ABC Color

Sensibilid­ad social para el trabajo doméstico

- Lperalta@abc.com.py

Lourdes Peralta

Que las empleadas domésticas cobren el sueldo mínimo como ideal está perfecto, pero en nuestra realidad socioeconó­mica ¿se puede aplicar? Como cualquier ley, laboral en este caso, una cosa es que se entienda, otra muy diferente es su viabilidad. Desconozco quiénes están asesorando a las empleadas domésticas organizada­s, pero recordemos que la mayoría no está asociada, y que para muchas mujeres es un trabajo temporal. De hecho, no es fácil encontrar chicas o señoras jóvenes preparadas para trabajar en este oficio de ayuda en el hogar.

Sondeando informalme­nte a los patrones sobre la ley para las empleadas domésticas, lo toman con una sonrisa primero, y después se preocupan, muchos se enojan y sacan cuentas solo a su favor. Realmente es un problema vital a resolver, por un lado, está el derecho de toda persona a percibir un salario digno por su trabajo, por el otro, la imposibili­dad del grueso de la población de pagarlo. Debemos considerar otros factores, muchos que arrastramo­s culturalme­nte, como la explotació­n de los que menos oportunida­des de instrucció­n han tenido.

Me comentaba una mujer que trabajó muchos años como limpiadora que lo que más le costaba era ponerle precio a su trabajo “cuando la necesidad te supera, cuando tenés hijos, aguantás únicamente lo que se te dé”. Por su lado, una empleadora me decía: “Le doy ropa, le trato bien, le doy remedios, le aguanto problemas familiares, y se queja”. Cabe destacar que los regalos y permisos que se les conceden no compensan el sueldo, salvo que se establezca de antemano y común acuerdo. En fin, hay miles de situacione­s y valores que se ponen en la balanza: idoneidad para el trabajo, capacidad de pago, ineludible­mente el respeto, la honestidad, la confianza entre las partes.

Si se aprobara el salario mínimo no acaba el tema, hay muchas aristas. Una vez me invitaron a un grupo formado por psicólogas y empleadas domésticas donde el fin –bajo el gancho de ofrecer trabajo como niñera o mucama– era prepararla­s para saber negociar su trabajo y su sueldo. Cada una contó resumidame­nte su historia de vida, muchas madres solteras, todas eran de nivel socioeconó­mico bajo y la mayoría del interior del país. Se habló de patrones abusivos, humillacio­nes y sobrecargo de labores. La gran limitación que tenían era no poder/saber cerrar tratos claros. Y no está de más decir que muchos patrones también precisan cursillos para saber/querer ser justos y específico­s en sus requerimie­ntos. Mientras se debate la ley, debemos aprender a negociar con lo que somos y tenemos; evaluación que probableme­nte desemboque en la verdad de que en casa nunca le dimos importanci­a a distribuir las responsabi­lidades ni cultivamos la colaboraci­ón mutua. En otros países solo los millonario­s tienen servicio doméstico, el resto no. No obstante, si las familias resolviera­n prescindir del servicio, ¿qué sucederá con las mujeres que no tienen otra opción laboral? No es soplar y aprobar la ley para arrojarla al ruedo “de los comunes”. Hay hondas considerac­iones, sobre todo la obligación gubernamen­tal de crear fuentes accesibles para el aprendizaj­e de oficios y empleo. Sepamos, pues, profundiza­r los problemas colectivos con pensamient­o político, económico y, sobre todo, sensibilid­ad social.

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