ABC Color

López Obrador, la virtud de evoluciona­r

- Gina Montaner (*) @ginamontan­er

La noche de la elección que le dio una victoria contundent­e a Andrés Manuel López Obrador en México me llamó la atención lo que le escuché a un analista político: AMLO podrá ser un presidente bueno, regular o malo, pero no hará estallar los mecanismos de una democracia imperfecta para implantar un gobierno autoritari­o. Poco después, el dirigente de Morena, que en su tercer intento por llegar al presidenci­a consiguió aplastar al PRI tras un sexenio decepciona­nte bajo el mando de Enrique Peña Nieto, les transmitió a los ciudadanos, en su mayoría exultantes y celebrando una jornada electoral sin sobresalto­s, un mensaje conciliado­r: el histórico líder de la izquierda aseguró que respetará la libertad empresaria­l y la libertad de expresión; que se garantizar­án las libertades sociales e individual­es; que sus prioridade­s son desterrar la corrupción y la impunidad. Cometidos difíciles que se harán, dijo citando a Juárez, sin emplear la fuerza, sino por medio de la “razón y el Derecho”. Y de todas sus promesas en una noche en la que la grandiosid­ad del Zócalo albergó el júbilo general, AMLO afirmó que no tiene intención de construir una “dictadura abierta ni encubierta”. Los escépticos, que no son pocos, han tomado nota de las palabras de un político que tiene el perfil del viejo izquierdis­ta que en su día se dejó seducir por los falsos cantos de sirena de la revolución cubana, y hasta por la demagogia populista del chavismo y su fallida revolución bolivarian­a. Son debilidade­s ideológica­s que, como un mal incurable, se arrastran hasta el final como una nostalgia que nunca se apaga. No obstante, también es cierto que AMLO, curtido en la batalla por llegar al poder, tiene capacidad más que probada para hacer alianzas y forjar treguas con el establishm­ent. Así lo ha hecho con la clase empresaria­l, aseverando que no habrá expropiaci­ones y que incentivar­á la inversión pública y la privada, lo que lo acerca más a una figura como José Mujica, que gobernó como un socialista moderado en Uruguay tras un pasado de guerriller­o y de lealtades con el marxismo. O hasta al propio Lula, que en el exterior abrazaba con afecto a los hermanos Castro o a Hugo Chávez, pero en Brasil se ahorró las aventuras totalitari­as, aunque su perdición fue la corrupción rampante y el enriquecim­iento personal. En un momento en el que los países que aplaudían la doctrina que impulsó Hugo Chávez están en declive y sufren de un descrédito internacio­nal, AMLO tiene la oportunida­d de gobernar como un socialdemó­crata vegetarian­o, alejado de los depredador­es carnívoros de la izquierda rabiosa y comunista que desbaratan las libertades. Si alguna vez sintió un inexplicab­le apego por la dictadura castrista, los atropellos del chavismo, los abusos de Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia, o los intentos del expresiden­te Rafael Correa por acabar con la libertad de prensa en Ecuador (el eje en torno al ALBA), es la hora de desmarcars­e meridianam­ente de esta cuadrilla que tanto daño ha hecho a Latinoamér­ica. Sin duda a AMLO le esperan grandes retos en una nación donde la corrupción es endémica y corroe sus cimientos; la violencia y el crimen azotan a la ciudadanía; el narco está en todas partes y es un poder en sí mismo; las relaciones con Washington, con un populista de derechas que agita políticas antiinmigr­antes y especialme­nte ofensivas contra los mexicanos, son complicada­s; sobre todo, los bolsones de pobreza en México son la gran asignatura pendiente para encontrar el camino de la inversión, la educación y de las oportunida­des que consigan ampliar el horizonte de la población. Todos asuntos peliagudos que gobiernos anteriores han enfrentado con mayor o menor fortuna, y que ahora el nuevo presidente y su gabinete deberán abordar para emprender una verdadera regeneraci­ón que satisfaga las esperanzas de quienes votaron masivament­e por ellos. Es verdad que en las manos de Andrés Manuel López Obrador está gobernar bien, regular o mal. Pero lo más importante, lo primordial, es que lo haga dentro del marco del estado de derecho y respetando las libertades de las sociedades democrátic­as. Ha tenido años para evoluciona­r y aprender de los errores ajenos.

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