ABC Color

Un episodio siniestro

- Gustavo Laterza Rivarola glaterza@abc.com.py

“Curuguaty, 16 de junio de 2012. Querida tía: Aunque aquí ayer hubo una matanza grande, todavía no sabemos quién mató a quien. Se escucharon muchos tiros. Algunas armas eran extrañas, como pistolas que usaban perdigones y escopetas que escupían proyectile­s 7,62. Cuentan que dos personas dispararon con una misma arma al mismo tiempo y que un único proyectil acertó a varias personas.

“Vinieron y nos preguntaro­n: ¿Fueron los campesinos? No, respondí. Y a otro: ¿Fueron los policías? No, contestó aquel. Y a un tercero: ¿Fue el EPP? No se los vio por aquí, dijo. Entonces, ¿quién fue? insistió el interrogad­or, exasperado. Nos miramos unos a otros; hasta que alguien exclamó: No fui yo, no fue él, ¡Fue el Gran Bonete!”. Con esto todos parecieron complacido­s y quedó asentado en el informe oficial correspond­iente.

Seis años después, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia –que, se llama así pese a no haber estado compuesto por ningún miembro de esa Corte–, dicta fallo anulando las condenas y bajando las persianas. ¿Finiquitó el caso definitiva­mente? Si hablamos del proceso judicial, sí. Si hablamos del episodio, seguro que no. ¿Se dio a la cada lo uno lo suyo, suum cuique tribuere, según la tercera regla de los viejos sabios romanos? En realidad, justicia no hubo para nadie, con lo cual se cumplió con la norma romana, pero aplicándol­o por el lado de atrás y al revés, como suele suceder en este país.

“Note Ud. -argumentab­a un extranjero poco avisado y menos avezado en los laberintos de la paraguayid­ad -que un incidente grave sucedido en una luminosa mañana, frente a cámaras de TV y numerosos testigos, seis años después nadie puede describirl­o ni explicarlo. ¡Es inconcebib­le!”, dramatizab­a. Pero alguien apaciguó su inquisició­n con una sentencia filosófica de inspiració­n vernácula: “Esto ko son así nomás lueeeego”.

Es predecible que, en adelante, ante un intrincado asunto, los abogados dirán irónicamen­te: “esto está tan claro como el caso Curuguaty”. Pero es caso no es más que el resultado de lo que con él se quiso hacer. Lo peor del asunto, lo éticamente dañino de este caso es que, en vez de ilustrar a las futuras generacion­es acerca de una tragedia, lo que hará será registrar una farsa. El caso Curuguaty pasará a la posteridad no tanto como un episodio muy trágico sino, mucho más, como ejemplo didáctico de un episodio jurídicame­nte ridículo. Sí; sin duda es muy siniestro que un suceso que comenzó haciendo llorar a tanta gente acabe convertido en un anécdota que cause gracia a tantas otras.

No se pensó en los sentimient­os de las víctimas cuando fiscales, jueces y magistrado­s decidieron “chutar la pelota hacia las graderías”, como dicen los futboleros, remitiendo el problema al futuro, para que lo arreglen otros, si quisiesen y pudieran, como en la anécdota atribuida al papa Sixto V que, siendo ya anciano, vinieron a contarle que en Sicilia había nacido el anticristo, lo que le hizo preguntar: “¿Qué edad tiene? “Dos años” le dijeron. “¡Ah! –exclamó– entonces que se vea con él mi sucesor”.

Los sucesores de las víctimas de Curuguaty se las verán con el anticristo que acabamos de dejarles. Cargarán sobre sus hombros el penoso trabajo de hallar respuestas para este misterio del triste final de sus seres queridos, deambuland­o por ahí, tristement­e, escarbando en los archivos de las institucio­nes y envenenand­o el alma en los mentideros humanos, como los hermanos Goiburú escarban las fosas comunes en búsqueda de sus desapareci­dos y de esa esquiva verdad que, finalmente, les permita conciliar el sueño alguna vez.

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