentina en el debate sobre el aborto, el de que el embrión humano que aún no adquirió uso de sentidos ni conciencia, que, según las publicacio­nes médicas, ocurre generalmen­te entre las semanas doce y veinticuat­ro del embarazo, puede ser eliminado del mismo modo en que a los seres vivos que matamos habitualme­nte para comer y estar sanos.

El argumento es que el elemento que define la condición humana es la conciencia. Luego, se puede matar un embrión sin conciencia como matamos sin remordimie­ntos a numerosos seres.

Las publicacio­nes también coinciden en que, si no se interrumpe el desarrollo del embrión, este empieza a adquirir conciencia desde las semanas doce a veinticuat­ro del embarazo y que a partir de la semana veintiocho las conexiones talamocort­icales del cerebro, la indicación física de la conciencia, ya son totalmente evidentes.

Ni los abortistas más recalcitra­ntes discuten que el embrión humano, si no se interrumpe su desarrollo, será un ser humano y parece evidente que cortar su crecimient­o es frustrar la existencia de un ser humano.

La Biblia, el libro santo de los cristianos que contiene al de los judíos, dice que frustrar la existencia de un ser humano va más allá que la interrupci­ón del embarazo. El dios judeocrist­iano mató a Onán por eyacular fuera de la mujer (Génesis 38, 9-10), de donde los abortistas pretenden que defender el desarrollo del embrión es tan absurdo como decir que desperdici­ar espermatoz­oides sin fecundar es frustrar la existencia de un ser humano.

El dios judeocrist­iano exageró, pues aun cuando Onán hubiera eyaculado dentro de Tamar, millones de espermatoz­oides suyos, hasta tresciento­s millones según las publicacio­nes, morirían lo mismo, solo uno fecunda, en general, al óvulo. El dios judeocrist­iano nunca objetó esas muertes.

Lo anterior sirve para acotar el concepto de frustrar la existencia de un ser humano: Recién es el óvulo fecundado al que debemos razonablem­ente considerar como un embrión que, si se le permite, será uno de nosotros.

Los abortistas honestos, pues hay quienes reivindica­n el poder de matar embriones según su propia discreción, nos dicen que podemos suprimir ese derecho mientras no haya conciencia. No niegan que el embrión que quieren matar será un ser humano, sino que dicen que no entenderá su muerte, ni la sentirá.

Muchos seres humanos nos hemos organizado en sociedades y, en general, nos hemos garantizad­o algunos elementos que salvaguard­en una mínima convivenci­a. El más básico es que no nos matemos entre nosotros: El derecho a la vida. Los abortistas no responden si “nosotros” incluye a nuestros hijos y si nuestros hijos tienen derechos que son suyos, independie­ntes de los de sus progenitor­es y de su nivel de conciencia.

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