Los costos de la inmoralidad
Es muy significativo que la doctora Adela Cortina, considerada mundialmente una de las personas más eminentes en conocimientos investigación de la Ética, en su libro “Para qué sirve la Ética” (2014) empiece a responder titulando así su primer capítulo: “Abaratar costos y crear riqueza”.
El valor de las ideas de la autora de este libro está avalado además por el reconocimiento que mereció recibiendo en España el Premio Nacional de Ensayo 2014, premio al mejor libro del año.
Los costos de la inmoralidad son altísimos, los hay directos e indirectos, cuantitativos y cualitativos, próximos y remotos. Son tantos y tan plurales que resulta difícil cuantificarlos, incluso cuando se trata de costos económicos.
Por falta de ética en no pocos de quienes gobiernan y administran los Poderes del Estado, los ciudadanos tenemos que afrontar los altos costos de sus desproporcionados privilegios, de sus prebendas y lo que roban para sí, para sus familiares ubicados por nepotismo, para sus caseros, niñeras, secretarias de oro y mecánicos.
Económicamente hablando es elevadísimo el costo que pagamos los ciudadanos para financiar a tantos partidos políticos, el Tribunal Superior de Justicia Electoral y a operadores políticos para tanta corrupción en politiquerías permanentes. Y cada grupo que llega al poder de gobierno nos sobrecarga con decenas de miles de nuevos funcionarios en la administración del Estado y de los municipios.
¿Cuánto se le viene robando a la ciudadanía en las licitaciones y ejecución de las obras públicas? ¿Por qué nuestras rutas y calles destrozan los vehículos, los puentes se caen y las escuelas se desmoronan?
La simple enumeración de los costos económicos de la corrupción sería interminable, porque además todos ellos tienen el agravante de la impunidad o de la no devolución de lo robado.
Más preocupante aún que el costo económico es el costo social y democrático. Sin ética, aceptando los comportamientos inmorales como norma de vida, no existe posibilidad de convivencia en sociedad. No serán la ley ni la virtud ciudadana las que orienten y regulen las conductas, sino el poder del más poderoso. Es decir, en vez de vivir en sociedad, vivimos en la jungla. Consecuentemente los costos de la inmoralidad los pagan los más débiles. Y es esto precisamente lo que está sucediendo, lo que confirma una de las conclusiones de Adela Cortina. Porque lo robado por los corruptos debía ir destinado a salud, educación, vivienda, infraestructuras para cobertura de derechos humanos de los más necesitados. Nuestro sistema es doblemente injusto porque no incluye la redistribución justa de la riqueza y permite que los que llegan al poder se apropien de los bienes del pueblo.
Otro alto costo de la corrupción es la destrucción de la Justicia. Tan destruida que “tocó fondo”, como decía el editorial de ABC Color. Demasiado triste especialmente para los pocos jueces honestos que aún quedan.
Cuando la corrupción se apropia de las leyes, hasta de la Constitución Nacional, los costos son totalizantes y radicales porque se está aniquilando el Estado Social de Derecho, es decir, desaparecen no solo nuestros bienes, sino también nuestro ser de nación democrática republicana.
La inmoralidad y con más razón la corrupción producen daños costosísimos a corto, mediano y largo plazo. La corrupción es contagiosa y el mal ejemplo de los corruptos, convertido en estilo de vida permanente y costumbre, termina convenciendo a muchos, sobre todo a los jóvenes, de que la corrupción es un modo de vida normal, rentable y aceptado; igual la gente elige a corruptos para los cargos públicos.
Algunos sociólogos de la educación calculan que los resultados en educación se deben a tres agentes principales: a la familia que aporta aproximadamente el 30%; a la escuela, que aporta el 10%; y a la sociedad, que aporta el 60%. Una sociedad que premia y defiende a los políticos corruptos, destruye lo que la familia y la escuela construyen pobremente. ¿Cuál o cuáles y cuántos son los costos de todo esto?
Lo más grave, dramático, trágico queda por analizar: los terribles costos de las violaciones, feminicidios, abusos de menores, crímenes, destrucción con drogas, secuestros, etc. En realidad, los costos de la inmoralidad son inenarrables.