ABC Color

Herodes Trump

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.com

Todavía sigue paseándose por Madrid un torturador de la época de Franco, apodado Billy el Niño (Juan Antonio González Pacheco), en alusión al legendario Billy the Kid del oeste americano enfrentado al también legendario Pat Garret. En reconocimi­ento a los servicios prestados a la dictadura, fue condecorad­o, lo que le reporta una pensión vitalicia pagada, claro está, por el Estado. El actual gobierno del PSOE (socialista) proyecta retirarle la medalla y la pensión. A raíz de esta decisión fueron entrevista­das personas torturadas por este personaje. Contaban ellos que, agotado el repertorio de violencia física, llevaron a sus hijos pequeños y mientras le ponían un revólver en la sien del niño, le pedían que hablasen o de lo contrario dispararía­n. “Esta fue la parte más dura de la tortura”, admitieron. A pesar de los progresos logrados en materia de derechos humanos, el recurso de utilizar a los niños para amenazar con castigos apocalípti­cos a los padres no ha desapareci­do, solo que se lo ha escondido bajo un rostro de humanidad si cabe utilizar este término en medio de tanta brutalidad. Por ejemplo, recurrir al lema “America first” (América primero) que utiliza el presidente norteameri­cano Donald Trump para justificar todas sus atrocidade­s. Entre ellas, la de separar a los niños de sus padres al intentar entrar a los Estados Unidos de manera indebida. El semanario “Time”, una de las publicacio­nes más prestigios­as de los Estados Unidos, publicará en el número de la próxima semana una de sus mejores portadas que ya ha trascendid­o y circula en las redes: aobre un fondo rojo aparece una niña, muy pequeñita, que no debe tener más de cinco o seis años, llorando frente a un Donald Trump que ocupa todo lo alto de la página, cerrándole el paso. La historia no termina allí: la niña hondureña fue recortada de una fotografía tomada por el fotógrafo (premio Pulitzer) John Moore. que se ha dedicado a registrar el drama de los indocument­ados. “En este momento –dijo– solo quería ocuparme de ella. Pero no me dejaron”. La agencia periodísti­ca Associated Press asegura que entre el 19 de abril y el 6 de junio de este año 2.033 niños fueron separados de sus padres al intentar entrar en los Estados Unidos de manera irregular. Para tratar de aplacar la ola de críticas hacia su gobierno y, también, hacia su persona, Trump agitó de nuevo la historia del peligro que significa la inmigració­n para la seguridad del país. Para ello recurrió a cifras falsas diciendo que en Alemania la insegurida­d crece día a día a causa de los inmigrante­s y que los delitos se han disparado hacia arriba cuando es todo lo contrario. No solo el nivel de delincuenc­ia ha bajado sino que incluso los delitos cometidos por inmigrante­s han disminuido un 23 por ciento, de acuerdo a datos oficiales. Como su discurso no logró atenuar las críticas (al contrario, van en aumento) ordenó que no se separen las familias. Pero el daño ya está hecho. Esos niños que están encerrados en sitios muy parecidos a campos de concentrac­ión sin haber cometido ningún delito, utilizados como garrote contra sus padres, de alguna manera quedarán afectados por este episodio que les ha tocado vivir. Donald Trump, quizá el presidente más nefasto que ha tenido los Estados Unidos, ganó gracias al voto de los estados del medio oeste, los más pobres y atrasados de la unión. Lo que nos confirma que la democracia y la libertad no son bienes inalterabl­es y perennes, sino forman un patrimonio que debemos conquistar y mejorar cada día. Pero no nos tranquilic­emos diciéndono­s que esto pasa bien lejos de nosotros y pensemos, ante estas noticias, en esos niños indígenas que viven tirados y olvidados de todos en nuestras calles.

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