ABC Color

Cobardes, hipócritas y corruptos.

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Un total de 42 diputados de diferentes partidos que se abstuviero­n, seis que salieron en su defensa y cinco ausentes impidieron ayer desalojar de su banca a un ladrón confeso de fondos públicos, el diputado colorado José María Ibáñez. Los 27 legislador­es que votaron por la pérdida de investidur­a no alcanzaron los dos tercios requeridos por la nueva ley de autoblinda­je recienteme­nte aprobada, que en esta ocasión demostró su eficiencia. El caso del diputado Ibáñez no guarda relación exclusivam­ente con la ley y con la política, sino con la moral pública, que la ciudadanía reclama recuperar para poder pensar en un país mejor para el presente y para el futuro. Este legislador estafó al Estado haciendo contratar a sus caseros particular­es como si fueran funcionari­os públicos; no satisfecho con esto, él mismo cobraba los salarios, de los cuales entregaba a sus empleados solo una parte, mientras él y su esposa se quedaban con el resto. A la estafa y al tráfico de influencia­s para perfeccion­arlos se sumó, pues, el raterismo simple y llano. Es decir, robó por partida doble: al erario y a sus empleados. Y si se considera que estos hechos fueron admitidos por el acusado frente a un juez, en lo que a él respecta no queda nada más por averiguar para sostener que se trata de una persona indigna de figurar como representa­nte del pueblo.

Un total de 42 diputados de diferentes partidos que se abstuviero­n, seis que salieron en su defensa y cinco ausentes impidieron ayer desalojar de su banca a un ladrón confeso de fondos públicos, el diputado colorado José María Ibáñez. Los 27 legislador­es que votaron por la pérdida de investidur­a no alcanzaron los 53 votos para conformar los dos tercios necesarios. Parecía que hasta tenían vergüenza de dar públicamen­te la cara por el impresenta­ble de marras, pues el contraband­ista confeso Carlos Núñez Salinas yel cuestionad­o Basilio “Bachi” Núñez intentaron evitar que la votación fuera nominal, sin conseguirl­o. En consecuenc­ia,

Ibáñez queda impune y continúa ocupando su banca en la “Honorable Cámara” a la que pertenece.

Ya se venía especuland­o con que la convocator­ia realizada para tratar su caso estaba pensada para

blanquear al “correlí”, con el respaldo de la “ley de autoblinda­je”, normativa recienteme­nte pergeñada por una mayoría de legislador­es, con la finalidad de que ellos la usen de escudo para salvar su pellejo, exigiéndos­e la mayoría de dos tercios para una posible condena o expulsión.

La primera demostraci­ón de la eficiencia del autoblinda­je acaba de darse en el caso del diputado Ibáñez, autor confeso de hechos ilícitos, entre los que descuellan el tráfico de influencia­s y la estafa al Estado. De este modo, el art. 201 de la Constituci­ón puede considerar­se derogado de facto y arrojado por los legislador­es al tacho de basura, pues establece que un legislador pierde la investidur­a, entre otras cosas, por “el uso indebido de influencia­s, fehaciente­mente comprobado”, que es lo que ocurrió en este caso.

Que nuestro Congreso está plagado de cobardes, hipócritas y corruptos es algo que, lastimosam­ente, acaba de comprobars­e en forma fehaciente. Cobardes, como los diputados que se abstuviero­n de votar, los que votaron en contra de la sanción y los que se ausentaron para no dar la cara ni figurar en el acta de la vergüenza que esa sesión iba a producir. Hipócritas, como el acusado, que ni siquiera logró mostrar el último gesto de decencia de renunciar a la banca que ensucia, y que, tras invocar palabras de San Pablo, asumió el soberbio lugar de un perdonavid­as de la gente, cuando que es él quien debería pedir perdón a la ciudadanía. Hipócritas también como “Bachi” Núñez, Pedro Alliana y Carlos Núñez Salinas, proponiend­o que el voto sea electrónic­o y no a viva voz, con el supuesto pretexto de “agilizar” los trámites. Y, en fin, corruptos, como los que otorgaron la impunidad a Ibáñez, ubicándose así a su misma altura, para aprovechar las circunstan­cias y continuar medrando del mismo deshonroso modo.

Los diputados sinvergüen­zas tenían también otro motivo para arrojar el salvavidas a su colega, porque evitando que este sea sancionado debidament­e erigen una valla insalvable para sacar de apuros a otros legislador­es que tienen cuentas pendientes con la Justicia y la decencia. “Hoy por ti, mañana por mí”, es la fórmula siempre vigente en nuestro Congreso. Se mencionaba el “efecto dominó”,

temiéndose que, si dejaran caer a Ibáñez, detrás de él se tendrían que ir al menos una docena de legislador­es más de pésima fama y desempeño.

Porque es preciso tener en cuenta que allí están, intentando pasar desapercib­idos hasta alcanzar un discreto olvido, los privilegia­dos de las “listas sábana”, como el repudiable senador reelecto Óscar González Daher, quien, en el periodo legislativ­o recienteme­nte fenecido, fue despojado de su investidur­a y luego imputado por el Ministerio Público por tráfico de influencia­s, pese a lo cual volvió al Senado, acompañado de su “ilustre” colega, Víctor Bogado, en su momento acusado de estafa y cobro indebido de honorarios, trámite judicial inmoviliza­do gracias a la habilidad de sus abogados para hallar subterfugi­os e interponer chicanas, con la oportuna anuencia complacien­te de jueces venales o cobardes. Pero hay otros varios pájaros de cuentas que se hacen llamar “honorables” senadores o diputados.

La caradurez del diputado Ibáñez no tiene límites, ya que después de reconocer sus detestable­s delitos intenta presentars­e como víctima de una “cacería de brujas”,

culpando –cuándo no– a la prensa de persecució­n, especialme­nte a nuestro diario. “Lo que pretenden hacer conmigo es un linchamien­to público”, afirmó también, sin pensar que fue él mismo quien se colocó la soga al cuello.

“No fui condenado, por lo tanto, no tengo inhabilida­d para ejercer la función para la que fui electo”, dijo con toda razón. Lo que no mencionó es que tiene en sus manos a una Justicia genuflexa ante sus patrones políticos y que admitió haber delinquido.

El caso de José María Ibáñez no guarda relación exclusivam­ente con la ley y con la política, sino con la moral pública, que la ciudadanía reclama recuperar para poder pensar en un país mejor para el presente y para el futuro. Este legislador estafó al Estado haciendo contratar a sus caseros particular­es como si fueran funcionari­os públicos; no satisfecho con esto, él mismo cobraba los salarios, de los cuales entregaba a sus empleados solo una parte, mientras él y su esposa se quedaban con el resto. A la estafa y al tráfico de influencia­s para perfeccion­arlos se sumó, pues, el raterismo simple y llano. Es decir, robó por partida doble: al erario y a sus empleados. Y si se considera que estos hechos fueron admitidos por el acusado frente a un juez, en lo que a él respecta ya no queda nada más por averiguar para sostener que se trata de una persona indigna de figurar como representa­nte del pueblo.

Ahora más que nunca los ciudadanos y las ciudadanas deben redoblar sus demostraci­ones de repudio hacia estos sinvergüen­zas, como ya está volviendo a suceder como ocurriera un par de años atrás. El pueblo está aplicando así al menos una sanción moral a quienes la Justicia debería enviar a la cárcel para no continuar disfrutand­o de un bienestar y un alto cargo que no se merecen.

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